La noche del 4 de noviembre, la ciudad de Nueva York eligió al legislador del Partido Demócrata Zohran Kwame Mamdani como su nuevo líder, convirtiéndolo en el primer alcalde musulmán en la historia de la ciudad y en el más joven de la última mitad de siglo. Con algo más del 50% de los votos frente al exgobernador Andrew Cuomo –quien perdió las primarias demócratas en junio y decidió continuar su campaña de manera independiente–, y al republicano Curtis Sliwa, logró el triunfo en un contexto de profunda desafección política de la sociedad estadounidense.
En este marco, uno de los datos que más llaman la atención es, justamente, el nivel de participación récord que obtuvo: más de dos millones de neoyorquinos votaron y más de 735 mil lo hicieron de forma anticipada. Es la cifra más alta en la historia reciente de la ciudad. Parte de la explicación podemos encontrarla en la estructura territorial de la campaña: redes de voluntarios, recorridas puerta a puerta, encuentros vecinales y materiales traducidos a varios idiomas (urdu, árabe, bengalí, español). Mamdani no solo ganó; hizo que la gente quisiera votar.
A su vez, contra los diagnósticos que sostienen que la juventud se derechizó y que el malestar solo encuentra salida por la vía del enojo, en el voto joven estuvo el núcleo de su victoria. Según el AP Voter Poll, cerca del 75% de los votantes de entre 18 y 29 años eligieron a Mamdani.
Puede ser que la derecha haya sabido canalizar el desencanto en muchas ocasiones, pero no en esta elección, donde Zohran logró reconvertir ese malestar y postularlo como un horizonte colectivo. Su campaña no prometió estabilidad ni apocalipsis, sino algo más tangible: una vida vivible. Propuso congelar alquileres en unidades reguladas, habló de los buses gratuitos, del cuidado infantil universal, de abrir supermercados de la ciudad a precios de referencia y de alcanzar un estándar de salario con el que sea posible volver a planificar.
La forma también importó. El dispositivo se apoyó en el voluntariado y la traducción cultural: distintos materiales en varios idiomas circularon en mezquitas, templos, bibliotecas, ferias y centros comunitarios. Hubo visita puerta a puerta en barrios donde la política suele pasar cada cuatro años. En contextos de fatiga cívica, la cercanía no es un detalle estético, es infraestructura democrática. A su vez, que el ganador sea el primer alcalde musulmán de la ciudad y el más joven en más de un siglo agrega una capa simbólica que amplía el campo de lo representable.
Impacto en la Argentina. Primero, en la relación entre derechos y economía. En nuestro territorio se instaló la idea de que hablar de mujeres, migrantes o personas LGBTQ+ era espantavotos, pero Nueva York mostró otra gramática. Esos derechos no se presentan como capítulos aparte, se utilizan para el diseño de políticas universales. Cuando la ciudad discute alquiler, discute también las asimetrías de quienes alquilan y sostienen hogares monoparentales, o de quienes viven lejos y gastan más tiempo para llegar a destino. Cuando la ciudad baja el costo del transporte, corrige una desigualdad que castiga según barrio, género, edad y trabajo.
En segundo lugar, impacta en el modo de hablar con las juventudes que no se sienten interpeladas por ninguno de los partidos tradicionales. La experiencia neoyorquina sugiere que no alcanza con convocarlas a “participar”, hay que ofrecer una arquitectura de vida posible. En el AMBA eso podría traducirse en políticas de alquiler para primeras residencias, salud mental accesible en clave comunitaria o en espacios de estudio y trabajo que no supongan endeudarse para existir. La juventud no se enamora de diagnósticos, se organiza cuando se la invita a cogobernar aspectos concretos de su vida urbana.
Por otro lado, nos muestra que la movilización de mayorías es posible aún en tiempos de gran apatía política. En nuestro país, y a pesar de que el voto es obligatorio, la desafección se nota en la erosión de la conversación pública y en la dificultad para convertir apoyos blandos en trabajo territorial. La lección no es copiar nombres propios, es replicar procedimientos que vuelvan deseable la participación. Hay fatiga con la épica vacía, pero no con la posibilidad de que la ciudad vuelva a ser gobernable desde abajo hacia arriba.
Lo que viene para Nueva York es la prueba más difícil: construir capacidad estatal para que los instrumentos funcionen y perduren. Buses gratuitos requieren financiamiento estable, coordinación con sindicatos y metas verificables de calidad del servicio. Supermercados públicos necesitan logística mayorista, control de abastecimiento y sistemas de transparencia que eviten el arbitraje de precios. El estándar con el que se evaluará la gestión no será moral: será tangible. Si mejora la vida de quienes hoy no llegan a fin de mes con su sueldo, el modelo ganará espesor; si no, quedará como ensayo prometedor.
Desde Argentina se puede observar como una ventana práctica, donde pensar en ciudades con tarifas integradas que hagan predecible el gasto en transporte; compras públicas de alimentos con acuerdos de volumen y trazabilidad para estabilizar canastas; sistemas de alquiler con reglas claras. No se trata de inventar otra vez la rueda, sino de ordenar la caja de herramientas con una pregunta rectora: ¿qué tipo de política baja el costo de vivir sin degradar derechos y puede ser sostenida en el tiempo?
Nueva York no inaugura una ideología inédita, pone en escena una práctica que parecía olvidada: conectar afectos y economía y mover la conversación del insulto al instrumento. Que el alcalde electo sea joven, musulmán y hable de derechos humanos resulta importante como una señal de época, aunque lo realmente decisivo se jugará en la capacidad que tenga de convertir esa señal en políticas que midan mejor el tiempo y el dinero de la gente. Para quienes miran desde acá, el aprendizaje es menos épico y más metódico. Volver a hablar de la vida que transcurre entre el alquiler, el bondi y la mesa. Volver a organizar alrededor de eso. Volver a encender sin incendiar.
*Antropóloga, investigadora de Flacso y fundadora de Panóptico Cultural.