El CEO de Perfil Network, Jorge Fontevecchia, entrevistó para el ciclo Periodismo Puro al ex ministro de Asuntos Estratégicos de Lula da Silva, Roberto Mangabeira Unger.
El especialista en casos de economía de guerra y su comparación con los efectos del coronavirus, analizó la situación que quedará en Argentina y Brasil cuando pase la pandemia. "La gran crisis del crack del 30 fue para Brasil y Argentina, una oportunidad. Sin embargo no es suficiente para ahora. Precisamos un productivismo diferente, que no sea un estatismo autoritario, que funcione para la economía del conocimiento y para la democracia. Todo lo que engrandezca a Argentina engrandece a Brasil. Argentina y Brasil un día estarán juntos, literalmente juntos", expresó.
En otro aspecto, manifestó: "Los economistas de izquierda o nacionalistas, cuando perdieron la fe en el marxismo, abrazaron el keynesianismo vulgar, la economía contracíclica". Por último, comentó: "A corto plazo puede parecer conveniente tener un gobierno autoritario que direcciona a las personas junto a un pueblo obediente y disciplinado que acepte un conformismo social justificado por una interpretación del confusionismo, por ejemplo. Es muy costoso eso. Es una pantalla que fácilmente se desarma".
—La economía mundial está cayendo a niveles de dos dígitos en los países más desarrollados. En nuestros países, en Brasil y en Argentina, es probable que sea aún mayor. ¿Cómo imaginás que se resolverá el tema del rompimiento del contrato? Vos sos un especialista en la cuestión jurídica: ¿nacerá una nueva teoría sobre el derecho de crisis?
—La gran crisis del crack del 30 fue para Brasil y Argentina una oportunidad. Fue lo que permitió al país reabrir, una reacción que sin embargo no es suficiente para ahora. Esa dependencia de los recursos naturales, de la agricultura, de la ganadería, de la minería no es suficiente para ahora. Precisamos un productivismo diferente, que no sea un estatismo autoritario, que funcione para la economía del conocimiento y para la democracia. El detalle de cómo se establezca tiene que ser organizado en el marco del derecho. Dicho de manera estricta, el derecho es una práctica de imaginación institucional. Es muy interesante ver el destino de la disciplina de derechos, en casos como el que nos aflige, por ejemplo. Después del repudio del dogmatismo jurídico en los países principales, veo una dogmática jurídica que idealiza el derecho como sistema de principios y políticas públicas. Esta es la nueva ortodoxia, y esta ortodoxia está encuadrada en la política de Estado libre de Alemania. Países como Brasil y Argentina aceptan esa línea como si fuese el camino del futuro. Pero ese instrumento de ese conservadurismo institucional, social liberal, socialdemócrata, es el que tendríamos que repudiar en la disciplina del derecho, repudiar esa dirección que viene de afuera y crear otra idea del derecho, como un microexperimentalismo institucional. De la misma forma debe actuarse en economía. Los economistas de izquierda o nacionalistas, cuando perdieron la fe en el marxismo, abrazaron el keynesianismo vulgar. Importaron el keynesianismo vulgar, la economía contracíclica. John Maynard Keynes no tenía una idea productivista, su concepto era la construcción de la economía por el lado de la demanda. Su llamada “teoría general” no era general, sino una teoría de una determinada crisis económica. Tendríamos que tener ideas económicas nuevas, distintas, que tratasen de las estructuras y de las alternativas estructurales. Para eso es necesario mucha audacia, mucha autoconfianza y no ese colonialismo mental que predomina entre nosotros.
“Al perder la fe en el marxismo, economistas de izquierda abrazaron el keynesianismo vulgar.”
—Escribiste, entre otros, los libros “El yo y la naturaleza humana” y “La religión y la condición humana”. ¿Religiones y creencias como el budismo y el confucionismo preparan mejor a los orientales para actividades que los llevan al desarrollo económico o para el disciplinamiento social para enfrentar crisis en la salud pública?
—A corto plazo puede parecer conveniente tener un gobierno autoritario que direcciona a las personas junto a un pueblo obediente y disciplinado que acepte un conformismo social justificado por una interpretación del confusionismo, por ejemplo. Es muy costoso eso. Es una pantalla que fácilmente se desarma. Lo más importante a mediano y largo plazo es la flexibilidad, la capacidad de reinventarse. Es muy difícil reinventarse, tanto para los pueblos como para los individuos. Pero para los individuos es más difícil que para los pueblos. Algo que descubrí en la acción política es que es más fácil cambiar un país que a una persona. Es muy difícil, pero a mediano o a largo plazo lo más importante es la capacidad de autotransformación y flexibilidad. Aprender con la experiencia. Ese punto de vista muestra indisciplina, no un sincretismo o rebeldía, que son la materia prima de una obra en construcción. Es necesario equiparla, proveer esta vitalidad humana de brazos, alas y ojos. Equipar es transformar en flexibilidad preparada, ese es nuestro proyecto. No me resultan un ejemplo aquellos pueblos que viven bajo regímenes autoritarios, en culturas del conformismo. Por el contrario, de lo que se trata es de lograr la alquimia que transforma la vitalidad anárquica en creatividad colectiva. Esto es lo necesario para nosotros y lo que precisamos organizar. La idea central de la política es siempre la de grandeza. La cuestión decisiva que separa a los conservadores de los progresistas es si crecemos juntos o separadamente. La idea del progresista de izquierda, de los liberales progresistas, es que nos engrandecemos juntos. Y para ello, no podemos aceptar las instituciones del sistema como un horizonte insuperable. El principal aliado de la vitalidad es la imaginación. Eso es lo que deseo para la Argentina y para Brasil. Yo creo profundamente que todo lo que engrandezca a Argentina engrandece a Brasil.
