Esmeralda y Corrientes, 5 de la tarde. El calor es insufrible y los estruendos de la calle felizmente se demoran en las dobles ventanas del restaurante del Maipo. En ese primer piso sofisticado, en blanco y negro, y con las luces más bajas por el calor, Enrique Pinti resume, con su típica inteligencia pragmática y deslumbrante, esta nueva obra que fascina a los porteños.
—Mirá, El pingo argentino es un espectáculo que yo venía rumiando desde hace tiempo –explica Enrique–. Aunque, bueno, las que rumian son las vacas... En fin, relinchando para mis adentros. Yo considero que el caballo es una cosa muy argentina y nos define en varios sentidos. Primero, porque somos como caballos en muchos momentos de la vida. Segundo, porque elegimos caballos. Tercero, porque nos gobiernan caballos... Y toda esta lista es como un insulto al caballo, que es un animal muy noble y también representa a lo mejor de la Argentina. El purasangre argentino, de fama mundial, ese caballo que hace que vengan los ingleses a buscarlo para sus juegos, con familias reales que se mueren por ellos, es un poco este país. La gente lo considera un país enorme, maravilloso, increíble, con un montón de recursos. Un país purasangre, como también lo es el “pingo”. Fijate, está el costado del turf, de Gardel, de Leguizamo, que pinta de cuerpo entero al hombre porteño y que finalmente es la imagen que da vueltas por el mundo.
—El “paquetón” en el Hipódromo...
—Desde ya, y mezclado con la corrupción que significa drogar a un caballo para que gane. O sea que el caballo también aparece en las primeras transfugadas argentinas. Por supuesto que es también el del indio, el del gaucho y el del arado primitivo que forma la riqueza del país. El del malón. Por eso, para mí, el caballo es un símbolo muy importante. Y si bien en el espectáculo yo no analizo todos estos aspectos, sino algunos, me pareció que unir la realidad argentina con un caballo no era para nada absurdo. Cuando me preguntaban: ¿Pero qué vas a hacer? ¿Qué estás preparando?, yo no le podía contar todo esto a la gente. Después lo fui organizando y vuelvo a relatar entonces la misma historia que he contado toda la vida, desde Salsa criolla, y aún antes. Eso de la paradoja permanente: ser un país rico, pero anotándonos como uno pobre; subdesarrollado en ciertas cosas y muy avanzado en otras. País contradictorio con un perfil muy importante en ciertos temas y ninguno en otros. Un país sin demasiado apego a sus tradiciones, como sí tienen otros países del Tercer Mundo. Una tierra con aspecto cosmopolita, cosa que a veces nos ayuda y otras, nos hunde...
—Todos los temas que tenés siempre en el corazón...
—Sí, pero utilizando la metáfora del país-pingo-purasangre montado por gente pesada, muy pesada. Gente que no lo deja avanzar ni en un sentido ni en otro. Inapropiada. Yo, entonces, me personifico en ese jockey que no es un jockey: es un jinete con chaqueta roja, tal como se ve en los afiches, y que tiene una mezcla de inglés por cómo está vestido; de futbolero, porque lleva un gorro con visera azul y blanca; de bacán, y al mismo tiempo de lumpen. Está “puesto” sobre ese caballo, pesando 125 kilos y haciéndolo morir. Es el lastre que lleva el caballo, el pingo argentino: ¡que es el país! El pobre purasangre que está siempre jineteado, como te decía, por gente pesada...
Lo notable en Pinti es que con Salsa criolla –excelente espectáculo– comenzó a hacer pensar a la gente. Y hoy no solamente lo logra, sino que el público espera sus observaciones y enojos como una flecha en el camino.
