Agrandado, con algunos kilitos de más y devoto del famoso y desmesurado sexo, drogas y rock and roll, Robbie Williams parece no hacerle asco a nada. Sin embargo, Rob –como lo llaman sus amigos– aparenta haber pasado una infancia normal, al norte de Inglaterra, con su familia de clase media, sus padres divorciados y la compañía de su hermana.
La adolescencia sí le mostró otra arista de lo que vendría: mientras dejó la secundaria y vendía ventanas de doble cristal en la empresa de su cuñado, decidió que su verdadera profesión sería la de actor. Pese a esa decisión (que nunca concretó) la gran oportunidad le llegó cuando respondió un aviso de un diario que pedía una miembro más para una banda de cinco integrantes.
Su madre lo alentó para que se presentara a la audición, donde cantó una canción de Jason Donovan llamada "Nadie puede dividirnos". Esa fue la llegada a Take That, una banda muy similar a lo que en la Argentina se conoce como Mambrú: un éxito comercial que reunía a un puñado de chicos lindos mechado con mucho marketing y publicidad.
Pero Robert Peter Maximilian Williams –que vio la luz por primera vez a mediados de febrero de 1974– tras pasar un buen tiempo con el quinteto logró despegar de esa estirpe y abandonó el grupo para comenzar una carrera solista, en la que –está a la vista–, le fue más que bien. Acerca de aquella etapa, Robbie en algún momento confesó: “Sé lo que mis amigos piensan de las boys bands, que es exactamente lo que yo pienso. El estar en una de ellas era bastante vergonzoso”.
En esa maratónica carrera después de Take That, su primer disco como solista llegó en 1997 con Life Thru a Lens, que incluía canciones claramente ancladas en el britpop como “Lazy days”, “Let me entertain you” y la archifamosa “Angels”. Un año después, obtuvo la venia de la crítica con su nueva producción –el álbum I’ve been expecting you–, que contenía éxitos como “Millennium”, “No regrets” y “Strong”.
“Pueden decir lo que quieran sobre mi música, porque yo sé lo que es: honradamente, buenas canciones. Son sólo eso y no pretendo que sean nada más”, afirmó entonces provocador. Pese a eso, la llegada del nuevo milenio lo encontró bien parado: el lanzamiento de su tercer álbum – Sing when you are winning– lo llevó a dar la vuelta al mundo con su single “Rock DJ”, que estuvo acompañado de un extravagante video clip que revolucionó las pantallas.
Al año siguiente se dio el gustazo de encerrarse con una gran banda de jazz y grabar los clásicos del género al que le pusieron la voz Sinatra, Dean Martin, Sammy Davis y Nat King Cole. El turno de Escapology fue en el 2002 y lo llevó a dar un concierto, en pleno Knebworth Park de Londres ante casi cuatrocientas mil personas. Ese magnífico show dio a luz un disco y en DVD –titulado Robbie Williams Live Summer 2003– que también le significó un éxito de ventas.
Así batió récords, con ocho producciones de estudio, más de sesenta millones de discos alrededor del mundo y quinientas mil copias sólo en Argentina. En esos discos atravesó géneros como pop, el soul y funk con el swing o el tecno y con influencias que van desde Blur hasta Oasis.
En ese despegue, su imagen sexy –adquirida con el quinteto de muchachos– no fue en vano: se lo vinculó a una extensa lista de romances durante los últimos años: Anna Friel, Melanie C y Gerie Haliwell –ambas integrantes de las Spice Girls–, Nicole Appleton de las All Saints, además de Nicole Kidman –recién separada de Tom Cruise– y la actriz norteamericana Daryl Hannah engrosaron la nómina.
En esa sumatoria, las fiestas –y por consiguiente la noche– tampoco le fueron ajenas. A ese combo también habría que agregarle el exceso con las drogas, de donde tuvo que rehabilitarse un mar de veces. “Ahora estoy en el punto en que hago lo que quiero hasta que me vuelvo un poco gordito, entonces paro. Mi vanidad me ha salvado la vida”, dijo en una oportunidad sobre su relación con esos abusos.
Con todo, a pesar del éxito, su vida no parece ser un lecho de rosas para el pequeño Rob: hace un par de semanas los medios difundieron que Robbie había caído nuevamente en una profunda depresión. Y él mismo confesó, ante la cadena británica BBC, que podía subirse a un “un escenario frente a 35 mil o 40 mil personas y decirles, ‘¡Miren, soy el mejor!’ Pero cuando todo termina y me subo al micro del tour, me voy a la cama y me cubro con las frazadas hasta los ojos”.