Eran las 9 de la mañana y compartía un cuento junto a niños de 7 y 8 años de una escuela de Florida. Eran las 9.07 y la ficción mutó en un relato de terror. Al oído, el susurro de uno de sus asesores fue “Estados Unidos está bajo ataque”. Así recibió la noticia el entonces presidente George W. Bush. Mientras tanto, miles corrían por las calles neoyorquinas, al tiempo que una nube de cenizas comenzaba a cubrir el World Trade Center, que se despedía brutalmente de uno de los estandartes arquitectónicos de la ciudad.
El 11 de septiembre de 2001, cuatro aeronaves de tráfico comercial fueron secuestradas apenas despegaron de Boston, Washington y Newark. Con sus plazas casi completas y los depósitos de combustible prácticamente llenos, impactaron contra las Torres Gemelas, el Pentágono y un campo abierto en Pensilvania, luego de una detallada planificación que la red terrorista Al-Qaeda manejó en secreto durante años.
Como nunca antes, la imagen del país "yanqui", la más poderosa potencia bélica hasta el momento, circuló por los medios de comunicación. Ante la inmediatez de la noticia, no había explicación posible para el ataque, sus motivos, o en qué condiciones los aviones habían sido secuestrados una hora antes, para estrellarse en diversos puntos del territorio.
El show de la vida real. Con el correr de las horas, las imágenes del impacto de los aviones alternó con la de quienes huían del centro financiero y preferían tirarse al vacío, en medio de la conmoción. No había pasado una hora desde el primer impacto, y la Torre Sur caía, tras estar en llamas durante 56 minutos. Hora y media después, cayó la Torre Norte. Un tercer edificio, el World Trade Center 7, se derrumbó durante la tarde, luego de que sus cimientos fueran afectados por el derrumbe de los otros.
El trágico espectáculo se impuso en todos los canales del globo, como un puntapié involuntario para lo que luego se transformó en una pesada operación ideológica, que derivó en avanzadas armadas sobre Afganistán e Irak. Si bien no fue el primer atentado terrorista perpetrado en el país, la relevancia que tomó el ataque a las Torres Gemelas se caracterizó por un golpe mediático devastador.
A pesar de su larga experiencia bélica, Estados Unidos no tiene un gran historial de ataques terroristas o batallas declaradas en el país. Se estima que, en total, cerca de 500 mil estadounidenses fallecieron en la Segunda Guerra Mundial, poco más de 58 mil lo hicieron en Vietnam, mientras que los atentados en el propio territorio no superaron los 2700 muertos, entre los que se incluyen a los caídos en el bombardeo a la base de Pearl Harbor.
“Estados Unidos ha conocido guerras, pero en los últimos 136 años han sido guerras en suelo extranjero, excepto por un domingo en 1941. Estados Unidos ha conocido bajas de guerra, pero no en el centro de una gran ciudad en una mañana pacífica. Los estadounidenses han conocido ataques sorpresivos, pero nunca antes contra miles de ciudadanos”, sostenía George Bush pocos días después de la tragedia. “Todo esto nos llegó en un solo día y la noche cayó sobre un mundo diferente”, entendía el presidente.
A diez años del 11-S, se sabe que fueron 3017 las víctimas fatales, entre pasajeros, secuestradores, personal del Pentágono, el WTC, servicios de emergencia y transeúntes.
El rescate de las víctimas duró semanas. De acuerdo con reportes oficiales, la recuperación de los cuerpos se prolongó por cerca de cinco meses, en una tarea exhaustiva de los servicios de emergencia, que se convirtieron en los “nuevos héroes” de la nación.
Dioses, venganzas y valores. Un año después del ataque, Bush reconoció la efectividad del golpe de Al-Qaeda. “El 11 de septiembre 2001, Estados Unidos se sentía vulnerable incluso a las amenazas que se reúnen en el otro lado del planeta”, admitió.
Sin embargo, desde el inicio de la operación "Venganza Infinita" -y más tarde, por consejo de su propio gabinete, rebautizada como "Justicia Divina, Libertad Verdadera"- el mandatario endureció notoriamente su postura y obtuvo una medida que no podría haber conseguido de otra manera: la sanción de la Ley Antiterrorista.
“Estamos en un país consciente del peligro y llamado a defender la libertad. Nuestro duelo se ha convertido en ira y la ira en resolución”, expresó Bush, en una de sus alocuciones más recordadas, a diez días del ataque.
En los días sucesivos, el entonces presidente visitó el Ground Zero en repetidas oportunidades. A su juicio, el país necesitaba saber que, a pesar de la inimaginable provocación, las riendas de su futuro estaban en buenas manos.
“El 11 de septiembre, enemigos de la libertad cometieron un acto de guerra contra nuestro país”, sentenció el jefe de Estado, con lo que acusó informalmente a la red fundamentalista de estar detrás de los atentados y exigió abiertamente a las autoridades afganas que entregaran a los líderes de la organización.
“La libertad misma está bajo amenaza”, justificaba el mandatario, que ya se había puesto al frente de la Cruzada. El miedo, que todo lo precipita, había llegado a todos los rincones del planeta.
(*) Editora de Perfil.com