PERIODISMO PURO
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Roberto Mangabeira Unger: "Estamos frente a una oportunidad para la economía del conocimiento y la democracia"

El ministro de Asuntos Estratégicos de Lula fue entrevistado por Jorge Fontevecchia en el ciclo Periodismo Puro y habló de cómo el coronaviurs puede cambiar a la sociedad.

Profesor Roberto Mangabeira Unger 07042020
Jorge Fontevecchoia entrevista en exclusiva al Profesor Roberto Mangabeira Unger | Juan Jose Obregon

El ministro de Asuntos Estratégicos de Lula, Roberto Mangabeira Unger, fue entrevistado por Jorge Fontevecchia en el ciclo Periodismo Puro. Al principio de la nota, el experto en casos de economía de guerra analizó cuáles podrían ser las oportunidades para el mundo una vez pase la pandemia de coronavirus.

—¿Cómo cambia la vida de Boston, la ciudad con mayor proporción de estudiantes del mundo, la presencia del coronavirus?
—Estamos todos confinados. Y en el reino del tedio, los propios dioses son impotentes.

—El alcalde Marty Walsh implementó el lunes de la semana que termina nuevas guías de distanciamiento social más estrictas y un toque de queda a partir de las 9 de la noche. ¿Cómo se están arreglando con esa situación?
—Hay solamente dos caminos posibles, el chino y el surcoreano. El surcoreano es uno de ellos. Se analiza a gran parte de la población, a partir de la idea de que todo el mundo está contaminado. Para eso es necesario gran equipamiento técnico, capacidad y sobre todo disciplina social. No es el caso en Estados Unidos; tampoco el de Brasil, por tanto estamos obligados a seguir el otro camino, que es de un confinamiento radical. Esperemos que se pueda soportar. Es preciso ir paso a paso.

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—En más de un texto te referiste a la cuestión de que ni el mercado ni el Estado o cualquier otra forma de organización social deben ser confinados a ciertos arreglos institucionales rígidos. ¿El coronavirus y la crisis económica mundial consecuente generarán una mayor importancia proporcional del Estado sobre el mercado?

—Muchos comparan esta emergencia, al mismo tiempo sanitaria y económica, a las emergencias anteriores: a la depresión de la década del 30 y a las consecuencias de las guerras. Hace mucho tiempo que estudio el significado de la economía de guerra, por ejemplo el Estado, especialmente en el lapso que va de 1941 a 1945. Todos los dogmas supuestamente sacrosantos en Estados Unidos fueron dejados de lado: se organizó la economía en base a una coordinación flexible entre el Estado y las empresas privadas. Se impuso una movilización radical de los recursos nacionales. El volumen de las compras militares en los primeros seis meses de 1942 superó al producto bruto interno de Estados Unidos de 1941. Y el nivel de tributación del ingreso personal en Estados Unidos, en la alícuota máxima superior, superó un 90%. El resultado de esa combinación de inmovilización de recursos de gran envergadura, con innovación institucional radical, fue sensacional. En cuatro años los Estados Unidos lograron la creación de producto. Nunca aconteció algo semejante. Esto muestra la capacidad de resiliencia, de resistencia, de audacia, de crear alternativas cuando los recursos son ínfimos. Ahora nos tenemos que lamentar los pueblos en esta crisis, evitando colapsos por la demanda y del lado de la oferta, de la producción. Esto exige todas las supuestas tecnologías, no basta distribuir dinero. Es verdad que el apoyo financiero del Estado es parte de la solución del problema, pero exige también condicionar este apoyo de las empresas a la manutención del empleo. Ir directamente a asistir a los agentes económicos independientes precarizados y no permitir que naufraguen en esta tempestad. Desde el aspecto estrictamente sanitario, es necesario utilizar los instrumentos de una economía de guerra. Requerir parte del proceso productivo y comandar la producción. Hoy en día, Estados Unidos no necesita automóviles, pero sí tubos de oxígeno y respiradores, y esto tiene que ser comandado. Lo que importa es que lo que se atiende en la situación de emergencia, puede servir para experimentos posteriores. No verlo solo como una situación de excepción, pero sí como un paradigma que tenga significado para el período posterior. Eso tiene un significado especial para nosotros, que tenemos el desafío de ir en camino de afrontar la mediocridad y el primitivismo: aquello de apostar todo a la naturaleza y no al casamiento de la inteligencia con la naturaleza.

—Afirmaste que no solamente el consenso de Washington estaba muerto, sino que también el neoliberalismo daba demostraciones de haberlo sido.

—Es muy fácil para políticos de otros países condenar el neoliberalismo. Pero en nuestros países ese centrismo institucionalmente conservador, rotulado de socialdemócrata o socialliberal, tampoco consiguió demasiado. Es la principal fuerza que se malogró. Porque no tiene proyecto capaz de calificar la producción y la gente, ni elevarnos. No decidiendo hacia dónde debe ir aquello que compramos debido a las transferencias, los subsidios, la cooptación. Eso es lo que tuvimos en Brasil. Para los pobres se reservaron las transferencias sociales, con minorías organizadas corporativas con derechos adquiridos. También los grandes empresarios, a través del crédito subsidiado y los favores que los garantistas, las cajas de intereses económicos, que todo el mundo compró. En nuestros días existe una repulsa en Brasil contra ese sistema de cooptación que aumenta en volumen. La corrupción en la relación entre el dinero y el poder fue apenas uno de los corolarios de ese sistema generalizado de cooptación. Y es ese sistema el que tenemos ahora que derrumbar para crear un modelo de desarrollo basado en la democratización de las oportunidades, y de la formación, a través de la innovación institucional. La innovación institucional enfrenta uno de los principales obstáculos en nuestros países que padecen el colonialismo mental.

