IDEAS
Opinión

Una tradición del Siglo XX

El debate como fuente de diálogo.

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Manifestantes abrigadas en la puerta del Congreso | Cuarterolo Pablo

El proyecto de aborto legal, seguro y gratuito tiene media sanción. En poco tiempo, serán los senadores quienes definirán si es ley. En la espera del desenlace final, en el entretiempo que nos da el juego político entre la aprobación en una Cámara y la discusión en la otra, nos podemos detener a pensar cómo fue hasta aquí el proceso de discusión del proyecto.

El primer hecho saliente ha sido la presencia de una enorme cantidad de testimonios, opiniones y datos que vienen expresándose en la esfera pública. La despenalización del aborto es un tema que nos divide como sociedad. Mientras algunos creen que el peso de la decisión debe recaer exclusivamente en la mujer gestante, otros ven en esto un exceso y centran su cuidado en la vida por venir. En los últimos meses, en el Congreso, en los medios, en las escuelas y en las calles se han escuchado estas dos visiones, enunciadas desde múltiples miradas disciplinarias y experiencias personales.

El debate, entendido como el intercambio de ideas y opiniones, tiene un lugar en la historia argentina. A fines del siglo XIX y principios del XX, la clase dirigente consideraba que el debate era la mejor forma de comprender la realidad. Uno expresaba sus ideas para hacerlas conversar con las demás. Argumentos mediante, en la suma de opiniones, se iba construyendo aquello que era entendido como el bien común. Dentro de esta forma de concebir la política, el Congreso era el principal lugar institucional, ya que allí se desplegaban las discusiones. Los diputados preparaban sus discursos y los transmitían con grandilocuencia, para el presente y para el futuro. Había chicanas, interrupciones e, incluso, tiros adentro del recinto. Pero todo aquello sucedía en un ambiente que tenía como propósito escenificar el intercambio de opiniones. No importaba si de hecho había alguien que cambiara su posición al escuchar a sus pares. Lo fundamental era que eso pareciera posible. 

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Con el proyecto del aborto hubo una recuperación de esta tradición, especialmente durante la sesión. Se escucharon una gran cantidad de voces que se expresaron a favor y en contra. Se rescató algo que se consideraba perdido: el rol pedagógico de los partidos y de los formadores de opinión. Se apeló a expertos y a representantes de las más diversas instituciones para que mostraran sus puntos de vista. Sin embargo, por la naturaleza propia del objeto en discusión, fue imposible conciliar ambas miradas. No existió la posibilidad de un justo medio, que dejara tal vez no contentos pero sí satisfechos a unos y a otros. Y, cuando esto quedó en evidencia, se empezaron a producir fuertes ataques. Desde ambos lados, se llamó asesinos a los otros: a los que estaban a favor, por matar al feto; a los que estaban en contra, por ser los responsables de la muerte de las mujeres que fallecen por un aborto mal realizado. La intolerancia se apropió del escenario y se respondió a la creencia con datos y a la ciencia con moral. Se produjo, por momentos, un clima autoritario, en el que se expresaron descalificaciones éticas y rechazos tajantes. Algunas personas, en determinados círculos, no querían decir que estaban a favor mientras que otros, en otros círculos, no admitían estar en contra. La famosa espiral del silencio, el miedo a hablar, fue generado por un lado y por el otro. Aunque también, en medio de este clima opresivo, se produjeron cambios de opinión, especialmente de personas que se oponían y que terminaron estando a favor.

El proyecto sigue ahora su curso y se tratará en la Cámara de Senadores. Si llega a ser aprobado tendremos una norma que amplía los derechos y que salva vidas. Pero sería positivo que nos hagamos cargo de las formas en las que se arribó a esa ley, con lo bueno y con lo malo. Celebrando la existencia de un amplio debate pero condenando los tonos descalificadores, violentos y autoritarios de muchos, sin importar cuáles eran específicamente sus ideas. Los senadores tienen un gran desafío en sus manos y nosotros como sociedad también.

*Historiadora.