Graduados, valga la redundancia, está a punto de graduarse. El próximo miércoles en el Gran Rex, con alfombra roja y legiones de fanáticos incluidos, los graduados verán la emisión final del ciclo que sacudió –con una ternura no nueva pero extrañada, con modos ultranovelescos y a mucha honra– el imperio Showmatch.
No es que Marce se haya doblegado (Dios nos libre y guarde), pero la producción y creación de Sebastián Ortega, quien habla de Andy como su personaje favorito, y Pablo Culell (ambos responsables de Underground), como sostiene el propio Ortega, "ya es un clásico de la TV, ya pertenece a ese panteón de programas que dejan, y para siempre, una marca en su época. Es de esos programas que son recordados por siempre". Y desde ese sitio supo clavarse en la lucha del rating de una forma penetrante.
Y sí, ahí está como prueba judicial la "graduadosmanía", ese fenómeno que asumió formas que se creía habían perdido las series frente a los caños y la carne de cañón paparazzi: merchandising nostálgico de los 80 (varios CD), foros de fanáticos, que los paparazzi siguieran a sus actores, fiestas ochentosas multitudinarias entre actores y público, y, principalmente, demostrar que todavía se podía dar lucha a la hora del rating (promedio de 23,3 mensual) con una ficción, dirá Ortega, "que es una comedia familiar moderna, que tocó temas que en otro momento eran impensados dentro del género y el horario del programa, pero lo hizo con buen gusto, pensando constantemente en que nadie pudiera sentirse ofendido, y, en todo caso, buscando generar el debate y la reflexión. Eso sí, ante todo entretenimiento".
Y sigue: "Un programa que demostró que la gente está harta de la TV agresiva y vulgar".
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