El teatro y el Estado tienen una intensa, histórica, problemática e inevitable relación material y simbólica. Desde el teatro civil de la Antigua Grecia; el teatro y el poder eclesiástico en el Medioevo; los dramaturgos del clasicismo francés y la Corte de Luis XIV; el período isabelino y los bardos; los teatros experimentales de la Revolución Soviética; los grandes estadios, cabarets y eventos del nazismo; el programa de teatros populares franceses a mitad del siglo XX; casi todo el sistema de teatros públicos europeos del siglo XX hasta la actualidad; la apertura oficial del Colón en el 1900, en Buenos Aires; y luego, setenta años después, el General San Martín y su Centro Cultural…
El filósofo Alain Badiou sostiene que teatro y Estado se necesitan mutuamente y se repelen. La inmensa maquinaria humana y mecánica del teatro no industrial necesita de la subvención del Estado, y éste necesita que su poder sea representado ante las multitudes. Aunque no parezca, los medios masivos de comunicación y la industria del cine no alcanzan a satisfacer aún esa voracidad del Estado de representarlo todo. En Argentina más, porque vivimos “en el país de la representación, el país del peronismo”, como decía Osvaldo Lamborghini. ¡El peronismo puede capturar derechos y representación de los cabecitas negras, las mujeres, los putos, las travestis y hasta de la triple filiación para un hijo!
Sin Estado no hay teatro y sin teatro no hay Estado. Cuando se son indiferentes, hay un Cromañón en llamas y vienen los controles desmedidos de la burocracia estatal. Muchas veces, el Estado o el estado de situación de la maquinaria teme al teatro y lo ningunea, no sólo porque no lo entiende sino porque sus representaciones fisuran su representación de poder pretendida, poder de producción de cuerpos y sujetos identificables, legibles y archivables. Eso es el poder, según Foucault –¡que dios lo tenga en la gloria!–.
El teatro under de los años 80 no sólo se hizo en los sótanos, sino que se hizo contra todo lo que se llamaba “teatro” en aquella década, que no era otra cosa que el estado de situación de la maquinaria serial, conservadora y costumbrista que manda desde hace más de medio siglo en la Argentina. Pero como dice mi amigo Gonzalo Córdova, “el teatro argentino se mueve lento”.
Sin embargo, nuestro derecho al teatro –hablo en genérico, porque estoy pensando en la práctica escénica que puede incluir lo que queramos incluir: danza contemporánea, performances, instalaciones, disertaciones de grandes maestros, desfiles de moda, espectáculos masivos, etc.– puede ser el deseo de actuar en lo público colectivo.
Entonces, el teatro o la práctica escénica le exige al Estado argentino, en todos sus niveles nacionales y municipales, una política deseante que podría consistir en: 1) la creación de zonas de indeterminación e investigación en la formación artística con arquitecturas abiertas, amplias y alegres, que cuenten con equipamiento actualizado y se banquen la irrupción de lo inédito; 2) la continuación, más radical, de la puesta en valor de nuevas arquitecturas teatrales que derramen otras narrativas escénicas o épicas subjetivas y sociales futuras, ya sea mediante la recuperación de edificios patrimoniales del Estado como fábricas, grandes galpones, estacionamientos de autos, antiguos teatros barriales, casonas, anfiteatros abandonados, clubes, o la construcción de nuevos edificios contemporáneos; 3) la ampliación de programas de producción de público infantil y joven; 4) la apuesta fuerte y continua de la financiación de grandes y complejos proyectos escénicos, de compañías contemporáneas y artistas singulares; 5) la reformulación de la burocracia administrativa y sindical de los teatros públicos existentes; 6) la creación de una legislación tributaria y social específica para los artistas trabajadores del espectáculo; 7) etcétera.
Como un ejemplo de esas exigencias de las prácticas escénicas al Estado, rescato el trabajo activista que viene realizando el Foro Danza en Acción, que propone e imagina otro paisaje cultural para la Ciudad, a través de: 1) implementación de programación anual de danza contemporánea, por fuera del Ballet, en el Complejo Teatral de Buenos Aires; 2) renovación de los cargos directivos del Ballet Contemporáneo del Teatro San Martín, estableciendo mecanismos de elección por concurso y herramientas que garanticen transparencia en la gestión; 3) fortalecimiento de la estructura, mejoras edilicias y planes de estudio del Taller de Danza del Teatro San Martín.
*Director escénico, teórico, investigador y docente. Presenta Ensayo de Eros, en el Museo de Arte Moderno (Hoy y mañana).