Son casi las tres de la tarde, pero acaba de salir de la facultad y todavía no almorzó. Durante la entrevista, Wanda pasa sonoramente las páginas de una revista de personajes. A los cinco minutos anuncia que se va.
—Mi hermana y yo somos muy pegotas. Como Maxi ya se fue, estoy instalada en la casa de ella. Pero cuando estaba él, también salíamos mucho. La noche siguiente a la boda me invitaron a quedarme con ellos. Yo les decía que tengan un poco de intimidad, pero como en Rusia están muy solos, les gusta aprovechar.
—¿Te gustaría mudarte sola?
—Pensaba en irme a Belgrano para estar más cerca del centro, pero no hay nada más lindo que llegar a la noche “muerta” y encontrarme con la comida casera de mi mamá. Poder hablar de lo que hice en el día, mostrarle los contratos a mi papá o preguntarles qué les pareció una foto. Siento que con 19 años todavía lo necesito. Estoy cómoda y ya se les fue una hija, si se les va otra se mueren. En ese sentido, Wanda y yo somos muy chapadas a la antigua. Mi mamá lo mismo: la primera noche que faltó a su casa fue la noche de bodas.