ESPECTACULOS
Killing Eve

La normalidad finalmente asesinó a la feroz Eve

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Alteración. La creación de Phoebe Waller-Bridge cambia su característico juego del gato y el ratón. | gza. Paramount

Apenas se ven los títulos del capítulo final de la tercera temporada de Killing Eve, la pregunta inevitable es cómo llegaron hasta ahí. O por qué. Es lo que suele suceder con historias tan inusuales: las exigencias del espectador avezado aumentan cuando se parte de una premisa tan rupturista. Así, el punto de llegada de la última temporada no decepciona pero ingresa en un terreno de normalidad al que la serie no nos tenía acostumbrados anteriormente.

En 2018, Phoebe Waller-Bridge, tras la exitosa y celebrada serie Fleabag, se ponía al hombro esta adaptación de las novelas de Luke Jennings en las que el clásico cuento del gato y el ratón mutaba hacia dos personajes femeninos extravagantes.

Así, Eve (Sandra Oh como la espía burócrata que finalmente encuentra a quién investigar) y Villanelle (Jodie Comer en el papel de la más sofisticada psicópata de la TV actual) abren un juego de persecución atravesado por una atracción homoerótica que ponía patas arriba las convenciones del género del thriller de espías y asesinos internacionales, con la dosis suficiente de humor negro que servía para descomprimir tanta muerte alrededor.

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Dos años después del celebrado y premiado debut, la tercera temporada se emitió con un resultado eficaz en términos narrativos aunque de alguna manera traiciona esa premisa inicial. En realidad, se impone la historia de amor imposible entre las protagonistas, que se presenta como un destino insalvable, a pesar de las incompatibilidades y de los mutuos intentos de asesinato. Sin embargo, hay una clara intención de expandir el universo de Killing Eve, pero que no llega a desarrollarse lo suficiente. La incorporación de tres personajes femeninos queda a medio camino dada la duración de la serie y la potencia de la química entre Comer y Oh.

Sin dudas, sumar a Dasha (Harriet Walter, la mentora de Vilanelle), Helene (Camille Cottin) y a Geraldine (la hija de Carol, interpretada por Gemma Whelan) fue una buena idea –o una demostración de poderío–, pero sus apariciones no hacen más que adornar la historia principal. También pierde sustancia la investigación sobre Los 12, el sindicato criminal para el que trabaja Villanelle, a pesar de ser el motivo de una muerte que enluta a casi todos los personajes, y cuya historia se diluye en el retrato de la mutua obsesión de la pareja principal, que también es un cuento de la aceptación del deseo.

La crisis “vocacional” de Villanelle (y la revelación de sus traumas infantiles) y la aceptación de Eve de su propia monstruosidad proyectan una futura edición donde, tal vez, vivan una relación afectiva. Pero esta temporada se parece más al momento del vínculo en la que no se sabe si son “algo” o pareja. El problema, al desaparecer la erótica del peligro, es si será posible una continuidad que sorprenda como lo hizo el show en sus comienzos ahora que todo se normaliza con una nueva normalidad para los personajes. Sobran ejemplos de fracasos narrativos cuando lo platónico se vuelve real y la tensión sexual desaparece.