No es casualidad que Siria sea el primer importador de yerba mate del mundo: existen fuertes lazos históricos entre el pueblo sirio y la Argentina. La colectividad sirio-libanesa es la tercera corriente inmigratoria más numerosa del país, por lo que el drama de la guerra civil afecta a miles de familias que, a 17 mil kilómetros de distancia, lo sienten en carne propia. PERFIL reunió a referentes de la comunidad. Eduardo Massad, presidente del Club Sirio-Libanés; Jorge Haddad, representante de la juventud del Club; Fabián Ankah, presidente del Centro Islámico de la República Argentina; y Juan José Esper, de la iglesia católica ortodoxa de Antioquía, dialogaron sobre el conflicto.
—¿Cuál es el sentimiento de la colectividad ante el horror de la guerra civil?
MASSAD: Tengo amigos que tuvieron problemas con el régimen de Al Assad y apoyan a los rebeldes, y tengo otros cuyas familias sufren los embates del ejército insurgente. En general, creo que hay más rechazo que aceptación a la guerrilla, porque se prefiere la paz a la guerra.
ANKAH: En el Centro Islámico hay gente a favor y en contra de Al Assad, pero nuestra premisa es estar unidos y respetarnos aunque haya diferencias. Esto algún día se va a acabar, y tendremos que seguir todos juntos.
—¿Al Assad provocó divisiones en el seno de la colectividad?
A: Intentamos dejar afuera la discusión política. Con la tarea social que nos toca ya es suficiente.
ESPER: Fijar una posición política no ayuda en este difícil momento. La mayoría de los descendientes de sirios coinciden en que poner las preferencias políticas sobre la mesa es echar más leña al fuego.
—¿Cómo se evita que se repitan escenas como las de niños muertos por el uso de armas químicas?
HADDAD: Existen conceptos básicos como los de soberanía, autodeterminación de los pueblos y no intervención. Guerras civiles hubo siempre. Hay intereses extranjeros en juego, pero hay que respetar los niveles de maduración de cada pueblo.
E: Hay una oportunidad para la paz, y es que las instituciones religiosas de distintos credos propicien un espacio para el diálogo entre los actores sirios que están en conflicto.
—Si se rechaza la intervención militar, ¿cómo se hace para frenar la violencia en Siria?
M: Si la pregunta es cuál es el camino de la paz, no hay dudas de que no es la intervención unilateral. Cualquier estrategia debe darse en el marco de la ONU. ¿Qué garantías hay de que no se repita la experiencia de Irak?
—¿Cómo recibieron las noticias sobre el uso de armas químicas?
A: En todo conflicto, la primera víctima es la verdad. Todavía no se sabe a ciencia cierta cómo se llegó al uso de esas armas. Hay más jugadores que el pueblo sirio e intereses de las potencias en juego.
E: Cuando el dolor es tan profundo, el análisis se apasiona. El uso de armas químicas no puede ser aceptado por nadie. Pero los mecanismos para evitar la escalada debieron haberse generado con el primer muerto.
—¿Dudan sobre la responsabilidad del gobierno de Al Assad?
M: Estamos a 17 mil kilómetros de distancia, por lo que nuestra observación no es parcial ni imparcial. Simplemente no podemos observar lo que está sucediendo allí. Ante las versiones opuestas de Estados Unidos y Rusia, no podemos tomar ninguna de las dos. Lo único que nos queda es el sentimiento de horror.
H: En Irak se dijo que había armas de destrucción masiva y nunca se comprobó, pero el resultado igual fue una intervención a gran escala.
—¿Qué opinión personal tienen sobre Al Assad?
M: En el Club fuimos sus anfitriones en su viaje a la Argentina en 2010. Es una persona muy abierta, se apretujó con todos los paisanos que querían saludarlo.
—¿Al Assad cambió por la guerra?
M: Es muy difícil opinar estando a tantos kilómetros de distancia y tan alejados de las circunstancias.