En su academia online, las clases rompen con lo conocido. En lugar de ejercicios repetitivos, hay desafíos que invitan a pensar. En vez de memorizar, se explora. Y la geometría —esa gran incomprendida— se convierte en un puente entre la lógica y la belleza: vitrales, fractales, mandalas, arquitectura, naturaleza. Todo tiene una estructura esperando ser descubierta. No por azar eligió esta rama: es visual, profunda, poética. Como ella, muchos docentes quieren enseñar distinto, aunque el sistema los encierre en programas extensos, fragmentados y sin sentido.
Quienes llegan a sus talleres lo hacen con una historia de desencuentros. “No era miedo, era aburrimiento”, dicen. Y yo también me aburría en el colegio: no entendía para qué servían los números que me hacían repetir. Pero algo cambia cuando se conectan con decisiones reales: calcular un crédito, descifrar promociones engañosas, o entender el interés compuesto. La matemática, entonces, deja de ser una enemiga abstracta y se vuelve una herramienta poderosa para vivir con autonomía.
Desde Geometría Viva hasta propuestas de matemática financiera para emprendedores, cada espacio está diseñado para despertar el pensamiento. Se aprende observando, construyendo, analizando, aplicando. No se trata de formar genios, sino personas despiertas. No de resolver exámenes, sino de formar cabezas con criterio. Para los docentes, es también una invitación a recuperar la alegría de enseñar con sentido.
El mensaje que atraviesa todo es claro: estudiar matemáticas es un acto de rebeldía en un mundo que teme al pensamiento crítico. Porque cuando alguien comprende lo que antes solo repetía, empieza a mirar el mundo con otros ojos. Empieza a cuestionar, a crear, a decidir.
Y eso es lo que hace tan viva —y peligrosa— a esta matemática: que no busca obediencia, sino libertad.
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