No hace mucho tiempo atrás, el gobierno en España se turnaba entre las dos fuerzas políticas mayoritarias, el PP y el PSOE. Pero el desencanto con la ahora denominada “política tradicional” llegó de la mano de los recortes en lo social y de los numerosos casos de corrupción que se fueron ventilando en los últimos años y que incluso a día de hoy siguen salpicando ambos partidos, sobre todo al PP.
El país europeo se enfrenta a dos desafíos igual de complejos: la posible secesión de Cataluña y la integración de las dos nuevas fuerzas políticas emergentes, Podemos y Ciudadanos, en un parlamento habituado al binomio partidista liderado por el Partido Popular (PP) y el Partidos Socialista (PSOE). Transcurrido más de un mes desde las últimas elecciones, ninguno de estos dos frentes abiertos tienen visos de resolverse.
La etapa política actual, históricamente inusual, está marcada diariamente por acontecimientos nunca antes vistos en el panorama político español. Por ejemplo, la semana pasada, las portadas de periódicos y noticieros se ocuparon de la “escandalosa” entrada -según varios medios- de los nuevos diputados en el congreso nacional, en la que se pudieron ver estampas como las que ilustran este artículo: el peinado de rastas que llevaba uno de los nuevos representantes y un bebé siendo amamantado por una diputada. Algo nunca visto en un congreso donde las formas son sagradas.
Aunque las turbulencias en lo político no vienen de la mano de un bebé o un peinado, sino por la imposibilidad, al menos de momento, de que algún partido de los que se presentaron a las elecciones pueda formar gobierno. La inmensa mayoría de votos se dividió de manera muy equitativa entre cuatro opciones políticas diferenciadas, lo que torna imposible que alguna pueda gobernar por sí sola, obligando por tanto a pactar o a convocar nuevas elecciones.
El partido que más votos ha conseguido fue el PP de Mariano Rajoy, que a pesar de contar con la mayor cantidad de diputados (123), no le alcanza para gobernar en solitario. Tampoco le alcanza a su rival de siempre, el PSOE de Pedro Sánchez, que ha sufrido el peor resultado electoral de su historia, pero aún así cuenta con 90 escaños. Las dos nuevas fuerzas políticas que irrumpen en el Congreso, Podemos liderado por Pablo Iglesias, y Ciudadanos, encabezado por Albert Rivera, cuentan con 69 y 40 diputados respectivamente.
Política de pactos. Existen varias posibilidades de alcanzar acuerdos entre las fuerzas políticas que conforman el nuevo Congreso, aunque todas ellas resultarían incoherentes, en caso de concretarse, con lo expresado por dichas fuerzas durante la campaña electoral.
En el transcurso de los numerosos debates que se organizaron de cara a las presidenciales, los diferentes candidatos urdieron una estrategia comunicativa predefinida para captar la atención del voto mayoritario. Así, mientras los dos partidos de mayor alcance, PP y PSOE, intentaron mantener la pugna electoral entre si mismos restándole importancia a las fuerzas emergentes, éstas rehuyeron de lo que denominaron “vieja política” y se presentaron como lo nuevo, como un auténtico cambio en el horizonte político.
Por tanto, cualquier pacto que se alcance en la actualidad resultaría contrario a lo expresado en campaña, ya que implicaría que los partidos mayoritarios pacten con las nuevas fuerzas, a las que restaban importancia, o que los partidos emergentes se alíen con lo que se empeñaron en calificar como vieja política.
A pesar de las incoherencias, la posibilidad que más entidad adquiere a día de hoy, a falta de un nuevo acontecimiento que la desbarate, es la de un hipotético acuerdo entre el PSOE y Podemos. Aunque estas fuerzas precisarían del resto de partidos minoritarios para gobernar, ya que ambos por sí solos no alcanzan la mayoría absoluta requerida de 176 diputados.
Ambas fuerzas coinciden en el impulso por lo social y en un relajamiento de las medidas de austeridad económica, aunque existen discrepancias en cuanto a la solución que se le pretende dar al desafío soberanista catalán. Podemos presenta la opción más radical, mostrándose partidarios del derecho a decidir del pueblo catalán, mientras que el PSOE apuesta por soluciones que pasan por el mantenimiento de la unidad de España, aunque consciente de que el de cataluña es un problema al que es necesario dar solución.
En una postura completamente antagónica a la expuesta, se encuentran los otros dos partidos que más votos han conseguido, PP y Ciudadanos. Entre estas dos fuerzas la opción de un posible pacto no es tan evidente como en el caso anterior, aunque sí es factible por sus coincidencias en cuanto a ideología y solución al conflicto catalán, que pasa por un rotundo NO ante cualquier concesión que posibilite un referéndum o la independencia.
Sin embargo, estos partidos tampoco alcanzan la mayoría necesaria para gobernar conjuntamente, por lo que precisarían también del resto de fuerzas minoritarias -entre las cuales las soberanistas catalanas tienen una presencia importante- lo que hace inviable, salvo fuertes concesiones, un posible pacto.
La última opción, la menos viable por la diversidad de fuerzas que la integrarían, es la “gran coalición” entre PP, PSOE y Ciudadanos, que alcanzaría los 250 diputados y que permitiría gobernar sin problemas. Pero este acuerdo, llamado a “salvar la estabilidad política de España” según su precursor, Mariano Rajoy, dejaría en total evidencia y casi fuera de juego al PSOE y a su líder Pedro Sánchez, que durante la campaña había perjurado que no pactaría con el PP, su rival de siempre.
Hasta el momento, ningún partido se quiso ver en la tesitura de intentar formar gobierno y fracasar. Las maniobras tácticas están a la orden del día, y mientras el PP anuncia su renuncia a formar gobierno por ahora –aunque le corresponda por ser la fuerza más votada-, Pablo iglesias, de Podemos, se ofrece como vicepresidente de un hipotético gobierno con el PSOE y hasta sugiere cómo debe efectuarse el reparto de ministerios.
Mientras, en Cataluña, ya se ha formado gobierno soberanista al frente del nacionalista Carles Puigdemont, que se ha autoimpuesto una hoja de ruta para salir de España y declarar la independencia en el plazo de 18 meses, cuestión que a priori parece material y jurídicamente irrealizable.
Tal y como se presenta el panorama, la opción de la repetición de elecciones no parece una quimera. Algo que podría crear desconfianza y afectar la estabilidad económica de España, según advirtió la Comisión Europea en el día de ayer.
La incertidumbre que reina actualmente en la política española es tal, que ningún analista político se atreve a decantarse por alguno de los escenarios antes expuestos. Quizás, la llave hacia un posible pacto pueda encontrarse en el asunto catalán, aunque en este sentido no parece haber una solución que deje a todos conformes. El nacionalismo catalán no es del todo bueno, pero es una realidad innegable que tarde o temprano se deberá atender, por lo que el antinacionalismo resulta aún peor.
El mensaje que han dado las urnas el pasado 20 de diciembre fue la formación de un gobierno heterogéneo, contrario a la mayoría absoluta de un sólo partido a la que se estaba históricamente acostumbrado. En el transcurso de los próximos días posiblemente se multipliquen los avatares de esta novela que está poniendo patas arriba la quietud de un país acostumbrado a la estabilidad en el terreno político.
(*) Especial desde España para Perfil.com. Barreiro es abogado, analista e investigador. Licenciado en Derecho por la Universidad Complutense de Madrid y Máster en Cooperación Internacional.