Sopla, en el aire, un viento de Navidad: en el departamento de la calle Ugarteche todos hablan ansiosos, sin parar, frente a la tele encendida, y en los recovecos del pasillo angosto se cruza gente con paquetes, mensajes, el timbre, ruidosa espera. Carlos Alberto García Moreno, Carlos Alberto García Lange o, si prefieren, Charly García lucha contra un atado de Camel tratando de sacar el último pucho del paquete. Nito Mestre, con barba de marino y piel tostada, acaba de llegar de Miami con un paquete de fajitas mexicanas al que Hilda Lizarazu atacó de inmediato: angustia oral.
Hay tortas, si quieren, y cosas dulces –ofrece Fernando Seresesky, mánager de García, que no para un segundo y con su buzo Adidas Vintage parece más bien un personal trainer con dos celulares en las manos y otro en el bolsillo.
“Los chilenos” (Kiushe Hayashida,Tonio Silva Peña y Carlos González,la banda de Charly antes del Precipicio, ahora parte del ensamble con Hilda, el Zorrito y el Negro García López) están a pleno: ya vivieron los conciertos de Lima y Santiago, pero el gran test es Buenos Aires. El televisor, sin volumen, está encendido para nadie.
García tiene una sonrisa en los ojos, escucha y hace algunas, pocas, acotaciones. Es extraño verlo tan tranquilo. Con su metro noventa y cuatro y ochenta y siete kilos, pancita que amaga a salirse de la remera, García todavía pelea un poco con la ley de gravedad. Hay algo casi imperceptible en sus movimientos que delata los meses de rehabilitación, y kinesiólogo. Pero no es ése el mayor contraste, sino la hiperkinética angustia que parece haberlo abandonado.
Somos seres extraños: lo hemos visto tantas veces desesperado que nos resulta raro verlo bien. Ahí está, sentado, terminando su Camel, feliz, expuesto otra vez a la mirada ajena y quizá más fuerte que nunca.
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