Vestida con un elegante traje color chocolate diseñado por Valentino, la ganadora de los Oscar, Meryl Streep, llega puntual a la entrevista. Casada desde hace 27 años con el escultor Don Gummer, la protagonista de La decisión de Shopie, Kramer vs. Kramer y Africa mía se convirtió en la actriz que recibió la mayor cantidad de nominaciones para los premios Oscar (trece veces).
Sin embargo, ella reniega de tamaña condecoración. Lejos de sentirse una actriz profesional, Streep confiesa que lo que en verdad constituye una buena actuación son “las ganas de querer correr riesgos, renguear, tambalearse y reírse de uno mismo. Me causa gracia que mi reputación esté basada en una extensa y ardua preparación –aclara–, porque creo que debo de ser la actriz más vaga entre los actores con los que he trabajado, pero nadie quiere creerme, lo cual es bueno”, dice mientras ríe.
Después de ser la suegra de Uma Thurman en Secretos de diván, Meryl regresa a la pantalla grande junto a Anne Hathaway (El diario de la princesa, Secreto en la montaña) y Stanley Tucci (La terminal) en El diablo viste a la moda, una comedia donde una vez más la maldad le calza como anillo al dedo. En la película, del director David Frankel (el mismo que dirigió Sex and the City), Streep interpreta a Miranda, una implacable editora de modas que le hace la vida imposible a su nueva asistente, Andy (Hathaway), una periodista recién recibida que poco sabe de vestidos o de diseñadores de alta costura.
—¿Cuál fue el desafío en este personaje?
—El personaje es muy parecido al papel que interpreté en Kramer vs. Kramer. En esa película, el público también juzgaba a mi personaje muy severamente y sin piedad, desde el principio mismo. Por eso, el desafío en ambos personajes es encontrar la esencia humana que yace en cada uno: qué costado de la personalidad está oculto, qué es lo que te impide verlo.
—¿Cómo fue interpretar a la mala de la película?
—Hay mucha ansiedad dentro de este personaje. Creo que por ansiedad, perdí algunos kilos. Todos me preguntan: “¿Fue divertido interpretar a la villana?”. No, para nada. Tal vez, absorbí las presiones de Miranda, me lo tomé demasiado a pecho. Pero me pareció que era parte de la historia. Leí en el libreto que estaba bajo mucha presión porque se rumoreaba que otra persona podía reemplazarla en su puesto de editora. Para nuestra sociedad, una mujer de mediana edad es absolutamente descartable, me sentí así y por eso no disfruté estar en su piel. Además, me resultó tedioso tener que vestirme con ese estilo de ropa. Me sentí como si tuviese un chaleco de fuerza puesto.
—Usted es una actriz que mantiene una vida privada. ¿Cómo lo logra?
—Desconozco las presiones que tienen estas actrices jóvenes que son ahora famosas por abrirles sus casas a los fotógrafos. Me parece que tal vez exista la posibilidad de simplemente decir no. (Se ríe.) Pero si quizá dijesen que no, no tendrían una carrera.
— ¿Qué opina sobre lo que pasa en el resto del mundo?
—Creo que prestamos mucha más atención a la moda, el cabello y las arrugas que a lo que sucede en el mundo. Y consumimos esa “droga” con ganas. Honestamente, pienso que si las mujeres gobernaran el mundo, se invertiría más en la paz, porque no queremos ver cómo matan a nuestros hijos. Quizá sea una idealista, pero hasta que no veamos mujeres en el poder, estamos predestinados al fracaso.