La victoria bélica de Azerbaiyán sobre Armenia en Nagorno Karabaj a fines del año pasado dejó secuelas importantes a ambos lados de la frontera. Mientras en Ereván el Primer Ministro Nikol Pashinián es cada vez más cuestionado y ya ha anunciado su renuncia a ser efectiva este mes, el presidente azerí Iljam Alíev se regodea y se apropia del triunfo como bandera. Quedaron atrás las protestas de 2019 en las que se reclamaba por la liberación de presos políticos y por elecciones libres y justas. También se apagaron o desaparecieron completamente los ya débiles cuestionamientos al régimen de Alíev. Todo eso fue devorado por la euforia y el triunfalismo. La mayor parte de la región en disputa de Nagorno Karabaj volvía a manos azeríes después de 26 años y nada más importaba.
Alíev acaba de inaugurar en Bakú, capital de Azerbaiyán, el Parque de Trofeos Militares, un espacio público con tienda de recuerdos en el que se encuentran vehículos y armamentos robados al enemigo, además de escenificaciones de trincheras y bunkers. Pero en este museo al aire libre también se exhiben orgullosamente decenas de cascos de armenios muertos y maniquíes que representan a soldados capturados. Como si la victoria militar no bastara, como si hiciera falta la humillación, pisotear al enemigo y mofarse, para garantizar que nunca más nadie se atreverá a cuestionar a Azerbaiyán. Y, claro, tampoco a Alíev.
Este espacio no sólo implica una celebración para Azerbaiyán, sino también una advertencia hacia los rivales del presidente, tanto extranjeros como fronteras adentro. Es que los antecedentes de Alíev en cuanto al respeto a los derechos humanos eran pésimos antes de la guerra y lo siguen siendo hoy, con el triunfalismo y el nacionalismo de su lado.
En 2020 el Tribunal Europeo de Derechos Humanos falló que cinco individuos habían sido encarcelados injustamente por las autoridades azerbaiyanas debido a sus críticas al gobierno. La organización con base en Nueva York Human Rights Watch registra numerosas detenciones por motivos políticos, incluyendo a periodistas. Es por esto que Azerbaiyán figura entre los 15 países con menor libertad de prensa del planeta en el índice de Reporteros sin Fronteras. Además, miembros destacados del opositor Partido Frente Popular Azerbaiyano han sido perseguidos y acusados de todo tipo de cargos falsos, incluyendo vandalismo, narcotráfico, destrucción de propiedad y violación de las medidas de clausura impuestas durante la pandemia. También se dieron a conocer múltiples casos de tortura y otros malos tratos a prisioneros. A todo esto se le suma que la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE) determinó que las elecciones parlamentarias de 2020 no habían sido ni libres ni justas, y que existen serias restricciones legales que impiden el trabajo independiente de organizaciones no gubernamentales.
Iljam Alíev gobierna desde la muerte de su padre Gueidar en 2003, que a su vez había sido presidente desde 1993, poco después de la caída de la Unión Soviética y de la independencia de Azerbaiyán. Antes de eso, fue Secretario General del Partido Comunista local entre 1969 y 1982. Es decir que la familia Alíev se mantiene en el poder en forma incuestionable desde hace décadas. No es casual entonces que padre e hijo hayan obtenido alrededor del 80% de los votos en prácticamente todas las elecciones presidenciales. Hubo además dos referéndums constitucionales durante el mandato de Iljam: en 2009 se abolió el límite de dos términos presidenciales sucesivos, garantizando la reelección ilimitada; y en 2016 se extendió el mandato a 7 años y se creó el puesto de vicepresidente, que desde entonces ostenta la primera dama Mejriban Alieva.
La guerra en Nagorno Karabaj terminó en noviembre pasado con un acuerdo de paz y el envío de tropas rusas para garantizar el alto al fuego
¿Qué pasó con la represión, las detenciones arbitrarias, la violencia, la persecución y el poder incuestionable de Alíev? La guerra en Nagorno Karabaj terminó en noviembre pasado con un acuerdo de paz y el envío de tropas rusas para garantizar el alto al fuego. A lo largo de un mes y medio de conflicto murieron alrededor de 4000 soldados armenios, casi 2900 azerbaiyanos y unos 150 civiles de ambas naciones. Hubo violaciones a los derechos humanos y se cometieron posibles crímenes de guerra que deberán ser investigados y juzgados eventualmente. Pero el sonido de las armas lo silenció todo en Bakú. Hoy no hay lugar más que para los aplausos y los letreros junto a los que posa un feliz presidente y que anuncian que “Karabaj es Azerbaiyán”.
El Ministerio de Asuntos Exteriores de Armenia emitió un comunicado en relación a la apertura del Parque de Trofeos Militares en el que acusa a Alíev de fomentar un “comportamiento antihumano”. También dice que la inauguración “degrada públicamente la memoria de las víctimas de la guerra, las personas desaparecidas y los prisioneros de guerra, violando los derechos y la dignidad de sus familias”. Pero este comunicado oficial queda corto porque Alíev no sólo se mofa de las víctimas del conflicto, sino también de todas aquellas voces acalladas por un triunfalismo ciego. Y sonríe satisfecho junto a la amenaza tácita que representan unos cascos vacíos de soldados enemigos muertos.
*Periodista y consejero consultivo de www.cadal.org.