La familia, la infancia, los niños… son temáticas, mundos que atraviesan la obra de Paula Marull. No para celebrarlos ni denostarlos sino como territorio dramatúrgico, como acervo de donde brotan historias, imágenes y atmósferas. Dos de las creaciones que, en cierto modo, están cruzadas por todo aquello son Vuelve y Yo no duermo la siesta, que integran la programación online de julio y agosto que organiza la sala independiente Espacio Callejón.
Desde el domingo 26 hasta el miércoles 29 está disponible Yo no duermo la siesta, ingresando a través de la web de Espacio Callejón o de la de Alternativa Teatral, gratis o a la gorra a partir de $ 50. En esa puesta, Marull oficia de autora y de directora, frente a un elenco en el que, como otros proyectos, está su gemela María; junto a ella, Mauro Álvarez, Agustina Cabo, Laura Grandinetti, Sandra Grandinetti, Luciana Grasso y Marcelo Pozzi.
—¿Cómo surgió y qué camino recorrióla obra “Yo no duermo la siesta”?
—Es un texto que escribí hacia 2012… Los personajes importantes son dos niñas, dos amigas y vecinas. La historia transcurre en un pueblo donde la siesta es medio tierra de nadie; nadie te mira: tengo recuerdos de eso en mi infancia. Me costaba mucho imaginar, dentro del teatro independiente, cómo realizar la obra, encontrar dos chicas. Cuando gané una mención en el concurso del Fondo Nacional de las Artes, eso me envalentonó. Aparecieron rápidamente dos chicas que no tenían exactamente la edad de los personajes, buenas actrices de unos diez y 13 años. En 2014, se estrenó; estuvo muchos años en cartel. A Agus Cabo, cuando empezó la obra, la traían los padres; cuando terminó la obra, ella terminó quinto año y un día hasta vino manejando su auto a la función.
—¿Qué imágenes de la familia creés que aparecen en casi todas tus obras?
—En Yo no duermo la siesta y en Vuelve (estoy pensando en mi propia familia también), aparece la familia elegida, ese lugar donde uno encuentra refugio, donde uno es mirado en el buen sentido: visto, reconocido, registrado. En Yo no duermo la siesta, la familia de Rita (una de las niñas) es Dorita, la persona que trabaja en la casa: no es un lazo de sangre, pero es la que está maternando, junto a un tío, unos vecinos. La familia como la veíamos en los libros de lectura cuando éramos chicos ya no existe más. Hay un duelo, un pasaje de la familia de donde uno viene, del árbol biológico, hacia la familia que uno elige.
—¿Qué vínculo hay entre los materiales de tu infancia y las historias que contás?
—Cuando yo era chiquita, mi papá vivía en Esquina, provincia de Corrientes; me acuerdo porque la infancia es como un casete virgen: lo que se graba ahí te queda como un registro más fuerte. Ahí veías, sentadas en la vereda, familias donde vos no sabías quién era el tío, quién era la madre... en Rosario, una ciudad grande, pero que no tiene nada que ver con la vida de Buenos Aires… Pongo el ojo en los espacios donde he vivido o donde me he conmovido, en detalles de universos más sencillos, de lugares donde yo crecí.
—Con tu hermana María han compartido muchas obras; en “Hidalgo”, por ejemplo, ella escribió y dirigió, y vos, actuaste. Para este año, tenían un proyecto en el Teatro San Martín…
—Sí, Hidalgo era una obra muy chiquita, de escasa escenografía, sin efectos especiales, que nos dio muchas gratificaciones. Este año, en septiembre en el San Martín íbamos a estrenar una obra que escribimos las dos, dirigimos las dos y vamos a actuar las dos. Todo un desafío. Cuando todo esto pase, volveremos al ruedo.
TODOS LOS TRABAJOS
A.S.
Más allá de haber pasado por la conducción –en Cocineritas (Utilísima), en 123 Out (Telefe), entre otros espacios– y el modelaje, Paula Marull es, esencialmente, actriz, dramaturga y directora teatral: “Estoy en un lindo período de gracia. Tengo una autoexigencia más sana. Me costó llegar a esto, encontrar una vocación. Empecé estudiando una cosa, hasta que descubrí que quería escribir teatro. Todo fue paso a paso, y descubrir que lo que yo escribía le podía gustar a otra gente. Hago un relindo equipo con María; nos entendemos mucho en lo creativo”.
“La dramaturga y la directora se articulan –continúa–, son medio inseparables. No me imagino escribir una obra que no voy a dirigir; ahí se termina de completar el proceso. Soy de la vieja escuela: hasta que no tengo el texto terminado no comienzo a ensayar. Actuar lo veo más separado de dirigir y escribir. Voy alternando. Tuve etapas donde he dirigido mucho y no he actuado tanto y extrañé la liviandad de actuar, porque cuando actúo tengo menos responsabilidades. La dirección implica llevar a cargo un equipo. Actuar en obras de otros es saber la letra y salir a jugar: es todo disfrute. No podría dejar de escribir. Es una necesidad más allá de que la obra se haga o no. Dirigir tiene lo social; escribir es una experiencia más solitaria. Después de escribir, es lindo salir a dirigir, porque estás en un contexto de un grupo; es enriquecedor y se complementa bien”.