—Sí –reflexiona Enrique–, contar la historia... Yo creo que las cosas hay que contarlas muchas veces. Cuando éramos chicos, nuestras abuelas nos contaban Caperucita Roja, La Cenicienta, Blancanieves, Pulgarcito o lo que fuera, 50 veces. Adorábamos que lo volvieran a relatar. Según lo contara tu abuela, tu tía o tu papá, el cuento sonaba distinto, porque cada uno de ellos daba una imagen diferente. O porque lo actuaban o lo contaban muy rápido o simplemente acentuaban tal o cual escena. El mismo cuento contado por esa cantidad de gente era el mismo cuento y, a la vez, ¡tampoco era el mismo! Y yo vengo contando, desde Salsa criolla, de muchas maneras, la historia argentina. El Cabildo, la Escarapela, la Bandera. Qué pasó con Belgrano, con San Martín, con Sarmiento. Y cada tanto vuelvo a hacer una revisión diferente y lo cuento desde un distinto lugar, ¡con la sensación de no haberlo contado nunca! Ojalá que al público le pase lo mismo y no me diga: “¿Otra vez sopa?”.
—¡Con vos nunca es “otra vez sopa”! Todos los que te seguimos sabemos que cada noche agregás algo de tu vivencia personal al espectáculo...
—Sí, por supuesto. Siempre tengo “espacios” en los que yo puedo, digamos, variar de acuerdo con lo que ocurra. En este caso, por ejemplo, el monólogo de entrada del jockey, ahí, con el caballo, narra todo lo que pasó desde el año 2000 hasta 2007 en el mundo; porque el siglo XXI ha empezado, y no sólo para nosotros, como el culo, con el tema del “corralito”. Es más: cuando uno ve todo lo que pasó del 11 de septiembre al 11 de marzo... Irak, Irán, bueno, todo eso, el “corralito”, que era algo trágico para nosotros e incomprensible para el resto del mundo, aparece como una cosa grotesca sin las consecuencias terribles que tuvieron estos otros acontecimientos. Parecería como que en un lado ocurre la “gran historia” (trágica, tremenda, injusta, sangrienta, horrible), y en estos lares nuestros, en cambio, se desarrolla la “historia bochornosa”, ¡la que te roba los ahorros y te rompe la alcancía! Cosas tan raras... Y afuera dicen: “Pero ¿cómo puede ser? Ustedes, que no tienen los problemas enormes que tienen otras sociedades, consiguen lo más difícil y no pueden tener lo más fácil, que es la mínima confiabilidad de un sistema que diga ‘bueno, la plata la voy a poner en el Banco para que esté bien segura’”. Sobre todo, si son los bancos nacionales... En fin, a nosotros nos azotó 2001, pero si lo comparamos con lo ocurrido en el resto del mundo... Entonces, yo hago una especie de análisis y en ese primer monólogo, lo del mundo puede seguir. Y lo de aquí; es decir, lo que escribí en septiembre de 2006, tiene menos vigencia y lo voy a tener que cambiar. Porque, mirá, hay cosas que quedan siempre fijas. Por ejemplo, el bochorno de cada una de las personas que gobierna. No me refiero solamente a los presidentes, sino a los destacados ministros de áreas como Educación, Salud, Interior y, sobre todo, ¡Economía! Hay cosas que no se borran. Por ejemplo, el autoritarismo de Kirchner cuando, como dicen los gallegos, “se le va la olla de la cabeza” y empieza a gritar; a llegar tarde a todos lados; a mandarse faltazos a las citas, etc. Todo lo que sabemos sobre su mala educación. Eso va a quedar por más que él haga cosas mejores o peores, según mi modesto entender. Por lo tanto, yo tengo una sección dedicada al Presidente, al que identifico como un Pingüino que se cree Luis XIV y que mira lo más fijo que puede y que se enoja con todo el mundo. Es el “pingüinis irritábilis”. Y la Reina Cristina... bueno, ¡es algo más que una marca de medias! ¿No te acordás, cuando éramos chicos, que era una marca, con una mujer divina sentada sobre un caballo que mostraba las piernas?
—Por supuesto. Y venían en sobre rojo...
—Entonces, esas características que son aparentemente exteriores te indican una manera de encarar el poder desde el Gobierno. Y esto, claro, figura en el monólogo. Y no va a variar. Lo que seguramente, en cambio, va a permanecer, para bien o para mal (y esperemos que sea para bien, pues al país le conviene) es la observación de cuánto meten la pata los funcionarios de manera imperdonable o no. Pero no solamente me ocupo de ellos, sino también de la oposición, que es un abanico lamentable de estúpidos que, con todo respeto, porque yo tampoco me creo tan pícaro, dan pena. Y dan pena porque cuando quieren discutir los errores u horrores del Gobierno, discuten mal, porque lo hacen desde la reivindicación de otras teorías que han fracasado estrepitosamente en nuestro país. Entonces, cada vez que Kirchner se manda un delirio populista, ellos vienen con un delirio privatista de cuarta categoría, que ya se hizo en el país bajo todas las posibilidades: con dictadura, con democracia, con un gobierno más social, con otro más autoritario. Desde el señor Alsogaray y el señor Frigerio, ya todo se hizo. Y si no lo hicieron ellos, lo intentaron a través de sus representantes o de la gente que pusieron en el poder, ¡nunca funcionó!
