Desde Beijing
En China, el gobierno suele monitorear lo que se publica en la prensa oficial. Y más cuando se trata de temas políticamente sensibles. Por eso aquí llamó la atención que, hace un par de semanas, un diario del sistema público de medios aludiera a una hipotética visita del papa Francisco al país.
El Global Times citó a un experto chino diciendo que “si el Papa pudiera visitar China, su significado e impacto podrían ser mayores que la visita de Richard Nixon en 1972”. Aquel viaje de Nixon fue clave para el restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre Washington y Beijing, quebradas tras el triunfo de la revolución maoísta.
Nadie podría pensar seriamente en una visita inminente de Francisco a este país. Pero que esa fantasía haya entrado en la categoría de lo decible para el gobierno chino habla del estado actual de la relación entre ambas partes. De la mano de Jorge Bergoglio y Xi Jinping, avanza un discreto acercamiento que, por primera vez en décadas, podría llevar a un deshielo entre el Vaticano y China.
El Estado chino rompió relaciones diplomáticas con la Santa Sede en 1951. Desde entonces, la comunidad cristiana dentro de China está partida en dos. Por un lado, los seguidores de la llamada Asociación Patriótica Católica China, una iglesia aprobada por el Partido Comunista que nombra a sus propios obispos sin consultar al Papa, a quien no reconoce como autoridad. Por el otro, una masa clandestina de fieles que juran lealtad al Pontífice de Roma, cuya práctica religiosa es ilegal para el gobierno.
“Más allá de los gestos de acercamiento entre Xi y Francisco, la cuestión más compleja sigue siendo el tema de la autoridad sobre el catolicismo –dijo a PERFIL Yang Huiling, investigadora de la Universidad de Estudios Extranjeros de Beijing y experta en historia del cristianismo en China–. El Estado chino no reconoce al Papa como jefe de la Iglesia Católica ya que el país mantiene una larga tradición de no subordinarse a ningún poder foráneo”.
Las negociaciones transcurren en ese marco. Desde el inicio de su papado, Francisco impulsó el diálogo con China como una cuestión estratégica, pese a la oposición de sectores conservadores de la curia romana. Una nueva ronda de diálogos comenzó en junio pasado. “Estamos en un buen momento”, dijo el Papa al respecto. “El diálogo es un riesgo, pero prefiero el riesgo a la derrota segura que sería no intentar el diálogo”.
Se cree que un eventual acuerdo le daría voz al Vaticano en la designación de los obispos chinos. Para China, el beneficio sería obtener un mayor control sobre las “iglesias subterráneas” que hoy practican su credo en las sombras. Y sumaría a la imagen de apertura que el gobierno de Xi transmite al mundo.
Una de las incógnitas del approach es qué ocurriría, llegado el caso, con el vínculo entre Taiwán y el Vaticano, el único estado europeo que mantiene relaciones diplomáticas con la administración taiwanesa, en conflicto de soberanía con Beijing. Por ahora, todo está por verse.