Una noche de 1947, Aristóteles Onassis se pasó de vivo con Eva Perón. Su amigo Alberto Dodero, gran empresario naviero del Río de la Plata, le había organizado una cita con la primera dama argentina en la Riviera italiana. Según la biografía Ari, escrita por Peter Evans, el magnate griego donó 10 mil dólares a la Fundación de Evita y ella le preparó huevos revueltos. Onassis quizo seducirla y Eva lo frenó en seco: “No te gusta perder el tiempo, ¿verdad?” Luego, cuando Juan Perón nacionalizó su constructora de barcos, Dodero bromeó: “¡Perón me hizo a mí lo que yo arreglé que Onassis hiciera a su mujer!”
La anécdota ilustra la relación que tuvo el hombre más rico del siglo XX con su conexión en la Argentina. En los años veinte, Dodero le abrió las puertas del negocio marítimo a Onassis y lo integró a una red de influencias que le permitió amasar su primer millón. Desde entonces, la historia común de ambas familias transcurrió entrelazada por varias generaciones entre Buenos Aires y Atenas. Los dos apellidos fueron y son exponentes del jet set, y sus derroteros corren paralelos a los de la Argentina y Grecia. El estallido social de 2001 y la crisis helena no pasaron sin consecuencias para los herederos actuales.
En su testamento de 1975, Aristóteles Onassis ordenó que su descomunal patrimonio se dividiera en dos: mitad para sus descendientes sanguíneos y mitad para una fundación que llevaría el nombre de su hijo muerto. Hoy, la Fundación Alexander S. Onassis tiene dos ramas: una dedicada a la beneficiencia social, y otra a los negocios marítimos e inmobiliarios. El rubro del transporte naviero, de larga tradición comercial en Grecia, fue uno de los más golpeados por la crisis financiera. El grupo Onassis no fue la excepción.
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