La noticia de que el príncipe alemán Ernesto de Hannover se encuentra internado de gravedad en una clínica de Ibiza, no hace más que remontarnos a la triste imagen de su todavía esposa.
La princesa Carolina de Mónaco, una de las mujeres más elegantes y fotografiadas del siglo XX hoy encarna la historia de una dinastía perseguida por la tristeza.
Cuando sólo tenía 16 años, la revista Time le dedicó una portada: "Carolina, la novia de Europa". La atractiva princesa de Mónaco, que creció entre algodones, se convirtió de pronto en la novia del escándalo.
Su existencia no fue completamente feliz desde que 21 cañonazos, campanas de iglesias y sirenas de barcos anunciaran su nacimiento, allá por 1957. Se dice que su primer marido, Philippe Junot, era el tipo de hombre que ninguna madre querría como yerno. Se conocieron en el 76, en un club de París y el impenitente mujeriego puso sus ojos en la princesa al instante. Como Carolina disfrutaba de hacer enojar a sus padres, aceptó su propuesta matrimonial, y la boda se celebró a mediados del 78.
La ruptura tardó 18 meses en llegar. "Me casé con Junot porque estaba enamorada…", declaró Carolina. "Pero un buen día te levantas de la cama y te preguntas cómo has podido hacer una cosa así. Creo que empecé a replantearme nuestra relación en la luna de miel".
En el tiempo que transcurrió entre el divorcio (octubre de 1980) y la segunda boda de Carolina, la princesa protagonizó uno de los romances más recordados de su biografía junto al tenista argentino Guillermo Vilas, con quien fue fotografiada en "topless" en Hawai. La muerte de Grace, madre de Carolina, en un accidente en 1982, hizo que Vilas cayera en el olvido. Carolina optó por ser más discreta con su vida sentimental y empezó a acompañar a su padre, Rainiero III, en el papel de Primera Dama.
El país supo de la existencia de Stefano Casiraghi (su segundo marido) apenas unas semanas antes del casamiento. Era el verano de 1983 y Stéfano, miembro de una familia adinerada de Milán, era un temerario aficionado a los deportes extremos y a los negocios turbios.
"En Mónaco -escribe el periodista Frédéric Laurent- se repite hasta la saciedad que el difunto marido de Carolina bordeó las penumbras de la Mafia". Además de llenar el hueco de Grace en las fotos oficiales, Stéfano se ganó rápido la confianza de Rainiero III, lo que le abrió las puertas a prósperos negocios.
El 30 de octubre de 1990, Stéfano debía disputar en aguas de la bahía de Mónaco la segunda vuelta del campeonato mundial de off-shore. Dos veces campeón mundial en esa modalidad, Casiraghi había prometido a su esposa que aquel sería el último año en que participaría de la competencia. Y así fue, porque murió aquel día. Su embarcación perdió el control por culpa de una ola, y el piloto salió despedido de la lancha. Stéfano quedó aprisionado en su asiento y para cuando los equipos de rescate solamente pudieron sacarlo, ya estaba muerto.
Su tercer matrimonio no fue menos desgraciado. Su marido, aunque todo un príncipe, se ganó fama de iracundo, golpeador y borracho. Ernesto de Hannover sería víctima de una enfermedad genética, la porfiria, una especie de demencia que vuelve a los afectados violentos y depresivos.
La boda fue en 1999, pero diez años después Carolina y Ernesto no viven juntos, y muchos interrogantes se abren en torno a lo que realmente pasó entre ellos.
A sus 54 años, Carolina de Mónaco -persona frívola y altiva- se lleva pésimo con su hermana y continúa siendo el blanco favorito de los paparazzi del mundo. Dicen las estadísticas que su rostro en portada incrementa las ventas de las revistas entre un 20% y 30%, y más si las fotos se acompañan con una buena historia. En su rostro, sin embargo, lleva el peso de tres fracasos matrimoniales, la pérdida inconsolable de sus padres y el peso de una familia demasiado desgraciada.
(*) Especial para Perfil.com.