Con el recuerdo vivo de la Revolución del 1° de enero de 1994 y los festejos por los 20 años, el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) volvió a abrir las puertas de su “Escuelita” en los meses de diciembre y enero, tras la exitosa experiencia de agosto.
Las montañas del sureste mexicano recibieron a más de 4.000 estudiantes de diferentes lugares del país azteca y el mundo para presencia el primer grado: “La libertad según los zapatistas”.
La tercera vuelta comenzó el 1° de enero con la inscripción en el Centro Indígena de Capacitación Integral (CIDECI), más conocido como Universidad de la Tierra, y ubicado a las afueras de San Cristóbal de las Casas, la ciudad más turística de Chiapas.
Justamente allí es donde se vive el primer momento de tensión. Es que a la atmósfera de alegría se suma la intriga por saber a cuál “caracol” fue asignado cada uno: La Realidad, “Madre de los caracoles. Mar de nuestros sueños”; Oventic, “Resistencia y rebeldía por la humanidad”; La Garrucha, “Resistencia hacia un nuevo amanecer”; Morelia, “Torbellino de nuestras palabras”, o Roberto Barrios, “Que habla para todos”.
Los “caracoles” son la primera división organizativa de los pueblos zapatistas y debe su nombre a tres razones: comienzan con una forma chica, pero terminan grandes; indican resistencia y autonomía por su “casa”, de concha dura y que siempre lleva con él; y avanzan lento, pero seguro. A este educando le tocó Morelia cuya particularidad es que desarrollan la comunicación de la organización.
El día siguiente está marcado por la emoción. Los alumnos llegan temprano con sus mochilas al CIDECI y ven por primera vez a los compañeros del EZLN fuera de una pantalla. Se respira respeto y ganas de vivir. Los estudiantes se dividen por caracol y comienzan las despedidas.
Tras menos de cinco horas se llega a Morelia y luego de esperar unos minutos las autoridades presentan a cada alumno a su "votán", el guardián que los acompañará hasta para ir al baño (literalmente). La entrada al caracol es pura emoción. La música festiva es entrecortada por un locutor que anima a los zapatistas y da la bienvenida. Los estudiantes caminan por un corredor improvisado en medio de decenas de pasamontañas que los miran y aplauden. No saben si responder con más aplausos, sonreír o agradecer.
Los guardianes tienen bastante clara su tarea. Tras ayudar a llevar los bolsos al auditorio, que también será el dormitorio de hombres, preguntan a sus estudiantes si quieren ir al baño. Después del “veinticinco” (al “número dos”, los zapatistas llamarán “cincuenta”), se arma una larga fila para ir a la cocina a buscar la merienda-cena. Frijoles, arroz, tostadas (la tortilla de maíz mexicana dura) y café son alimentos omnipresentes en la dieta zapatista.
Tras el éxtasis de la tarde, la noche en el auditorio se hace fría. Las bolsas de dormir y colchas no disimulan la rigidez de los bancos. El aire de entre cero y diez grados lastima la garganta, y los 100 hombres que en el improvisado dormitorio se deben envolvcomo orugas para calentar el aire.
Al día siguiente se amanece temprano y se desayuna lo mismo. Tras mucha organización los camioncitos comienzan a salir para las diferentes comunidades: 10 de abril, Che Guevara, 17 de noviembre, Comandanta Ramona. Tras media hora de viaje, sólo dos estudiantes fuimos asignados al municipio de Nueva Reforma. Ni bien se apaga el motor, las 25 personas (la mitad eran niños) que esperaban alrededor del fogón formaron dos filas, una de hombres y otras de mujeres, y una señora toma la palabra:
- ¡Viva los estudiantes y estudiantas de la Escuelita Autónoma Zapatista!
-¡Viva!
- ¡Viva el Subcomandante Moisés!
-¡Viva!
- ¡Viva el Subcomandante Marcos!
-¡Viva!
- ¡Viva la Escuelita Zapatista!
-¡Viva!
Uno a uno los hombres, mujeres y niños no estrechan sus manos. Se cena caldo de pollo y ahí se nota la importancia del acontecimiento: se mataron gallinas y eso no sucede siempre.
Los tres días en la comunidad son una sucesión de momentos donde los trabajos con los zapatistas ocupan un rol central: se trabaja el maíz en la milpa con un azadón para limpiar la maleza, se ayuda a vacunar el ganado que tienen en el monte, se pescan camarones en un riacho con una lombriz atada a una lanita de color, se recolecta café para preguntarse cómo es que ese frutito rojo con gusto a nada se transforma en cappuccino.
Los pasamontañas y paliacates (el pañuelo rojo con vivos amarillos que también se usa para ocultar la cara) desaparece salvo para las fotos. El Estado mexicano persigue a los zapatistas y como dijo el Subcomandante Marcos hace ya unos años: “Para que nos vieran, nos tapamos el rostro”. La noción del tiempo se esfuma. Lo innecesario también. La sencillez indígena es sabia y deja huella en la mirada occidental.
Ya de nuevo en la ciudad, los amigos preguntarán por la pobreza y respondemos con sinceridad. La precariedad está ahí, claro. Y ellos mismos lo saben y ellos mismo lo dicen. No se ve lujo ni smart phones ni wi-fi. Pero tampoco se ve hambre ni chicos que comen de la basura ni gente durmiendo a la deriva. Tampoco existe ya la opresión de los “rancheros” que se quedan con todo y aplican castigos. En las montañas del sureste mexicano se respira dignidad. Dignidad insurrecta. Un sentimiento de esperanza para quienes creemos que un otro mundo es posible: “Un mundo donde quepan muchos mundos”. La alegre rebeldía está ahí para mostrarlo.
Los tres días con la comunidad pasan rápido y, los cumpas vuelven al caracol e intercambian sus experiencias. Ahí está la segunda riqueza de la Escuelita que no todos ven. Hay muchísimos educandos de México, pero también de Argentina, Uruguay y Brasil, de Europa y hasta estadounidenses. Hay un arco iris de experiencias: académicos, feministas, universitarios, militantes, radios comunitarias, periodistas. Sólo la ideología arroja pequeños matices. Los argentinos notamos que la figura del Che Guevara desplaza en popularidad a Maradona y Messi.
Gracias a Chiapas, México vuelve a unir diversas tradiciones. Algo bueno tiene que salir de aquí. Gracias a la Escuelita, el EZLN alza nuevamente la voz a la comunidad internacional. Vuelve a ser uno de los faros para aquellos que queremos “para todos la luz, para todos todo”.
Como concluía el Subcomandante Marcos en una carta que enviaba a Eduardo Galeano: “En suma: somos un ejército de soñadores y, por lo mismo, somos invencibles. ¿Cómo no vencer con esta imaginación trastocándolo todo? No podemos perder. O, mejor dicho, no merecemos perder...”.
(*) Desde Chiapas. Especial para Perfil.com.