El hombre se acerca caminando por la platea del teatro Presidente Alvear recortado por un atardecer escenográfico que cuelga sobre las tablas del escenario. El bello paisaje exótico enmarca su delgada figura mientras pide incrementar el magenta y el amarillo de las luces para acentuar la atmósfera inconfundible de un ballet romántico.
Las nuevas responsabilidades del director artístico del Ballet Estable del Colón distan de las de su época como primera figura de la sala lírica. Hoy, debe estar presente en todos los detalles que hacen al montaje de una obra y como condimento adicional, lidiar con ensayos y puestas fuera de la casa del ballet. El cambio de locación resulta para Raúl Candal (54) “un desafío muy grande” pero parece no haber otro remedio, “no podemos parar”. De hecho, resulta atípico ver una escenografía tan característica del Colón en un teatro de la calle Corrientes: “Es como cuando vos decidís refaccionar tu casa y te prestan un departamento. Tenés que adecuar tu vida a la situación y tratar de pasarla lo mejor que puedas. En este caso estamos tratando de mantener la compañía en actividad.”
—¿Que tipo de adecuaciones se hicieron?
—El espacio es más chico y no cabe toda la compañía. En vez de hacer las grandes obras de repertorio hay que apelar al módulo que se hacía cuando yo entré al teatro: un fragmento de un ballet clásico, diferentes pas-de-deux y un ballet de carácter.
—Es un momento particularmente difícil del Colón ¿Por qué lo convocan a usted justo ahora?
—¡No lo sé! si lo supiera...son cosas que se dan en la vida, creo mucho en la predestinación. Por ejemplo, yo estudiaba en el profesorado de educación física, de pronto surgió la danza y agarré ese camino. Fue como un llamado interior. Por otro lado nosotros queremos rescatar algún valor de la tradición, de aquello que hizo grande a la compañía.
Notoriamente en las antípodas de su predecesor Oscar Araiz, que se propuso modernizar el repertorio, Candal considera que el ballet del Colón debe ser una compañía de repertorio clásico “cosa que se está extinguiendo en el mundo y hacemos muy bien en querer conservar”.
—¿Cuál fue su papel para que Julio Bocca, luego de su largo distanciamiento del Colón, haya decido hacer una despedida con el ballet?
—Yo fui nada más que un nexo entre Julio y las ganas de la compañía de homenajearlo. Creo que le corresponde ser despedido como un grande y compartir ese momento único que marca un antes y un después en la vida de una persona con el Colón. Te lo digo por experiencia propia, en su momento yo también me retiré y tuve una oportunidad como ésta.
—¿Cuál será el programa?
—Probablemente El lago de los cisnes completo y nos gustaría que sea junto a Paloma Herrera. Sería cumplir un sueño, un momento único en la historia de la danza reunirlos a ellos y al ballet en la despedida de Julio.
Padre de dos hijos, uno profesor de gimnasia y pilates para bailarines y otro diseñador multimedia sostiene que la formación de una familia para el hombre bailarín es más fácil: “Si bien tenés horarios atípicos, seguís siendo un papá”, en cambio, para la mujer se complica un poco: “Necesita dedicarle mucho tiempo al bebé y es más difícil volver al físico”. Sus metas en la vida pasan por “trascender desde los afectos” y le gustaría legar a sus alumnos la alegría por el trabajo: “Cada vez que iba a un ensayo o hacía una función era una fiesta. Si hacés algo con pasión y estás motivado por algún llamado interior, no hay cosa mejor que te pueda pasar en el trabajo. No puedo hablar de sacrificios, sarna con gusto no pica”.
De Godunov al plan austral
— El Colón fue uno de los principales coliseos del mundo y da la impresión de que hoy está desaprovechado ¿Cuáles fueron las causas de su declive?
—Lo que influye fundamentalmente es la economía. Hoy en día un euro vale cuatro veces más que un peso y con lo que te cuesta un coreógrafo de primera línea podés costear media temporada. Se limita mucho así presentar lo último de lo último. Si te hablo del ballet, la otra limitación es política. Históricamente, desde que yo entré al teatro, el cuerpo de baile lo que ha pedido siempre es trabajar. Siempre más y más trabajo y más funciones. Pero en general tuvo un lugar relegado dentro de lo que es considerado importante en la programación como la ópera y la orquesta.
—Hace tiempo dijo que como bailarín le tocó la suerte ‘de agarrar el último coletazo de la época dorada del Colón’ ¿En qué se caracterizó ese período?
—La época de oro es cuando venía gente como Nureyev, Margot Fontaine, Maia Plisetskaya, Baryshnikov, Vasiliev, Godunov, Maximova. Lo mejor que andaba dando vueltas por el mundo pasaba por el Colón y nosotros los teníamos ahí. No nos lo tenían que contar o verlo en video. Por ejemplo, tuvimos de primera mano Coppélia y El lago de los cisnes con Jack Carter, La Silphide con Piere Lacotte. Eran todas experiencias con gente muy grosa que podían pasarte mucha información.
— ¿De qué años estamos hablando?
—De los 70 hasta el 80, la última gran época del ballet. Después vino la debacle: fue la época de Alfonsín, la época del austral. Nosotros ganábamos 170 dólares como primeros bailarines. Era una risa, imaginate cuánto le salía al país traer un coreógrafo de afuera. Era un disparate y nos empezamos a arreglar con lo que había.