El 12 de noviembre, en la sede de la Facultad de Derecho de la UBA, se realizará la entrega de los Premios Konex de Música Clásica, dentro de los cuales, este año, está la distinción en esa categoría en el nivel de Premio Konex de Brillante. Este reconocimiento solo se brinda cada diez años. En anteriores ediciones, recayó en figuras de la talla de Daniel Barenboim (2009) y de Martha Argerich (1999). Este año es especial, pues es un coreógrafo quien lo recibirá: Oscar Araiz. El jurado, presidido por Mario Perusso, con Guillermo Scarabino como secretario general, y miembros del ámbito de la danza como Raúl Candal, Laura Falcoff, Karina Olmedo y Silvina Perillo, son parte de los responsables en reconocer la trayectoria de Araiz, cuyas creaciones se montaron en los principales teatros y compañías de Argentina y del mundo, además de ser el creador del Ballet Contemporáneo del Teatro San Martín, y promotor del área de Danza en la Universidad de San Martín, entre numerosas labores artísticas, docentes y de gestión.
—¿Cómo recibe este premio?
—Primero, con gran sorpresa. No soy muy amigo de los premios, pero hay que saber reconocerlos. La mayoría del jurado son especialistas en música: eso me da mucha alegría, porque me considero abrazado por la música. La danza ha tenido siempre el rol de la hermanita olvidada, un poco quejosa; la música, que está por encima, la abraza. Puedo introducirme en la música con amor, pasión, sensibilidad. [De los géneros musicales], el reggaeton y el rap no me pegan. Vivo escuchando Bach: es como mi centro. Y a partir de eso, toda la música del siglo XX. La música me brinda chispas que me estimulan; estoy en el interior de la música jugando. Parte de esto cuento en el libro que este año me publicó el Instituto Nacional del Teatro, Escrito en el aire.
—¿En qué actividades se concentra actualmente?
—Quizá no sean coreográficas. Están modificándose un poco. Edité un libro póstumo de mi madre [la escritora Elvira Amado]. Y en 2018, en el Teatro Coliseo, estrené con el Ballet Estable del Teatro Argentino de La Plata Daphnis y Chloe.
—¿Cuál es su labor hoy en la Universidad de San Martín, luego de que se desarticulara el Grupo de Danza?
—Dejé la dirección del área y esa compañía que dirigí por ocho años, y continúo dando clases. La situación política y económica, la crisis de la sociedad, influyeron muchísimo. Con el cambio de rector [en 2018 pasó de Carlos Ruta a Carlos Greco], hubo un criterio diferente para el Grupo: para mí, era un criterio profesional, y para las nuevas autoridades, pedagógico, para que en esa compañía hicieran sus prácticas los estudiantes.
—¿Cómo se relacionan, por un lado, el mundo exterior y, por el otro, su mundo interno? ¿Lee los diarios con frecuencia?
—Al interno lo uso como fuelle, como protector, es lo que me permite atravesar todo lo demás. El externo me golpea bastante, me duele, me da tristeza, no me causa ninguna satisfacción, pero tampoco quiero perder la esperanza. La realidad se filtra por todas partes, aunque no leo los diarios, porque no lo necesito; es como un regodeo.
La crisis en el ballet
A partir de la actualidad de los bailarines del Ballet Estable del Teatro Argentino de La Plata (sin sede, con un desarrollo discontinuo y en malas condiciones laborales), Araiz reflexiona: “En La Plata, percibo signos que no son nuevos, signos que veo en las compañías oficiales hace mucho tiempo. Es un sistema traicionero; tanto autoridades como artistas estamos atravesados por malos entendidos que desprestigian lo que sería el rol del artista. A veces me siento lejos de la profesión, no me identifico”.
—¿Cómo se llevan el desarrollo artístico y las necesidades materiales de los bailarines?
—No se llevan nada bien. Voy a darte un ejemplo. Entre la gente de mi compañía, que se disolvió, estaba Antonella Zanutto. Hizo la carrera en la Universidad de San Martín (diplomatura y licenciatura), tuvo becas muy merecidas en la compañía Alvin Ailey de Nueva York, donde aprendió las técnicas Horton y Graham. Volvió. Tuvo una oferta de trabajo para la compañía de Jennifer Müller [también de Estados Unidos], pero por razones de papeles el contrato nunca le llegó. [Ahora] está trabajando de mesera y se mata dando clases para sobrevivir, pero tendría que estar en un escenario, porque es brillante. Las fuentes de trabajo son muy limitadas, y no hay conciencia en la comunidad de que el artista es una persona. De pronto, hay buenas noticias: en La Rioja se creó una pequeña compañía de danza contemporánea. Hay que mirar también para el interior, porque la Capital ofrece todo, pero se traga todo.