La fragmentación política que dejaron las elecciones del pasado 20 de diciembre en España no sólo fue el acta de defunción del bipartidismo, sino que también obligó a las fuerzas políticas a negociar para llegar al poder. En ese diálogo quedó en evidencia el nuevo rol protagónico de las fuerzas emergentes –Podemos y Ciudadanos– y de las nacionalistas catalanas y, en menor medida, vascas.
Si bien el Partido Popular ganó las elecciones, con 123 escaños en el Parlamento, tan sólo logró el compromiso de Ciudadanos para su investidura. El Partido Socialista Obrero Español (PSOE) se alzó con noventa bancas y quedó como el jugador indispensable para cualquier pacto de gobierno, ya sea hacia la derecha o hacia la izquierda del espectro político.
Pero quienes quedaron en una posición de fuerza capaz de bloquear todo el proceso o, por el contrario, destrabarlo, fueron los dirigentes de Podemos, que sentados en sus 69 escaños defienden la realización de un referéndum en Cataluña. Una de las defensoras más fervientes de esa postura es la alcaldesa catalana Ada Colau, quien concedió que “se puede hablar de las preguntas” con el PSOE.
Esquerra Republicana de Catalunya (ERC), que integra la Generalitat y encabeza el desafío secesionista, tiene tan sólo nueve bancas, pero en este escenario su abstención también es clave para que Sánchez llegue a la Moncloa.
En el País Vasco también tomaron nota del resultado electoral y de las posibilidades de negociar y obtener réditos de la parálisis política en Madrid. Tanto es así que el Partido Nacionalista Vasco (PNV) le reclamó el jueves a Pedro Sánchez un nuevo estatus para Euskadi, el derecho a decidir y una relación “bilateral” recíproca con el Estado español. Todo eso a cambio de apoyar su investidura o, de mínima, no boicotearla. “Nosotros no vamos a dar gratis nuestro apoyo a nadie mientras no se acepten ciertos compromisos, ya que, si no se aceptan, no tenemos necesidad de dar nuestro apoyo a nadie”, afirmó el diputado Joseba Agirretxea.
De esa manera, las dos regiones más díscolas de España plantaron cara frente a la crisis política de ese país, de la que planean sacar su propia tajada. Tanto Podemos como el PNV y Esquerra Republicana descartaron de plano cualquier pacto que permita que Rajoy, su adversario en común, continúe en el poder. Sánchez sería el mejor posicionado para lograr un gran acuerdo, si los “barones” de su partido no bloquean esa iniciativa. El gran temor de la cúpula del PSOE es que, en pos de llegar al poder, Sánchez ponga en riesgo la integridad territorial de España.
Si se formase un gobierno apoyado por fuerzas nacionalistas, la independencia de Cataluña cobraría renovadas fuerzas. Paradójicamente, la suerte independentista no se definiría en Barcelona sino en Madrid.