A sus 84 años, Héctor Alterio (1929) se define, de pasada por la Buenas Aires donde no vive desde que fue amenazado por la Triple A, como alguien que está “haciendo un trabajo que me gusta, que no estoy obligado a hacer y en algo que vengo haciendo desde los años 50”. Ese algo, es, obviamente, actuar. En teatro, televisión y, al menos la semana pasada y por primera vez en 12 años, en una película argentina. Fermín, la película a estrenarse el próximo año fue la oportunidad de Alterio no sólo de rozar “una de mis pasiones, el tango” (ya que interpreta a un paciente de un neuropsiquiátrico que se descubre sólo habla con letras de tango, personaje que será también interpretado por Luciano Cáceres) sino, “después de tres años, cuando vine a presentar una obra con José Sacristán”, de realizar un tan emocional como relámpago paseo por Buenos Aires.
—No puedo evadirme de un lugar que me conmociona permanentemente con todo lo que aquí acontece. Y no hablo de situaciones políticas, sino de sensaciones, de recuerdos que me pertenecen. Veo casas que me pertenecen, barrios, calles, edificios. Escucho el sonido de las conversaciones.
—¿Nostalgia?
—Sueno realista, no nostálgico.
—¿Y qué viste ahora en Buenos Aires que te haya hecho sufrir o gozar?
—Veo a Buenos Aires desordenada, sobre todo en algunos sectores significativos, puntuales, como puede ser la calle Corrientes. El frente del Teatro Municipal que era una cosa impoluta, con limpieza, es un lugar donde de pronto me tropiezo con gente que está viviendo ahí, haciendo su propia casa. Me llama poderosamente la atención el acostumbramiento de la gente que pasa como si no existiera todo eso.
—¿Y políticamente, cómo ves al país?
—Escucho, escucho, porque tengo un cierto pudor. Me detengo porque no sé los nombres de los diputados. Te puedo, sí, dar una impresión: entiendo que hay confrontaciones, pero que no hay oposición a la política del Gobierno, al menos no una cosa contundente. Y veo una gran oposición por parte del periodismo, que se produce como efecto de que está vacío el espacio que tiene que cubrir una agrupación política.
—Siempre usaste una frase de Bonavena para referirteal actuar en teatro: te sacan el banquito y quedás solo. ¿Sentís que te sacaron el banquito muchas veces en la vida? ¿Tenés miedo que pase ahora?
—Sacarme el banquito es una imagen que yo asocio a cuando tengo que salir a escena. Soy yo, y no hay vuelta atrás. Solo. Ahí está mi ringside. Eso es sacarme el banquito. En la vida, tengo mi mujer que me apoya y mis hijos con trabajo, y yo que no tengo Alzheimer. Por ahora tengo banquitos. Tiende un poco la memoria ahora a intentar cambiarme; yo estoy muy alerta, porque me cuesta más trabajo retener, algún dolor que otro, pero no pasa de ahí. Me siento afortunado: me acuerdo números de teléfonos y camino solo.