No son los más pobres ni los menos favorecidos los que peor viven el empobrecimiento en Gaza, sino personas como Jaled y Rami, dos funcionarios que como el resto de la clase media palestina han visto menguar sus ingresos y su bienestar debido al boicot internacional. Es que antes que Hamas se hiciera con el gobierno palestino en marzo, sus salarios mensuales de 500 dólares los convertían en sendos privilegiados de este barrio popular de la ciudad de Gaza.
“Hoy no quiero ni hacer el cálculo de lo que cobré en los últimos nueve meses. Me daría ganas de cometer un asesinato”, explica Jaled, de 32 años, quien asegura que sólo ve adelantos de 200 dólares, “cuando Hamas logra hacer entrar un ministro con maletas llenas de billetes de Egipto o pasa el dinero de contrabando por los túneles”.
“Yo doy un gran rodeo para evitar pasar frente al supermercado, por lo endeudado que estoy con el jefe –se lamenta Rami, de 29 años–, ¡si un recaudador de la electricidad se atreve a venir a mi puerta, disparo!”.
Es que el presupuesto de la Autoridad Palestina cayó al menos un 40 por ciento este año respecto a 2005, según un informe del Fondo Monetario Internacional (FMI).
Samar, que tiene 28 años y es la mujer de Jaled, asegura que “sólo cocina tres o cuatro veces al mes. El resto del tiempo comemos pan sazonado de tomillo o queso que hago en casa, con la leche en polvo distribuida por la Organización de Naciones Unidas (ONU)”. El organismo internacional alimenta, oficialmente, a unos 1,1 millones de personas de las 1,3 que viven en total en la franja de Gaza.
Acostumbrada a consultar al médico para sus dos pequeños, Samar se traga el orgullo, toma prestada una tarjeta de refugiado que pertenece a una vecina y hace examinar a su hija en el dispensario gratuito de la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados Palestinos (UNRWA). Entonces es cuando Rami toma en brazos a su hijos de cuatro años y exclama: “¡Estaba rollizo y mírenlo ahora!”
Aunque la franja de Gaza no sufre una hambruna general –las reservas de harina, importada de Israel, no descienden jamás del nivel crítico–, el índice de malnutrición, sobre todo entre los más jóvenes, aumentó, según las organizaciones no gubernamentales que se encuentran en la zona.
“Y eso que nosotros aún estamos bien”, asegura Jaled, que además explica que por el momento logra tener lo necesario para sobrevivir gracias a la venta de 500 gramos de oro de la dote de su mujer. “Pero si esto continúa así, en dos meses habrá que comenzar a vender los muebles. Conozco gente que comenzó a negociar con armas, cigarros de contrabando, tabletas de Viagra”, confiesa el funcionario.
“Lo que más me indigna es que a la gente de Hamas no le falta nada. Logran hacer llegar suficiente dinero en efectivo para pagar a sus empleados, a sus combatientes. Vemos los coches nuevos, los teléfonos móviles última generación. Todo lo que nosotros, la gente común y corriente, ya no podemos pagar”.