—Y, según vos, ¿qué tendría que hacer, entonces, la oposición?
—Te voy a explicar. Como nunca funcionó, cuando uno tiene que oponerse a un delirio populista o a una barbaridad cualquiera, tiene que moverse con medidas muy concretas que no se hayan aplicado nunca en la República Argentina. ¡Aunque estén en los libros de economía! Pero ¡es que no se puede decir alegremente, como dice Menem: “Hay que volver al uno a uno y dolarizar!”. De sólo pensarlo se te paran los pelos... Y los otros, los que no se atreven a decir semejante cosa, se refieren sinuosamente a “ese tipo de cambio”. Entonces, otra vez, etcétera... Te digo: una de las pocas cosas importantes que tuvo la devaluación es que trajo alrededor de cinco millones de turistas y, por consiguiente, un desarrollo que significa puestos de trabajo y una buena imagen de la República Argentina, porque yo viajo por el mundo y todo el tiempo me dicen que se quieren comprar un departamento en Buenos Aires...
—En cada esquina aparece un gringo...
— Están por todos lados, porque de verdad descubrieron que éste es un país fantástico. Tenés una entrada maravillosa que es Buenos Aires y después tenés el Sur, donde parece que te atienden muy bien. Tengo un montón de amigos españoles que han venido a hacer todo lo de Caleta Olivia y lo de las ballenas y dicen que no solamente las ballenas son extraordinarias sino: “¡Hombre! Nos tratan bien. Con gentileza. Hemos ido a muy buenos hoteles. Todo el mundo tiene una sonrisa amable”. Y yo me pregunto: ¿pero qué pasó?, ¿los operaron? Yo tenía una visión completamente distinta: “A ver, ¿qué quiere?, ¿qué le importa?”, etcétera. Todo lo que sabemos. Parecería que una de las pocas cosas positivas que trajo esa crisis es que alguna gente se puso las pilas. Como te decía, empezando por Buenos Aires, maravillosa, cosmopolita, increíble. Si me gusta la ópera, tengo el Teatro Colón que, olvidando a todos los intendentes que querríamos matar, visto de afuera es una cosa impresionante, aunque a nosotros nos parezca que tendría que estar mil veces mejor. Y al que le gustan las comedias musicales y no entiende inglés, puede ver aquí Los productores, Chicago, Cabaret o lo que quieras, con una puesta en escena espectacular. También te digo que la gente gay viene a Buenos Aires porque consideran que es una ciudad “amigable” para ellos, con hoteles específicos y todo. A mí me parece que todo eso se pudo hacer por el 3 a 1. La primera razón por la que vino esta gente es porque es barato.
—En general...
—Sí, ya sé: están los vivos de siempre, que empiezan a ajustar los precios sin entender que entonces todo ese turismo va a dejar de venir. Entonces, digamos que una de las cosas que trajo ese dólar presumiblemente demasiado devaluado se traduce en bandadas de turistas que no arreglan el problema básico de la Argentina. Pero cuando escucho a la oposición decir que el sistema de cambio no sirve, me agarro la cabeza. ¿Les servía más el 1 a 1 porque se podían ir “pa´fuera” y cerrar las industrias nacionales? ¡Realmente no entiendo a la oposición! Se les ve mucho el plumero, como dicen los gallegos. En seguida se nota lo que quieren hacer.
—Por ejemplo, ¿qué quiere hacer Macri?
—¿Macri? No sabe. ¡Lo que él quiere es ser presidente! Eso sí es cierto. Pero no sabe si aliarse con Lavagna o con López Murphy o con algún peronista o qué sé yo... Sabe que él solo no da. Necesita aliarse y no sabe con quién.
