Sin vacuna, tratamiento viral ni anticuerpos, el Covid-19 está haciendo estragos en Brasil, donde el Palacio del Planalto minimizó inicialmente la amenaza a la salud pública y el coronavirus se propagó velozmente, dejando más de 43 mil infectados y 2.741 muertes. Pero ese no es el único virus que sacude los cimientos del gigante sudamericano. Otra infección está carcomiendo el sistema inmunológico de la política brasileña…el bolsonarismo. Las instituciones aún no pudieron secuenciar el Genoma Bolsonaro, que, con un año y cuatro meses en el poder, genera desconcierto en sus adversarios, en los aliados circunstanciales eyectados del poder, y en sus propios socios en la coalición de gobierno.
Polarización, fanatismo, confrontación, nostalgia por la dictadura militar, una guerra inusitada contra la ciencia y una vocación por ser el copycat de Donald Trump son algunas de las características que componen el ADN del presidente Jair Bolsonaro. Con un 36% de aprobación, sus ansias de trascender pasan más por fundar un movimiento político que lo sobreviva, con rasgos autoritarios y nacionalistas, que por las políticas públicas que impulse desde la presidencia. Bolsonaro es más retórica que programa, más exabruptos que contenidos, y, fundamentalmente, más provocación que negociación.
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“La indignación del ciudadano brasileño con la corrupción y con el establishment político hizo que este método encontrara eco y sirviera de amalgama que uniera a los ciudadanos enfadados y al espectro transaccional de la élite del país, que acepta los absurdos de Bolsonaro sólo para mantener sus negocios”, afirmó a PERFIL Hussein Kalout, politólogo de la Universidad de Harvard y ex secretario especial de Asuntos Estratégicos de Brasil.
Bolsonaro, día a día, desafía los límites institucionales, alentando manifestaciones que piden el cierre del Congreso, del Supremo Tribunal Federal (STF) o una “intervención militar”, pese a que las Fuerzas Armadas reafirman su obediencia a la Constitución. El jefe de Estado contesta que él es la Carta Magna, en un sinceridio que revela cómo socava los cimientos de la democracia brasileña.
“Él se vale de la contradicción táctica. Todas las veces que está presionado y en dificultades lanza discursos ambiguos para abrir el margen político. Es un actor difícil de lidiar e interpretar”, asegura Dawisson Belém Lopes, profesor de la Universidad Federal de Minas Gerais.
Su gestión de la pandemia se caracterizó justamente por esas confusiones semánticas. Convoca a la unión nacional a los gobernadores y 24 horas después los critica por haber impuesto cuarentenas en sus estados. “Algunos morirán”, dice, como si fuese un juego, recordando la frase que Trump inmortalizó en la campaña que lo llevó al poder en 2016: “Podría pararme en mitad de la Quinta Avenida, disparar y no perdería votantes”.
Bolsonaro lleva adelante su cruzada ideológica, religiosa y cultural a través de las redes sociales. Dios, Brasil y el miedo a la izquierda son los anzuelos que tira a su base electoral. La retórica elegida tiene, muchas veces, un barniz castrense y militarista. Para mimetizarse con la Casa Blanca el presidente brasileño también apela al show, aunque, en el caso de Bolsonaro, es un espectáculo Clase B, sin los efectos especiales de Hollywood ni la codicia de The Apprentice.
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Los enemigos y las conspiraciones son el combustible del que se nutre para crecer en las encuestas. Sin Lula, el chavismo ni el Foro de San Pablo, Bolsonaro no tendría razón de existir. Sabe que ese es su activo más importante, por lo que intenta mantener vivos esos fantasmas para conservar el poder. “No es un líder programático, él vive de la retórica. Con esa retórica pretende llegar a 2022, con sus juegos de palabra pretende ganar las elecciones, movilizando a su maquinaria y con las fake news”, revela Belém Lopes.
Argentina necesita contener y mitigar los daños que Bolsonaro inflinge a la relación bilateral con Brasil. Según Kalout, Alberto Fernández debería evitar apoyar a los adversarios políticos del presidente. La Casa Rosada tiene que tener paciencia estratégica, apostar por el largo plazo y aliarse con factores de poder al otro lado de la frontera, entre ellos autoridades legislativas, industriales y militares. “Centrarse en la complementariedad comercial, combatir las actividades ilícitas transnacionales y fortalecer el Mercosur son caminos razonables”, afirma el académico, quien apuesta por abrir vías de diálogo entre sectores hasta que se restablezca el equilibrio político.
Para Belem Lopes, en tanto, Fernández debiera mirarse en el espejo de Rodrigo Maia, el presidente de la Cámara de Diputados que tiene 16 pedidos de impeachment contra el presidente, pero aún no decidió abrirlos para no victimizarlo. “No le conviene caer en provocaciones. Fernández puede crear para Argentina un camino propio y hacer alianzas con un centro democrático latinoamericano. Un compromiso con la democracia sería importante. Argentina puede hacer un contrapunto elegante, sin polarizaciones, con calma y frialdad”, asegura.
Hacer oídos sordos requerirá mucha muñeca política. Basta recordar lo que dijo Bolsonaro cuando el Frente de Todos ganó las primarias: “Si estos izquierdosos vuelven a la Argentina podremos tener en Río Grande do Sul un nuevo estado de Roraima. No queremos eso, no queremos hermanos argentinos huyendo hacia acá”.
La propagación del bolsonarismo y sus metástasis en la cultura política brasileña crean un desafío enorme para Argentina y la región. El futuro del Mercosur y la estabilidad de América del Sur dependen, sin dudas, del desarrollo de una vacuna contra el autoritarismo que hoy daña a Brasil. Bolsonaro pasará, pero el vínculo bilateral quedará.