Hace poco tiempo presencié una audiencia que condensó, en apenas unos minutos, lo que Pierre Bourdieu definió como el “poder simbólico del campo jurídico”.
Una defensora pública, y una persona con discapacidad. En teoría, una escena de amparo y representación. En la práctica, una demostración del ego institucional.
La defensora monopolizó la palabra, buscó el reconocimiento de su superior.
Entre tecnicismos, anécdotas sobre su trayectoria y frases de autoelogio, se olvidó de lo esencial: su representada no comprendía una sola palabra.
La mujer que debía sentirse protegida, salió de la sala con más inseguridad que con la que entró.
Bourdieu explicaba que el derecho es un campo con sus propios rituales, jerarquías y símbolos. Pero en realidad el tecnicismo sin empatía es una forma sofisticada de distancia social. Cuando el lenguaje se vuelve inaccesible para quienes deberían comprenderlo, deja de ser una herramienta de justicia y se transforma en una forma elegante de exclusión.
En el ámbito judicial, muchos confunden el deber con el reconocimiento. Y así, la vocación de servicio se diluye entre saludos protocolares y jerga solemne.
El ego institucional se alimenta de su propio reflejo: mientras más formal, más importante; mientras más inaccesible, más legítimo.
Pero, ese reflejo no devuelve justicia, sino vacío.
El justiciable —la persona real, con miedo, con historia, con humanidad— queda al margen. Escucha palabras que no entiende, ve gestos que no le pertenecen y firma documentos que apenas puede leer.
El sistema habla de él, pero no con él.
La paradoja es dolorosa: el derecho, creado para proteger, a veces se transforma en sistema generador de distancia entre el ciudadano y sus derechos.
Escribo esto desde la convicción, de que
cada vez que el ego institucional se exhibe, me confirma por contraste la necesidad de ejercer el derecho desde otro lugar: más humano, más claro, más honesto.
Los ejemplos que más nos enseñan son aquellos que nunca quisimos tener.
Por eso, a quienes actúan desde el ego institucional, solo puedo agradecerles.
Porque su forma de hacer justicia me recuerda todos los días que el verdadero poder no está en el título ni en la jerga, sino en la capacidad de mirar a los ojos a quien confía en nosotros.
Dra. Yasmín Ailén Ruiz González
Abogada – M.P. 1-40660
MF. T 508 F 434
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