María y Paula Marull dejaron Rosario y se instalaron en Buenos Aires en 1996. Las mellizas tenían 21 años y eran (y son) dueñas de una belleza singular que les permitía mantenerse trabajando como modelos, promotoras y en publicidades. Pero ese mundo más superficial no era lo que habían venido a buscar a la gran ciudad. El objetivo era algo más profundo: formarse en la actuación y la dramaturgia teatral. En ese camino, pasaron por los ciclos televisivos Atorrantes y 1,2,3 Out que, dicen, les servían para pagar las cuentas y estudiar actuación con Raúl Serrano y Julio Chávez. Dos décadas después de su desembarco, ahora con 41 años y ya forjadas por sus mentores, Mauricio Kartún en la carrera en la EMAD, la escuela de arte dramático, y por Javier Daulte, las hermanas Marull exhiben sus obras en el teatro independiente con buena asistencia de público. Paula dirige Yo no duermo la siesta en Espacio Callejón (los miércoles a las 21), en la que actúa María, quien a su vez escribió y dirige La Pilarcita, que va con dos funciones los viernes en El Camarín de las Musas. “No tuvimos ninguna crítica que nos haya matado”, se jacta Paula. María, agrega: “Las críticas sirven cuando son buenas para que la gente vaya a ver la obra, aunque a nosotras nos funciona bien el boca en boca”. Al igual que tantísimas obras del off, sus creaciones están autogestionadas y funcionan en cooperativa. “Por mi experiencia, ningún actor puede vivir solamente del teatro independiente, la remuneración es poquísima y lo poco que se reparte es para, al menos, poder ir a comer afuera con el elenco”, dice Paula. María aún no cobró el subsidio del INT que le salió hace más de un año: “Agregale la inflación –subraya–. No ganás nada. Hay muchos gastos fijos: alquilamos luces, la sala, hay que pagarles a los chicos que arman y desarman la escenografía”. Las mellizas reconocen que es una forma de pagar “el precio por la libertad artística”. “Los actores del off se procuran un ingreso de otro lado: dan clases, trabajan en tele, filman...”. Del teatro comercial dicen que “hay algunas obras espectaculares y muchas otras que no”, y sostienen que a la cartelera de calle Corrientes le faltan textos argentinos: “Son todos extranjeros. Está el concurso Contar 1, de donde salió Bajo terapia, y hay obras que salieron del espacio alternativo, como La familia Coleman, de Tolcachir, o La mujer puerca, de Santiago Loza. Pero no alcanza”.
María actuó en Doce casas; filmó Primavera, de Santiago Giral –aún sin fecha de estreno–, y es la esposa de Damián Szifrón, director de Relatos salvajes, film en que la Marull fue protagonista del primer episodio. Paula y María están escribiendo guiones para una ficción de la TV Pública que está a cargo de Daulte. María es madre de Rosa (6) y Eva (1), y Paula tiene a Luisa (5) y Adela (1). Viven a una cuadra de distancia, quizá para que sus hijas compartan tiempo y no pierdan el espíritu familiar rosarino. “Nos tiene que gustar muchísimo una obra comercial como para dejar a nuestras hijas en casa”, afirman las hermanas, que actuaron juntas en Vestuarios, de Daulte, en el infantil El Zorro y en la película El día fuera del tiempo, de Cristina Fasulino.
—¿Qué hechos les transformaron su destino?
PAULA: Venirnos a Buenos Aires nos costó un montón. Luego empezar a trabajar y recibir un sueldo, como en Atorrantes, y conocer a mi marido, Diego, hace diez años en el taller de Daulte, y obviamente ser mamá.
MARIA: Estudiar teatro con Raúl Serrano. Ahí encontramos un lugar de pertenencia, con los amigos de teatro. Conocer a Damián, que era asistente de producción en Atorrantes, y empezar a salir en el ’98 y después armar nuestra familia siendo madre. La maternidad me cambió mucho, me hizo más positiva y tomar real dimensión del tiempo. Relatos salvajes, que fue bisagra para Damián y rompió un poco con el cine argentino pausado, plomo, y en la que fui parte, y ahora tener estas dos obras en teatro es algo milagroso.
P: Cosas malas también. En 2010 falleció nuestro papá, y en 2007 murió una hermanita nuestra, de 15 años, que requeríamos. Un hecho trágico que siento que nos remodificó.
Son dos gotas de agua, y al cerrar los ojos también es difícil distinguirlas por el tono de voz. Y, es obvio, el intercambio de identidad una por otra es parte de su historia. “Lo hicimos en el colegio –cuenta Paula–, quizá una tenía la prueba de Química dos días antes –una iba al B y otra al A– y la que más estudiaba hacía las dos pruebas”. “En trabajos también –suma María–. Paula había quedado para hacer una publicidad de cerveza que eran tres días de trabajo. Al tercer día no podía ir, le había salido algo mejor y fui yo a cubrirla. Antes de ir, ella me contaba con quién hablaba, con quién no, y yo anotaba los nombres. Fui, filmé, nadie se dio cuenta”. “La más jugada fue con el banco. Yo –dice María– necesitaba depositar un cheque que se vencía y no podía ir, así que fue Paula con mi DNI, la atendió un chico, firmó y se ve que se gustaron. El le pidió el teléfono, y ella se lo dio. El tipo la llamaba al fijo y si Paula no estaba tenía que hablar yo. Paula salió como María una vez con la idea de decirle, pero era tanto estrés que no le dijo nada. Y si vio Relatos salvajes va a pensar que ese día salió conmigo, con la chica de la película. Pobre”.
Miradas por Kartun, Daulte y Szifrón
—¿Quiénes son esas cinco personas que necesitan que vean sus obras antes del estreno?
P: Mi caso es Javier Daulte, esta obra la escribí en su taller y la anterior (Arena) también, de hecho vino a la pasada, ayudó en la puesta al final, sabe muchísimo y es extremadamente generoso. María, que siempre está adentro de mis procesos. Mi maestro Mauricio Kartun y Diego, mi marido, que no es del palo del teatro pero que sabe, me gusta su mirada; de hecho, nos conocimos estudiando teatro aunque hoy se dedica a otra cosa.
M: Mi marido, Damián, es más del cine pero me ayuda un montón su punto de vista, es muy valioso, me conoce, tiene una cabeza increíble, sabe adónde quiero ir. En casa hablamos de todo. Otro es Mauricio Kartun, La Pilarcita la escribí bajo su supervisión. Javier Daulte es alguien que admiro y vino a ver el ensayo, me dio una devolución que me sirvió bastante, tomé varias cosas que me dijo.
—¿Se ven a los 89 trabajando como Mirtha Legrand?
M: Sí, ojalá sigamos en cartel (se ríen). Más allá de que te guste o no Mirtha, es una mujer grande, se levanta, lee, es una laburante, tiene una vitalidad envidiable.
P: A ella le gusta hacerlo, no es por el dinero, la vitalidad la saca del trabajo y la retroalimenta. Podríamos trabajar hasta los 90, no puedo estar sin trabajar, hago lo que me gusta, es fundamental.