—¿Y la doctora Carrió?
— Lilita dice cosas que a mí me desorientan. Por ejemplo, decir que el problema del campo no se resuelve porque Kirchner está resentido contra los ganaderos porque son ricos, es una cosa que nunca pensé escucharle a Lilita. Lo puedo escuchar de una María Julia, pero no de ella. “¡Está resentido porque odia a la gente millonaria!”: eso lo puede decir la gente millonaria, los representantes de la Rural. “Claro, ¡este tipo nos tiene bronca porque está en una chiripiorca comunista con Chávez y nosotros, que de alguna manera significamos la oligarquía!” Pero que Lilita diga que es por eso... En fin... Creo que la actitud del Gobierno con el campo es absolutamente desacertada: las retenciones no tienen razón de ser porque el tipo que está en el campo tiene la vaca a un precio, y todos los intermediarios son los que se están haciendo millonarios con eso. La gente de campo, al lado de lo que gana el resto, termina cobrando dos pesos por la crianza y la manutención de ese animal. Te repito que las retenciones están absolutamente de más.
—¿Y los radicales?
—Los radicales, como dijo nuestro amigo Nik, ¡se dividen como para demostrar que el átomo también se divide! Cuando quedan dos o tres en el padrón, resulta que aparecen los pro-K, los contra-K, los requetecontra-K, y ahora algunos se van para el lado de Lavagna. En fin, no se han dado cuenta de que son un grupito y que no pueden avanzar hacia ningún lado.
—Supongo que tu “pingo” también ve que el “pingüino” va rumbo a la reelección.
—Aparentemente, sí. Lo que pasa es que el pingo está muy confundido porque por un lado dicen que va a estar Cristina y no va a estar él. ¡Lo cual no se lo cree nadie! Eso implica dos cosas: primero, una total pobreza de la paleta política para que la gente elija otra cosa fuera de lo real e importante que significa una alternativa superadora; y segundo, es muy peligroso, porque la acumulación de poder y la eternización en el poder no son cosas buenas. Nuestra Constitución otorga 4 años y 4 más, y me parece que 8 años no es una tragedia como si fueran 12. Lo de Misiones demuestra que hay capacidad de reacción. Cuando una provincia argentina se plantea tranquilamente que lo de la reelección perpetua es una barbaridad, es una buena señal. A lo mejor se le puede ocurrir a Chávez. Pero Chávez tiene otro esquema, otra historia y viene de otro lado. A nosotros, después de tanta dictadura y veintipico de años de democracia, no se nos puede decir tranquilamente que tiene que haber una reelección permanente, ¡porque eso es la antítesis de la democracia y no tiene ningún sentido!
Enrique se indigna. Y con razón. Pero también queremos llevarlo a esos recuerdos de infancia en el que una solícita mamá lo esperaba todas las tardes, al terminar la escuela, con el Vascolet y las vainillas.
—Ese fue el tiempo de un chico que nunca se imaginó que podría ser un referente –explica ante nuestra insistencia con lo de la referencia–, pero sí alguien del espectáculo. Cuando tenía 7 u 8 años, soñaba que iba a tener un éxito extraordinario, ¡con la gente aplaudiéndome de pie! Lo que pasa es que yo pensaba también en grandes representaciones como Hamlet o Romeo y Julieta o comedias musicales. ¡Qué sé yo! Me aplaudían, en mis sueños, por mis interpretaciones, pero nunca me imaginé que los monólogos tendrían tanta vigencia. Por ahí en el ’68, cuando yo estaba en Nuevo Teatro, apareció alguien que tiraba las cartas y me dijo: “Tu opinión va a pesar mucho en la política del país. Tené cuidado, porque esa opinión también te va a generar inconvenientes, enemigos. Te van a perseguir (lo cual no ocurrió, gracias a Dios)”, pero pensé que el tipo estaba loco. Nunca me imaginé que podría ser un referente. De todas maneras, yo no soy un referente verdaderamente intelectual, filosófico e importante. La gente me toma como un cronista de la realidad con cierta agudeza y sagacidad. No más que eso. Y me encanta que sea hasta ahí nomás. Yo soy sólo Enrique Pinti, un referente popular.