—¿La disrupción del coronavirus puede llevar a esa sociedad más libre, menos rígida, menos jerárquica, donde se permita una renovación constante de las formas institucionales basada en la meta de profundizar la democracia de la que tanto hablaste? ¿O volveremos a formas regresivas autoritarias?

—La crisis abre oportunidades. Para el bien y para el mal. La crisis no asegura el futuro. Un gran filósofo inglés del siglo XX, Alfred North Whitehead, dice que la tarea del futuro es ser peligroso. Esa es la realidad. Eso está implicado en la descripción que hacía en un principio. Lo malogrado de los experimentos precedentes crea un vacío, un espacio al que puede dar respuestas el populismo autoritario como es de Jair Bolsonaro. El populismo priorizó su derecha, pero no tiene proyecto económico. No tiene siquiera proyecto constitucional. Aprovecha los temores, las ansiedades, los resentimientos. Su gran oportunidad fue un vacío importante que persiste. Pero para ejercer la autoridad es preciso tener ideas. Pero falta un proyecto fuerte, una voluntad fuerte que rompa con el colonialismo mental. Ahora es un momento de afirmación nacional y la afirmación nacional, como es siempre un cambio en dirección de la globalización, una globalización que nos imponga a los pueblos como condición de la apertura económica, la subordinación. a un formulario restricto de instituciones. Nos debemos el máximo de apertura y de contacto entre los comercios con el mínimo de restricción a los experimentos institucionales necesarios.

"La crisis preanuncia un nuevo período de proyectos nacionales fuertes en todo el mundo.”

—Diste un curso en Harvard en los 80 que se llamó “Reinventando la democracia”. Pasaron cuarenta años. ¿Cuál es la democracia adecuada para este comienzo de la tercera década del siglo XXI poscoronavirus?

—Es muy común entre los formadores bien intencionados pensar que la reforma de la política en el Estado es la madre de todas las reformas, como condición precedente necesaria. Pero la realidad de la historia es que ningún país reforma su política y su Estado para después decidir qué hacer con la política una vez reformados. La reforma de la política en el Estado ocurre solamente cuando deviene de una necesidad y responde a esa necesidad social y económica. Se precisa de una democracia de alta energía que no necesite de crisis para permitir cambio. Somos parte de un mundo en el que hay relativamente pocas guerras. Muchos pueblos dependieron de las guerras para cambiar. No nos podemos dar el lujo de tener esa dependencia. El impulso del cambio debe ser a las instituciones. Algo que sucede exclusivamente en el campo de la economía del conocimiento y la innovación. La economía del conocimiento es uno de los experimentos permanentes. Cuando se profundiza, necesita la participación de la sociedad en un experimento permanente. La contrapartida política a esa economía del conocimiento inclusiva es la democracia de alta energía, caracterizada por tres conductos de innovaciones institucionales. Primero, elevar la temperatura de la política, del grado de participación organizada del pueblo en la vida pública. La idea conservadora es que tenemos que escoger entre una política institucional fría y una política antiinstitucional caliente. Tenemos que elegir entre James Madison y Benito Mussolini. Esa es la idea conservadora. Es necesario que la política sea institucional y caliente al mismo tiempo, por el financiamiento público de la actividad política, por el acceso a los medios de comunicación en masa, por los procesos electorales que favorezcan la participación. El segundo elemento es promover innovaciones institucionales. Es acelerar el paso de la política, es mantener el principio liberal y fragmentar el poder en muchas partes pero repudiar el principio conservador y desacelerar la política que perpetúa los espacios. El régimen presidencial en países como Brasil y Argentina permite una masa directa al centro del poder. Tiene un potencial plebiscitario. Pero el presidencialismo americano que copiamos en nuestros países fue diseñado para incidir en la transformación de la sociedad a través de las políticas, perpetuando los espacios. Cuando hay un impasse es necesario resolverlo prontamente a través de elecciones anticipadas, convocadas por cualquiera de los dos poderes o por plebiscitos programáticos. Y el tercer elemento es organizar en nuestros países, a través de grandes variables federativas, una forma de federalismo que permita reconciliar iniciativas en términos fuertes con alternativas en las provincias. Cada provincia tiene el poder para decidir hasta cierto punto sobre las soluciones nacionales, crear nuevos modelos del futuro nacional. Esto es lo que estoy llamando una democracia de alta energía. Que es propia para nuestro futuro e ideal por nuestra situación histórica. No estamos comprendiendo la primacía de las alternativas estructurales. Cómo los liberales, los socialistas en el siglo XIX comprendieron algo. Pero al contrario de los liberales y de los socialistas del siglo XIX, no podemos resignarnos a dogmas institucionales permanentes, rígidos. No criticamos esos dogmas en esas soluciones definitivas. Por tanto, un atributo fundamental de la economía, de la política, es que permitan descubrir el camino en el proceso de andar y que tengan esa característica experimental. Nuestros pueblos son anárquicos, sincréticos, eclécticos, insurgentes. No se puede suprimir esta rebeldía toda. Es necesario equipararla económica y políticamente. Y el medio para el cambio radical es la educación pública.

La entrevista completa acá.