Ver a la Vicepresidenta de la Nación mascando chicle, riéndose y diciéndole a los senadores: “es muy simple, si votan SI aprueban, es la tecla verde; si votan NO rechazan, la tecla roja...”, explica cómo nos va como sociedad. Enseguida la misma Michetti festejó con un “vamos todavía” el rechazo a la despenalización del aborto, levantando por suerte el nivel del gráfico “pelotudo, no rompas las bolas” que le había dedicado horas antes al formoseño Luis Naidenoff. Fue un alivio, ese festejo a micrófono abierto pudo ser más explícito.
La lluviosa madrugada del rechazo al aborto legal de este 2018 se recordará seguramente por esas multitudes soportando bajo la lluvia un frío glacial durante horas y horas. La vereda celeste dijo que con el rechazo “triunfó la vida”, como contracara para el colectivo verde “perdió la vida”. La pena fue que semejante estoicismo gripal de la marea verde no pudiera torcer ese statu quo de centenares de miles de abortos clandestinos.
Todos admitieron estar “ante un gran debate”, elogiaron que “se saque a la luz un drama que atraviesa la sociedad y nadie se animó a enfrentar”, pero no lo resolvieron. Macri jugó a medias, debe aplaudirse que haya enviado el tema al Congreso, aunque luego jugó a frenarlo. Cristina aportó su proverbial coherencia: se opuso al debate sobre aborto durante dos gestiones como Presidenta, luego votó a favor como senadora. Dijo que no había sido su hija Florencia la que la hizo cambiar de opinión, sino “las miles y miles de chicas que salieron a la calle”. No quedó claro que el sentido de esa frase, ni de otras, pero no lució como elogio a la joven cineasta. Siguiendo con la familia, habló de la importancia que tuvo en su voto que Néstor “no me haya tratado como su mujer sino como su par”. La cuestión matrimonial, sin embargo, no fue suficiente para que ella durante 8 años impidiera que se mencione la palabra aborto en un Congreso que manejó a su antojo.
Federico Pinedo se paró inflexible frente a las mujeres del colectivo verde, sosteniendo que sus convicciones religiosas y morales lo obligaban a “defender la vida por sobre todas las cosas”. Era el mismo que había firmado en 2014 junto a Zaffaroni el anteproyecto de reforma al Código Penal que eliminaba la reincidencia y hasta la condena a perpetua para asesinos y violadores. Delitos que, por lo que se sabe, “atentan contra la vida por sobre todas las cosas”.
En el cierre compartido del oficialismo, la tucumana Silvia Elías de Pérez trató de emocionar afirmando que se oponía al aborto no sólo porque era inconstitucional, sino “porque no se rendía a que las políticas de Estado no tengan éxito en la Argentina”. Votar esa ley, a su juicio, era “aceptar el fracaso del Estado”. El hecho es que nada cambiará si no aceptamos nuestros fracasos. A Elías de Pérez le alcanzaba con mirar hacia atrás para medir los fracasos colosales de nuestras políticas de Estado en los últimos 10, 20 o 50 años. O mirar a su provincia, una de las más pobres del país.
Apenas unos minutos después, cerca suyo, Naidenoff destiló sensatez enfatizando lo contrario, la obviedad de que algo había que hacer para enfrentar un grave problema. Y conmovió verlo a Pichetto desde la vereda del PJ Federal decir “si aprobábamos esto hubiéramos hecho una sociedad un poquito más justa”, lamentando como Naidenoff que nada pudiera cambiarse. El tema aborto este año estaba cerrado. La otra frase importante que dejó Pichetto fue admitir que “la sociedad argentina siempre se anticipa a la política”.
Fue un debate argentino, esencialmente argentino. Al cabo de meses y centenares de testimonios no quedó claro si el proyecto de despenalización era inconstitucional o no, si debía afrontarse como una cuestión de salud pública, ni siquiera pudo llegarse a coincidencias mínimas sobre el momento en que debe hablarse de ser humano. Cada parte sostuvo, con énfasis, lo contrario de la otra. Y eso de “nos enriquecimos como sociedad” no nos mueve como decíamos del lugar donde empezamos: el de las muertes de mujeres en abortos clandestinos. La multitudinaria comunión verde no pudo con los dogmas. Ojalá la noche haya servido de algo y los senadores hayan entendido, como les indicó Michetti en ese cierre antológico, que si votan SI aprueban y si votan NO rechazan.