INTERNACIONAL
opinión

El fenómeno Eric Zemmour

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Polémico. Entendió a un amplio sector social harto de la corrección política de izquierda. | afp

¿Quién hubiera imaginado que el político que correría por derecha a Marine Le Pen sería un judío? El híper-mediático y profundamente controvertido Eric Zemmour ha tomado a la escena política francesa por las astas y la ha sacudido por completo. Al igual que Charles de Gaulle antaño, y Emmanuel Macron más recientemente, Zemmour es una de esas rara avis que anteceden al partido político propio. Aunque sus chances electorales son bajas, su incursión en la política ha causado estragos. 

Zemmour se graduó en la prestigiosa universidad Sciences Po de Paris, se dio a conocer popularmente como columnista destacado de Le Figaro y alcanzó gran fama como entrevistador estrella de televisión. Es invitado frecuente a programas de radio además de ser un autor de bestsellers: su último libro “Francia aun no ha dicho la última palabra” vendió 200.000 ejemplares antes de llegar a las librerías. A pesar de ello, se presenta como un outsider antisistema de La France profounde. Enarbola la pancarta de una Francia ideal, como una “nación esencial, casi angelical, de la historia”, según la caracterización de Mitchell Abidor y Miguel Lago en una soberbia nota en “Tablet”; una república intachable cuya mission civilisatrice merece ser aplaudida, no reprobada. Aún siendo descendiente de judíos bereberes argelinos, Zemmour encarna un orgulloso nacionalismo galo sustentado en el universalismo cristiano y específicamente imbuido del catolicismo “como la doctrina fundacional de la nación francesa”. 

Resulta claro que ha sabido recoger las expectativas de un amplio sector de la población francesa harta de la corrección política de izquierdas y frustrada con el centrismo estéril del establishment. Ha absorbido las preocupaciones de una considerable porción del electorado francés que simpatiza con partidos de ultraderecha (25%) y con habilidad las proyectó a los ámbitos de prensa. Ahora, por medio de su anunciada candidatura presidencial, las lanzó al debate político nacional. Entre ellas sobresalen la visión del islam como una religión violenta y la inmigración islámica como una amenaza al futuro de la república, así como el temor a la “Libanización” de Francia, es decir, la conversión de la república en un país fragmentado en sectarismos en contienda. 

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Yves Mamou, ex periodista de Le monde, opina que “Zemmour es el hombre que encarna el miedo a ver la desaparición de la Francia tradicional -la de los campanarios de las iglesias y la baguette- a manos de la yihad y la corrección política”. 

El experto estadounidense en islam, Daniel Pipes, observa que Zemmour “capta una verdad esencial, que Francia enfrenta el azote de la inmigración, que el país necesita más bebés, y que los elementos que han hecho grande a Francia están en peligro de ser sobrepasados por culturas extrañas”. 

Como muchos personajes contestatarios en otros rincones del mundo, Zemmour seduce y repele en simultáneo. Atina en algunos puntos de su diagnóstico y derrapa hacia lo desconcertante en otros. Es filo-ruso y antinorteamericano. Es un antifeminista recalcitrante. Está en contra de la reproducción asistida, de la educación transgénero en las escuelas y del matrimonio igualitario. Se opone a la sumisión del país a los tribunales europeos de justicia y derechos humanos. Quiere resucitar una ley del siglo XIX que obliga a los ciudadanos a poner solo nombres franceses a sus hijos. No le interesa proteger a las mujeres afganas de la opresión del Talibán y es un apologista de la colonización francesa de Argelia.

Sus posiciones a propósito de asuntos de interés para la judería de Francia son inauditas, algunos dirían incluso peligrosas. No reniega de su identidad religiosa al punto que es miembro de una sinagoga. Pero emplea esa identidad como un escudo para resguardarse de acusaciones de antisemitismo. De por cierto que algunas de sus declaraciones le merecieron exactamente tal epíteto y nada menos que en boca de personalidades judías: el Gran Rabino de Francia Haim Korsia y el escritor Jacques Attali lo acusaron de ser un “judío antisemita”, en tanto que el renombrado filósofo Bernard Henri-Levy lo ha tachado de “judío fascista”. ¿Son esas tipificaciones justificadas? Probablemente sí, puesto que si esas mismas aseveraciones las hubiera pronunciado un no-judío su vida política ya se habría estrellado. 

Zemmour ha asegurado que el gobierno Vichy protegió a los judíos, algo que es demostrablemente falso. (Paradójicamente, él postula eso aún cuando ese régimen títere nazi despojó de la ciudadanía a sus propios padres). También ha cuestionado la enseñanza del Holocausto judío durante la Segunda Guerra Mundial en la red escolar a la luz de que no fue, en su mirada, un evento central de la guerra, dando eco a lo que dijo Jean-Marie Le Pen en 1987 al reducir la Shoa a un “detalle” de la época. Se expresó contrariamente a la recordación del genocidio de los judíos así como a las leyes que castigan el negacionismo y a toda disculpa de la República, al alegar que los asesinos fueron los nazis, no los colaboracionistas franceses. 

No menos insólita es su posición ante el capitán Alfred Dreyfus, un emblema oscuro de la historia de los judíos en Francia. En su opinión, este militar franco-judío acusado falsamente de haber espiado para Alemania a fines del siglo XIX merecía las sospechas del ejército francés dado que había sido alemán; un argumento absurdo además de errado: Dreyfus nació en Alsacia y su familia se desplazó a Francia cuando Alemania invadió. “Nunca sabremos” la verdad sobre su inocencia, afirmó, en torno a un episodio sensible de la historia gala. Además, con una brusquedad sorprendente, descalificó a las víctimas judías del islamista Mohammed Merah porque sus padres eligieron enterrarlas en Israel. Sobre todo esto, Henri-Levy señaló: “La idea de que en la búsqueda del poder él profanará su nombre y el de nuestro pueblo -y al así hacerlo, se convierte en un instrumento de fuerzas contra las cuales la esperanza judía luchó por milenios- es insoportablemente obscena”. 

Un nuevo enfant terrible irrumpió en la escena política francesa. Cuanto antes salga de ella, elección nacional mediante, mejor.

*Profesor titular en la carrera de relaciones internacionales en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Palermo.