“La corrupción fue apenas uno de los corolarios de ese sistema generalizado de cooptación.”
—¿China va a salir proporcionalmente fortalecida de la crisis del coronavirus u ocurrirá lo contrario? La misma pregunta cabe para Estados Unidos, ¿cuál será el balance entre las dos superpotencias?
—Nadie puede saber eso. Depende de la evolución. En el primer momento China sale relativamente fortalecida, pero la historia no terminó aún. Y la sociedad americana tiene gran resiliencia. No me refiero al gobierno, que está confuso. Pero sería un equívoco subestimar la capacidad de respuesta y resistencia de los americanos. Demostraron, como en el ejemplo de la economía de guerra, que tienen la posibilidad de transformar eso en un momento de afirmación nacional.
—¿Cómo saldrá Europa de la encrucijada habiendo superado en contagios de coronavirus a China?
—En Europa hay una cuestión espiritual. Los europeos parecen parece acreditar que es natural para la vida humana ser pequeños. Durante el siglo XX tuvieron las guerras y después, restablecida la paz, se adormecieron. Y se distrajeron con el consumo. En la guerra, el sacrificio heroico, en la paz, el consumismo. El problema europeo tiene un sustrato espiritual. La Unión Europea es un proyecto en el que las reglas de organización económica y social son cada vez más centralizadas en Bruselas y en Berlín. El poder de determinar los instrumentos educativos de los ciudadanos es delegado en las autoridades nacionales y subnacionales. Tendría que ser exactamente al revés. La vocación de la Unión Europea es asegurar el equipamiento cultural y económico de sus ciudadanos pero garantizar a los miembros el mayor espacio de maniobra a fin de crear alternativas, muy necesarias para los países del sur en Europa, que para eso tendrían que hablar a las oposiciones en Francia y en Alemania. La crisis es un llamamiento a la grandeza y vamos ahora a la imaginación y al conflicto. Para eso se precisa tener una idea mayor de las posibilidades. Comprender mejor las calamidades del siglo XX. Deseo que nuestra experiencia en América sea diferente. Y que no usemos otros ejemplos y un manual de instrucciones de afuera para actuar. Que nosotros tomemos nuestro lugar en el mundo y una posición ejemplar. Demostrar cómo la libertad profunda se reconcilia rápido con la experimentación que capacita y cualifica. Y esto es lo que va a crear una experiencia nacional y regional diferente en nuestra parte del mundo. En las últimas décadas del siglo XX la parte del mundo más obediente fue América Latina. Consecuentemente fue la que más cayó en participación en el producto mundial. La historia enseña sin lugar a dudas que la rebeldía no siempre prospera. Que no siempre es premiada con resultados; pero la obediencia es castigada invariablemente. Precisamos comprender y para eso precisamos ideas y líderes que no sean sumisos, colaboradores de las potencias adecuadas, e importadores de ideas como tenemos en nuestros países.
“Nuestros países padecen de la colonización mental. Es algo que también debe transformarse.”
—En Estados Unidos, hace tres meses se suponía que Donald Trump tenía la reelección asegurada. ¿El coronavirus acelerará la posibilidad de que pierda las elecciones y los demócratas vuelvan al poder?
—No me pida predicciones. En la Divina Comedia, Dante Alighieri habla del castigo administrado a los que hacen predicciones. El porvenir es una reflexión del pasado. Hay una diferencia fundamental entre optimismo y esperanza. Optimismo es una actitud contemplativa, irónica. La esperanza va más allá de la acción y es su consecuencia. Se trata de una posición existencial, de predicciones. Descartemos el optimismo y tratemos de ganar en esperanza, que es la amiga de la acción.
“No hay que depender de la confianza financiera e ir a un proyecto rebelde de desarrollo nacional.”
—¿Alguna reflexión final para la audiencia argentina?
—Seguiría hablando por horas. Esa alternativa, estas alternativas institucionales espirituales que hoy describía pueden ser construidas mucho mejor por nuestros países juntos, Argentina y Brasil. Un día estarán juntos, literalmente juntos, y ayudarán a traer luz y aliento a la humanidad.
ED CP