Sacheri es muy capo en eso”, dice Ricardo Darín, y habla de Eduardo Sacheri, el escritor y guionista. “Eso” tiene que ver, dirá el actor y aquí también productor, con “contar algo que de inmediato querés llevar a una pantalla de cine, que entiende muchas cosas”. Darín es parte del motor de empuje para lograr que ahora esté a días de estrenarse la película argentina más grande del año, La odisea de los giles, dirigida por Sebastián Borensztein, con recorrido ya anunciado en los festivales de San Sebastián y Toronto y basada en el libro La noche de la Usina. Antes del estreno, el 15 de agosto, dirá Darín a la hora de defender el título: “Nos gustó mucho el contrabalance entre ‘odisea’, con la gesta, la épica, y el lunfardo de ‘gil’. ¿Cómo contás, si no, a estas personas intentando recuperar lo que les pertenece?”.
Producida por K&S Films, MOD y Kenya, la compañía productora de papá Ricardo e hijo Chino Darín (que actúan juntos por primera vez en pantalla), el film muestra la venganza de los habitantes de un pueblo contra alguien que aprovechó la crisis de fines de 2001 para estafarlos.
—Uno de los méritos de la película es su constancia casi italiana a la hora de mostrar a los distintos unidos. ¿Eso fue algo que buscaron más allá del libro original?
—El principio de los principios se dio cuando leímos una novela que nos atrapó, y eso se nos dio con La noche de la Usina. Tiene que ver con esa policromía de colores, capas sociales, texturas, personajes. Cuando algo nos toca a todos se desdibujan las capas sociales, las fronteras. Entramos en la sensación ideal de pertenecer todos al mismo grupo. Es romántico pensar que a los personajes de la película, con sus oposiciones, se les desdibujan sus límites entre sí, sus diferencias. Están codo a codo. Lo sé, y sé que llevado a la práctica en la vida real probablemente no ocurriría de la misma forma. Seguramente cueste mucho. Pero ese es el propósito. Si no somos románticos, ¿con qué nos quedamos?
—¿Sos un romántico del cine o un pragmático, sobre todo considerando tu rol como productor (junto al Chino Darín) y una cartelera donde “Toy Story 3” lleva más de 6 millones de personas?
—Con el paso del tiempo y el camino andado, hay una cosa que dice Fede Posternak, nuestro socio y amigo, que siento que cada vez aplica más: podemos dar las batallas en las que tenemos alguna chance de ganar, en las que no tenemos chances de ganar prefiero no perder la energía. Es esto. Hay muchas batallas para dar en cuanto al cine, sobre todo en Argentina.
—¿Por ejemplo?
—Que comprendan la importancia cultural que el cine tiene para una nación, para 45 millones de personas, para dar a conocer una cultura más allá de las fronteras. Es paradójico que nuestro cine goce de una gran reputación en los mejores círculos cinematográficos y nosotros no acompañemos en la medida que se debería. Deberíamos tener una cuota de pantalla que realmente proteja, deberíamos seguir invirtiendo (no “gastando”, ¿eh?, in-vir-tien-do) en nuevos valores, en gente joven, que pongan todo su cuerpo al servicio de contar historias. Eso no es una pérdida. No es un gasto. Es una inversión.
—Suele ser como se agreden determinadas políticas de financiación públicas para con el cine: “Esa película la ven nomás diez personas”.
—Lo que yo creo, si quisiéramos ser un poco más justos, es que es cierto que cuando abrís el abanico entra todo, más allá de cosas que han ocurrido desde tiempo inmemorial con líneas que tienen que ver con el contacto, la vinculación, los amigos… No hablo de eso. Hablo de cosas serias y honestas. ¿Por qué no formar un grupo de gente idónea, con diferentes caminos recorridos, para ver qué proyectos deben ser analizados, estimulados y producidos y cuáles no? Hasta sería más permeable con los proyectos a los que les decís “ahora no”. Abrir el juego y otorgar posibilidades, saber leer el mercado pero también las ganas de filmar.
—¿Qué te genera el arco entre tus películas con Fabián Bielinsky, “Nueve Reinas” y “El aura”, y verte ahora produciendo cine junto a tu hijo y actuando juntos?
