El 13 de mayo de 1981, el joven turco Mehmnet Ali Agca disparó contra el Papa Juan Pablo II mientras se desplazaba por la plaza de San Pedro del Vaticano en un vehículo abierto, y lo hirió en la mano, el brazo y el abdomen ante una audiencia mundial en estado de shock. Durante una visita a la cárcel romana, en diciembre del año 1983, el papa polaco perdonó al hombre que casi lo mató y Agca dijo que le había contado toda la verdad sobre el atentado.
Detenido en flagrante delito, Agca fue sentenciado a cadena perpetua en julio de 1981 pero dos años más tarde el Papa lo visitó prisión italiana de Rebibbia y lo perdonó. Indultado por el presidente de Italia, Carlo Azeglio Campi, en abril de 2000 el terrorista fue extraditado a Turquía, donde ya era un hombre buscado.
En 1979, el ladrón y pandillero, que se había unido al movimiento terrorista ultranacionalista, islamista y de extrema derecha de los Lobos Grises de Turquía, cuyos escuadrones de la muerte parecían operar casi con impunidad, mató a tiros al editor del periódico de izquierda Abdi Ipekci. Por el crimen cumplió una condena de 10 años de prisión al tiempo que hizo declaraciones cada vez más contradictorias respecto a sus motivos para cometer el atentado al Papa.
La "huella soviética"
Durante mucho tiempo, Agca dijo haber actuado en solitario, pero muchos investigadores creen que fue contratado por un servicio de inteligencia comunista de Europa del Este para asesinar al Papa debido a la oposición de Juan Pablo II al comunismo.
Se sospechaba que tenía conexiones con el servicio secreto búlgaro, mientras el senador italiano Paolo Guzzanti, presidente de la comisión creada para aclarar el atentado del Papa, dijo ver a la KGB como responsable del atentado, y afirmó dijo que se debía hablar de una “huella soviética roja”.
Nunca se demostró ninguna conexión entre Ali Agca y los servicios secretos extranjeros, y el propio Papa Juan Pablo aparentemente descartó las afirmaciones de que la KGB soviética y su contraparte búlgara conspiraran para matarlo.
Arrestaron a Sergei Antonov, un empleado en Roma de Balkan Airlines, la aerolínea nacional de Bulgaria, que fue acusado de ser cómplice de Agca, pero un juicio en 1986 de varios de los supuestos cómplices de Agca no pudo probar un vínculo con el servicio secreto de Bulgaria.
Después de salir de la cárcel de Turquía en 2010, Ali Agca afirmó en una entrevista televisiva que aquel atentado le fue encargado no por los servicios secretos extranjeros, sino por el cardenal Agostino Casaroli, secretario de Estado del Vaticano en 1979-1990.
“Definitivamente, el gobierno del Vaticano estuvo detrás del intento de asesinato. El cardenal Agustino Casaroli, el segundo hombre en el Vaticano, decidió esto. Era la persona más allegada al Pontífice. Y el cardenal Michele, del servicio de Inteligencia del Vaticano, planificó el atentado”, confesó Agca. “Sin el apoyo de curas y cardenales no podría haber cometido el atentado”, afirmó.
Qué pasó ese 13 de mayo
A las 17.17 horas del 13 de mayo de 1981, el Papa Juan Pablo II fue conducido en un automóvil descapotable frente a la Basílica de San Pedro. Con una pistola semiautomática Browning de 9 mm captada claramente en las grabaciones de la TV, Alí Agca disparó.
Muy cerca se encontraba un cómplice, su amigo de la infancia Oral Celik, cuya misión consistía en detonar un pequeño dispositivo explosivo para distraer a la multitud y a la policía. Al parecer, entró en pánico y huyó cuando el Papa se derrumbó sobre el Papamóvil.
La multitud, incluida una monja y el guardaespaldas papal Camillo Cibin, atraparon a Agca, que había arrojado la pistola debajo de una camioneta. Dos balas se alojaron en el intestino delgado de Juan Pablo II y otras dos impactaron en cualquiera de los brazos. Perdió tres cuartas partes de su sangre mientras los cirujanos trabajaron durante cinco horas para salvarlo.
“Los mismos médicos que efectuaron la intervención… me confesaron que lo atendieron sin creer en la supervivencia del paciente”, dijo recientemente el cardenal Stanislaw Dziwisz, secretario papal. El médico personal del Papa, el doctor Renato Buzzonetti, pidió incluso impartirle la unción de los enfermos.