Si logramos abstraernos de las estridencias habituales de la campaña electoral, resulta sugestivo notar que el campo de batalla que las dos figuras más convocantes de la política argentina, Cristina Fernández de Kirchner y María Eugenia Vidal, eligieron para polemizar es el de la iconología. La expresidenta dio el puntapié inicial cuando en Sinceramente (y, después, viva voce en un acto en Rosario) objetó el tratamiento benevolente que la gobernadora recibe por parte de los medios. Mientras que Vidal es representada como un hada virginal, afirmó, ella sufre las distorsiones propias de un “estereotipo”, el de la mujer peronista tensada por una constante furia uterina.
Recelosa, como si se tratara de una zona de significados radioactivos, la gobernadora se limitó a responder que le generaba una “sensación de mucha oscuridad” y que no pensaba ingresar en ese nivel del debate. A Borges, que perseguía incansablemente los enigmas de las simetrías, le hubiese encantado esa alusión a una oscuridad digna de cautela. Es que, con su reserva la gobernadora anticipa una cercanía. En términos simbólicos, ambas figuras están más conectadas de lo que parece. De forma muy sumaria, intentaremos incursionar en ese campo de vinculaciones opacas para descubrir el espejo.
María Eugenia Vidal respondió punto por punto a Cristina, Máximo y Kicillof sobre la "campaña sucia"
Primero, y sin ánimos de cargar las tintas sobre la genealogía de la disputa, es necesario advertir que un argumento similar al de Cristina ya había sido planteado –con mayor sofisticación, es cierto– por el artista plástico Daniel Santoro. Sobre la base de una tipología atribuible al historiador Aby Warburg, Santoro ha insistido en que la construcción de la imagen pública de Vidal remite a un ícono clásico, a saber, la ninfa virginal y vulnerable que debe ser protegida por la comunidad.
Para continuar en esa misma clave de análisis, podemos añadir otro antecedente, más relevante aun por su estatura política: el de Isabel I de Inglaterra, la reina virgen y soltera, castamente casada con su pueblo. Por supuesto, este rasgo replicaría el de la ninfa que tanto Santoro como Cristina identifican en la gobernadora. Pero la soberana inglesa era un personaje complejo y equívoco. Su temperamento no se agotaba en la pureza de la paloma, sino que incluía los atributos de su insignia personal: el fénix. En un poema elíptico llamado El ave Fénix y el tórtolo, Shakespeare describió la curiosa equivalencia que ambos pájaros encontraban en la reina, como si se tratara de “una sola naturaleza con dos nombres… que confunde a la razón”.
La extraña alianza entre Cristina y Vidal
En síntesis, el ícono de la gobernante femenina se desdobla tanto en la castidad de la paloma como en la resistencia o, como se suele decir hoy en día, en la resiliencia del fénix. A alguien podría ocurrírsele, empero, que la imagen que referimos es demasiado lejana. No tanto, en realidad. Si relajamos la mirada, comprobaremos que nuestro emblema nacional más reconocido, Evita, también encarna y actualiza ambos semblantes, el de la ninfa pura y el de la autoridad resuelta que vaticina un resurgir de entre los jirones. Como en un cuento de Borges, nuestro destino se encuentra atado a un juego de opuestos que descubren su atracción y parecido. Esa convivencia que “confunde a la razón”, ese espejo oscuro, es precisamente lo que reúne a nuestras dos figuras centrales a modo de polos en tensión.
No es difícil conjeturar quién representaría el rol del ave fénix, el complemento perfecto de la ninfa, en nuestra política local. Semper eadem (siempre la misma), como indicaba el lema real de Isabel I, la expresidenta pretende reemerger de las cenizas del “caos” que el gobierno de Macri habría dejado. Si la ciudadanía entiende que el incendio llegó a consumarse, tal vez –como previene la canción de Jaime Roos– el graznido del fénix renacerá. En cualquier caso, su contracara espera al acecho.
*Doctor en Filosofía por la UBA y maestrando en Comunicación Política por la Universidad Austral.