La estrella posa sus piernas en un puf blanco del camarín. Sin nervios, amable, juega el juego que mejor sabe después de tantos años de una carrera que la ubica en la cima del monte Olimpo local, no sólo por su obra, sino también por su vida. No hay argentino que no sepa que Susana es la Giménez, que se enamoró de Monzón, de Darín, que fue mamá casi adolescente, que llegó a la popularidad con el “shock” del antiguo jabón Cadum y que nunca, pero nunca, bajó del pedestal. Y a pesar de estar allá arriba hay que decirlo: “Su” es la más humana de las divas. Y la menos conflictiva con sus colegas. Lo que piensa, si piensa mal, lo cuenta en privado. Por algo hizo famosa la frase “a mí me gusta saludar a todo el mundo”.
—No te peleás como Moria, Mirtha, Georgina, Antonio...
—Soy totalmente armónica. Yo no quiero meterme ni opinar del tema porque después la gente salta como leche hervida.
—Sí, pero alguna opinión debés tener.
—Es una cosa de locos, no sé qué pasó. Yo estaba en Estados Unidos cuando empezó este quilombo, me lo contaron todo por teléfono y no lo podia creer. Son cosas que pasan, ya va a pasar.
—No te querés ni siquiera meter como Samoré para arreglar el entuerto.
—Creo que se habló con Moria como para que venga y se amigue con Antonio acá y no quiso. Dijo que lo quería seguir hasta las últimas consecuencias. Y a Antonio no le dijimos nada pero él no quiere pelearse. Igual no quiero opinar, es como meterse con un matrimonio. Siempre quedás hecho un pelotudo, el matrimonio se arregla y después se pelean con vos porque te metiste.
Alta literatura. A los límites del lenguaje de Wittgenstein, Susana los trangrede. Sin siquiera tenerlos en cuenta. Dueña de una inteligencia poco común, utiliza todas sus armas según el momento, el adversario y el objetivo. Hace años que quería seguir el camino de Tato Bores e incluso inventó la palabra “tatoborizando” para decir que iba a trabajar seis meses (en este caso cinco) y el resto ocuparse de sus placeres y sus gustos. Como instalarse en Miami, donde Rosa, su mucama, va sólo tres veces por semana, de modo que si no come afuera se arregla con las sopas Campbell y deja la cama algunas noches sin hacer.
—¿Te ves haciendo humor político como Tato?
—No, ojalá pudiera. Está bien que le escribían los monólogos, pero los decía como nadie, y con una velocidad. Nadie puede eso, y además se los sabía de memoria. ¿Sabés lo que eso? Yo detesto estudiar
—¿Sentís que hay más libertad de expresión que en la época de Tato?
—Mucha más. Tato se ligó los milicos. O sea que era todo a fuerza del carisma, inteligencia de los que le escribían, Basurto y Varela, ¿no? Unos genios, era una cosa increíble. Pero ahora hay muchísima más libertad de expresión. Lo que pasa es que él, con ese humor que tenía, tocaba temas re álgidos…
—¿Y ahora?
—Hay otra clase de humor, la gente es un poquito más agresiva que antes. Antes era todo con mucha clase, con mucha educación. Había códigos, respeto por las instituciones, por el presidente. Ahora la gente, al presidente, le dice “Cacho, Cholo, Toto, Néssstor o Carlito”, o no sé, como se llame...
—¿Y a Cristina?
—A Cristina, Cristina. No es tan simpática, o sea, no le llega tanto a la gente como Néstor, que es más dado. Ella por ahí es más para adentro. Igual, me encantaría tenerla en el living, pero no hace entrevistas
—¿Cuál es la pregunta que le harías a Cristina, hoy?
—Me gustaría que reviera todas sus cosas y que dijera cómo ve su gobierno hasta ahora. Si se puede evaluar ella misma. Una autocrítica, que diga en qué se equivocó.
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