ESPECTACULOS
habla Adele

Ese oscuro objeto del deseo posmoderno

Adèle Exarchopoulos, protagonista de La Vida de Adèle, visitó Buenos Aires semanas atrás y relató a PERFIL su experiencia con esta historia de amor lésbico de dos adolescentes, que ganó la Palma de Oro de Cannes.

Ellas y El. El director Abdellatif Kechiche, mimado por sus actrices, Adèle Exarchopoulos y Léa Seydoux. Luego ambas lo trataron de tirano y lo acusaron de haberlas manipulado en el rodaje.
| Cedoc Perfil

En la última edición de Cannes, el jurado presidido por Steven Spielberg decidió, por segunda vez en la historia del festival francés, darle la Palma de Oro no sólo al director de La vida de Adèle, sino, aquí la excepción, también a sus actrices: en este caso, la parte de la realeza actoral francesa por herencia (nieta del dueño de la gigante Pathé) y por derecho propio (ha trabajado con Woody Allen, Brad Bird y Tarantino, y esa sólo es la lista visitante de su obra), Léa Seydoux, y la jovencita Adèle Exarchopoulos (de tan sólo 20 años a la hora de esta entrevista). Un hecho que la misma Exarchopoulos —en su paso porteño hace dos meses junto al director Abdellatif Kechiche—, usó para contraatacar la polémica onda expansiva, tanto interna (peleas entre el director y las actrices, con el resultado de Seydoux exiliándose por siempre de la obra de Kechiche) como externa (sobre todo causada por el explicito sexo lésbico de sus protagonistas) que ha generado la recién estrenada en nuestro país La vida de Adèle: “Es impresionante la obsesión que han generado las escenas de sexo. No sólo en el sentido de agredirlas ya sea por el género del director, o el enojo feminista por el supuesto uso superficial del placer femenino y que es una especie de voyeurismo artie, sino porque nadie, o casi nadie, ha intentado entenderlas en el contexto de la película. Digo, Steven Spielberg, el director que hizo nada menos que E.T. El extraterrestre nos dijo inmediatamente después de darnos el premio que tenía muchas ganas de mostrarle la película a su hijo. Dijo que era la mejor historia de amor que jamás había visto”, cuenta la actriz.
—¿Por qué creen entonces que se ha generado ese sensacionalismo respecto de esas escenas?
KECHICHE: Fue realmente sorpresivo ver la reacción y el porcentaje de la atención que concentraba el sexo de la película, que no ocupa ni un cinco por ciento del metraje. Decir eso parece querer desviar la real intención del film: mostrar este amor en el que antes que el sexo de iniciación lésbico de una ellas, el factor más determinante es la diferencia de clase. Y poder mostrar eso tardará un poco más: habrá que esperar a que se disipe la obsesión con lo sexual del asunto.
Exarchopoulos: Lo raro es que el sexo en el film al final es mucho más real que, por ejemplo, la violencia de Hollywood. El busca ese realismo, no “que se parezca a”, sino que sea. Eso nos generó tensiones, seguro. Pero finalmente dio un resultado sincero, palpable, cercano, que va lejos de lo idílico o casi irreal que parecen, no sé, aquella violencia tan corriente de la que hablaba antes o incluso las estrellas de Hollywood, que no parecen personas reales y por ende es difícil que puedan crear esta sensación.
K: Mi idea siempre ha sido, desde el instante en que decidí diferenciarme de la historieta que es base del relato (donde Adèle ha fallecido y todo es flashback), narrar una historia de amor tremendamente épica en su sensación de cotidianidad, de cercanía, de posible. Y aun así, buscar cuidar sus instantes como si estuviera creando una pintura o una escultura.
—¿Así encaraste las escenas de sexo y su visceralidad?
K: Exacto. No quería que sobresalieran sus preferencias sexuales, sino su pasión. De esa forma, cualquiera puede identificarse. Las críticas por ese lado se me hacen más fáciles de diluir: ¿no puede entender el amor entre mujeres un hombre? Es como creer que una mujer no puede hacer una película con energía masculina. Entiendo que las relaciones lesbianas son más pochoclo pornográfico en el mundo actual que tratadas como yo lo hago aquí (cuidándolas, tratándolas de forma casi orfebre), que pocas veces fueron tan físicas en una pantalla y que eso implica un desafío a la hora de no volverlo un discurso militante. Pero realmente creo que la distancia de clase, por ejemplo, es un punto más importante y subvalorado del film. Al menos comparado con la obsesión por los cuerpos teniendo sexo.
E: Yo he llegado al punto en que me agotan por completo las preguntas al respecto. Como si filmar esas escenas hubiera sido una proeza o algo así: “¿Te fue difícil el trabajo en esas escenas?”. Ya lo dije citando a Steve McQueen: no hay riesgo en ese tipo de escenas. Claro que se pone el cuerpo, pero eso no implica una violencia para con el cuerpo. Teníamos que confiar una en la otra y que los cuerpos improvisaran. Mil veces más difícil fue crear ese vínculo.
—¿Cuál era entonces el objetivo de mostrar tan crudamente una relación de amor?
E: Una vez que empezamos a filmar, fue fácil darse cuenta de que él quería que pusiéramos todo de nosotras. La gente ni se anima a pedir las cosas que Kechiche nos pidió. ¿Por qué es tan fácil aceptar violencia en tono realista, pornográficamente realista, y no tanto aceptar una versión más elevada y cinematográfica del sexo? Ahí está la clave. Francia es un país conservador, seguro, que ha sufrido un retroceso en los últimos años. Pero ¿y el resto del mundo?
K: Decir que quise entender el amor sería una respuesta torpe. Sí sé que quise plantear un interrogante, no una afirmación y que se ha creado una obsesión desproporcionada con lo más, si se quiere, fácil de obsesionarse del film. Desde el principio de los tiempos, los filósofos se preguntan por la metafísica del placer y aún no hay respuesta. Creo que puede verse en varios rincones de una persona, por eso era importante para mí mostrar a Adèle comiendo spaghettis, dando clases, teniendo sexo, soñando con su amada, traicionándola. Me interesa tanto la metafísica de ella comiendo spaghettis como la otra.