—Cómo me gustaría que estuviera Fabián. Sería lo mejor. Fabián me sirvió mucho, su amistad, las discusiones, las puteadas, rompernos la cabeza a la hora de diferentes cosas. Ese año que nos llevó El aura. Todo eso me sirve, sirvió y servirá para entender cómo se arma un equipo de trabajo y el cine. El me decía: “No te pongas a escribir una película. Bajá al papel escenas, diálogos, frases. Si encontrás un hilo conductor entre todo eso, es probable que estés cerca de tener una película. Pero primero imágenes”. Pienso mucho en eso.
—¿Lo escuchás mucho? ¿Lo pensás mucho?
—Sí. Los escucho mucho. A él y a mi viejo. Los escucho. Los tengo en el ADN ya. Someto mis dudas e incertidumbres a sus probables y posibles veredictos. Me lo imagino a mi viejo diciendo “Olvídese”, o a Fabián diciendo “¿De qué me estás hablando?”. Me acuerdo que una vez, whisky de por medio, le llevé un proyecto que me habían pasado, que me gustaba, y me dijo: “¿Vos por qué querés hacer esta mierda? No hagas esto, sos un tipo más luminoso”. Ojo, no es que me propongo que aparezcan. Se me aparecen.
—¿Te reconfiguró algo de lo que sentías hacia tu profesión la presencia del Chino como profesional?
—No, me hace pensar en otras formas, en las que no me anoté, o que ignoré a su edad. El hace un camino propio muy bueno, se deja la piel en muchas cosas, como en La noche de los doce años. Es reconfortante el hecho de que hoy en día, mirando para atrás, él sienta que valió la pena. Lo peor es cuando mirás para atrás y pensás “¿para qué?”, “¿por qué no fui más económico?”. Lo que veo en él es un gran enfoque, algo que yo no tenía. Yo era más volado. Un poco por herencia de mi viejo. Yo soy una bisagra entre mi viejo y él. Mi vieja, actriz, Renée, guerrera de todas las batallas, era mucho más pragmática. Soy una mezcla de los dos. Mi hijo hereda un poco más de mí que de mi viejo. Me hubiera encantado que se conocieran. Esto te habilita y te entusiasma a imaginar cómo sería un hijo de él.
“Cada vez me gusta mas el cine”
—Te veo con ganas de cine. ¿Cómo lo vivís hoy?
—Cada vez me gusta más el cine. Formar parte del cine. Tener la chance y la gran responsabilidad de idear historias, proyectos. Es titánica la tarea. Es muy peliagudo. A diferencia de cuando era pendejo, que laburaba en cine pero me daba igual. Es cierto que hice muchas cosas de las que no me enorgullecí. Después por cruces, personas, me interesé en otros ángulos. Básicamente empezar a entender cómo es el método del actor aplicado al cine. Eso lo aprendés en la cancha. Pero te lleva mucho trabajo: yo invertí tres años en La odisea de los giles. No hablo de guita, hablo de tiempo, que es lo más valioso que podés tener.
—¿Pensás en cuántas películas te quedan o cuántas ya hiciste?
—De ninguna de las dos formas lo pienso, porque es vivir lo que queda de forma angustiante. Sobre todo para adelante. Pero a veces leés biografías de actores y ves que hicieron 173 películas: ¿cómo hicieron? La respuesta fácil es que no les importaba un carajo. Pero aun así, ¿cómo se hace? Fabián, cinco años después del estreno de Nueve Reinas, el hito, me dijo: “Estoy harto de Nueve reinas”. Uno se cansa después de haber estado enfrascado mentalmente. Ayer, y te cuento una tontería, tuvimos una rueda de prensa. Yo viví muchas. Muchísimas. Perversas, incluso, con hasta cincuenta notas por día y no podía ir a comer. Anoche llegué a mi casa y tenía 136 años. No hay cansancio más profundo y que se imprima con más dolor que el mental. Yo digo lo que siento, pienso, creo, trato de decir no tantas veces lo mismo.
—La película cree en la gente común, y no suelen ser parte de nuestro cine desde este lugar; ¿cómo vivís eso?
—Nunca se da la confirmación de un grupo que no pertenezca a la misma clase, a la misma línea, al mismo segmento. Salvo, eso sí, en films como La armada Brancaleone, alguna de las referencias maravillas con las que hemos flirteado. Gente común, de trabajo, honesta pero también, si ves con atención, que no son únicamente buenos. Tienen sus cosas, sus agachadas, sus trampitas, sus posiciones. Es bastante más parecido a la realidad que un grupo de gente perfecto.