El coronavirus llegó a Río de Janeiro a través de viajeros de los países más afectados, que lo expandieron en los barrios más turísticos, pero ya está en las favelas, donde más de un millón de personas viven hacinadas, sin infraestructura sanitaria y pocos servicios médicos, y donde es casi imposible aplicar consignas como el “distanciamiento social” y el confinamiento total tendría un impacto devastador, ya que la mayoría de sus habitantes son trabajadores informales.
"La ironía es que la enfermedad fue traída por los ricos a Brasil, pero va a explotar entre los pobres", dice Paulo Buss, director de la unidad de relaciones internacionales de Fiocruz, un prestigioso centro de investigación en salud pública.
Brasil tiene hasta hoy 1620 casos positivos, con 25 muertos. En Río de Janeiro hubo 186 casos, con dos muertes.
La alarma en las favelas se desató el sábado, al confirmarse el primer caso de Covid-19 en Ciudad de Dios, la favela carioca que ganó fama mundial gracias a la película de Fernando Meirelles. En muchas de las “barracas” de la favela, viven hasta diez personas, con lo que la cuarentena puede ser una verdadera odisea.
En una campaña de prevención especialmente dirigida a las favelas, la municipalidad de Río recomienda aislar en un cuarto a toda persona bajo sospecha de contagio. Si la vivienda "tiene solo un cuarto, la orientación es que las personas contagiadas debe intentar permanecer a un metro de distancia de los demás residentes", sostiene la campaña.
"Las estadísticas oficiales muestran que la mayor parte de las casas de las favelas tiene dos o tres espacios, con cinco a ocho habitantes. ¿Cómo aislar a una persona contagiada en esas condiciones?", cuestiona Paulo Buss.
La falta de infraestructura básica también complica las medidas de prevención. “Nos dicen que hay que lavarse las manos siempre, pero ¿cómo hacerlo cuando hay cortes constantes de agua potable? ¡No vamos a lavarnos las manos con agua mineral!”, se queja Vania Ribeiro, de la asociación de vecinos de la favela Tabajaras y Cabritos, que "cuelga" de un morro a la altura de Copacabana.
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“Aquí están todos muy asustados”, agrega Ribeiro, que explica que “el dispensario más cercano es el mismo que atiende a personas ancianas de Copacabana y a los turistas de todo el mundo”.
Por su parte, Patricia Canto, neumonóloga de la Escuela Nacional de Salud Pública, subraya que en las favelas “hay casas muy cerradas, con poca ventilación, espacios a los que no llega la luz del sol, con muchos habitantes. También hay “una transmisión muy alta de enfermedades respiratorias, como la tuberculosis”, con tasas de contagio diez veces superior a la media nacional, por lo que la especialista recuerda que “para el coronavirus se considera a los ancianos como el grupo más vulnerable, pero no debemos olvidar los casos de vulnerabilidad social”.
Muchos habitantes de las favelas dependen de la economía informal y el confinamiento amenaza con privarlos de todo medio de subsistencia, aunque en Rio no se ha determinado el aislamiento total, como en la Argentina. Sin embargo, las escuelas y la mayoría de los comercios fueron cerrados, al igual que las playas y los principales lugares turísticos, donde muchos pobladores de barrios pobres son vendedores ambulantes.
“Eso impacta directamente en la economía, en las personas sin empleo formal. Van a tratar de seguir trabajando, porque es una cuestión de sobrevivencia”, lamenta Joelma Sousa, de la ONG Redes da Maré, instalada en un conjunto de favelas cerca del aeropuerto internacional.
La alternativa es "morirse de hambre o correr el riesgo de morirse contagiándose el coroanvirus", resume.
Lo más preocupante, para Joelma Sousa, es la precariedad de los servicios sanitarios en las favelas. "Los dispensarios carecen de material y de personal. Estos días, cerraron a las tres de la tarde, tres horas antes de lo previsto, por falta de médicos", cuenta.
SF