Un tribunal del sur de Francia sumó un año de prisión a la condena de Husamettin Dogan, de 44 años, el único de los 51 acusados que había apelado tras ser declarado culpable de violar a Gisèle Pelicot. El jurado popular de Nimes fue más severo que los jueces de primera instancia y elevó la pena de nueve a diez años.
La mujer de 72 años había sido drogada durante más de una década por su entonces esposo, Dominique Pelicot, quien organizaba las violaciones de decenas de hombres reclutados en foros de internet. Dogan, casado y padre de un hijo, alegó nuevamente su inocencia a pesar de las imágenes de video que lo muestran penetrando a Gisèle inmóvil: “Nunca he violado a esta mujer, tengo el máximo respeto por ella”, declaró en la sala. Hoy la Corte desestimó sus argumentos y confirmó su culpabilidad por violación con agravantes.

"Que la vergüenza cambie de bando"
El 2 de septiembre de 2024, cuando Gisèle Pelicot subió las escaleras del Palacio de Justicia de Aviñón, todavía era una jubilada anónima. Cuatro meses después, tras 16 semanas de audiencias y la condena de 51 hombres -incluido su marido Dominique, sentenciado a 20 años de cárcel-, se había convertido en un ícono. Tomó una decisión histórica: renunció a su derecho al anonimato, permitió que el juicio fuera público y expuso las pruebas de su calvario para que la vergüenza dejara de recaer sobre las víctimas y pasara a los agresores.
El caso salió a la luz en septiembre de 2020, cuando Dominique Pelicot fue detenido en un supermercado tras ser sorprendido tomando fotografías por debajo de las faldas de varias mujeres. Al registrar sus computadoras, la policía descubrió más de 4.000 imágenes y 300 videos de su esposa, Gisèle, inconsciente y siendo violada por decenas de hombres.

Gisèle, que llevaba 50 años de matrimonio con Dominique, descubrió entonces que durante más de una década había sido drogada para quedar indefensa mientras su marido organizaba agresiones sexuales en el domicilio familiar. Él reclutaba a los abusadores en foros en línea y catalogaba cada encuentro en carpetas con títulos como “Abuso”. Esa meticulosidad macabra fue la llave para identificar a los acusados.
En diciembre de ese mismo año, el tribunal declaró culpables a 46 de los acusados por violación, a 2 de intento de violación y a otros 2 de agresión sexual. Dominique Pelicot recibió la pena máxima: 20 años de cárcel.

La fiscalía lo describió como “el centro de una red de cómplices ordinarios”, entre los que había padres de familia, trabajadores de distintos rubros e incluso bomberos, militares, un periodista, un consejero municipal y un guardia penitenciario, hombres que llevaban vidas “aparentemente comunes” en sus comunidades y, justamente, en esa invisibilidad residía parte de su poder.
Pelicot: el regreso a tribunales
Esta semana, Gisèle volvió a una sala de audiencias, esta vez como testigo en la apelación de Dogan. Aunque no estaba obligada a asistir, decidió hacerlo para acompañar el proceso hasta el final. “Todos habrían entendido si no hubiera venido, porque intenta reconstruir una vida normal. Pero siente la responsabilidad de estar presente”, explicó a la BBC su abogado Stéphane Babonneau.
La presencia de Gisèle fue también una respuesta política: frente a las negativas del acusado, ella volvió a sostener su verdad. Al escuchar que Dogan se autoproclamaba “víctima”, Gisèle fue contundente: “Yo soy la única víctima. Asuma sus actos de una vez”.

El caso Pelicot desató un debate que trasciende el tribunal. Francia, que durante años se consideró reticente al #MeToo, vio cómo el testimonio de una mujer de provincia, abuela y jubilada, resquebrajaba silencios culturales.
Según el Ministerio de Justicia francés (2023), apenas un 6% de las víctimas de violencia sexual presentan una denuncia formal. Y de esos casos, más del 80% termina archivado sin juicio. La tasa de condenas firmes es ínfima, lo que refleja la magnitud del tabú: la mayoría de las mujeres calla por miedo, por culpa o por vergüenza.

Anne-Cécile Mailfert, presidenta de la Fondation des Femmes y activista en la campaña de concientización #MendorsPas (No me duermas), subrayó que la decisión de Gisèle de abrir el juicio al público “tiene un valor transformador”. En diálogo con Radio France Internationale recordó que los casos de sumisión química han aumentado un 67% en Francia, en parte porque hoy hay mayor conciencia y más denuncias: muchas víctimas ni siquiera entienden lo que les ocurre y son manipuladas para creer que exageran o que “se están volviendo locas”.
En ese contexto, sostuvo Mailfert, el gesto de Gisèle es decisivo: “La vergüenza debe ser del agresor, no de la víctima. Que ella lo haya puesto en escena, frente a millones, cambia el paradigma”.

Fracturas y nuevos silencios: los hijos e hijas de Gisèle
Cuando comenzó el proceso, los tres hijos de Gisèle –Caroline, David y Florian– la acompañaban en el tribunal. Hoy, esa unidad se desmoronó.
Durante la investigación, la policía encontró en el disco duro de Dominique Pelicot una carpeta titulada “My daughter naked”, con imágenes de Caroline Darian semidesnuda, con ropa interior que no le pertenecía. Al principio no se reconoció en esas fotos, hasta que un agente le señaló una marca en la mejilla que confirmaba su identidad. Caroline está convencida de que también fue drogada y abusada por su padre, aunque carece de las pruebas concluyentes que tuvo su madre.
“No tengo tantas pruebas como ella. Yo era su única hija, no debería haberme soltado de la mano, sobre todo entonces”, declaró ante el tribunal. La negativa de Gisèle a pronunciarse públicamente fracturó el vínculo entre ambas.
Su hijo mayor, David, se alineó con Caroline. En cambio, Florian, el menor, se mantiene al lado de su madre. También Nathan, nieto de Gisèle, denunció abusos sexuales de su abuelo, pero el caso fue archivado por falta de pruebas.
La maquinaria del abuso y la sumisión química
El término “sumisión química” (agresiones sexuales facilitadas por drogas) es clave para entender este caso. Estudios franceses señalan que el 80% de las víctimas presentaron benzodiacepinas en sus sistemas. El caso Pelicot ha visibilizado el desafío médico y forense: como señala Le Monde, los médicos enfrentan síntomas como lagunas de memoria, “ausencias” y efectos que simulan una ingesta voluntaria, lo que complica la detección de estas agresiones.
Dominique Pelicot encajó en este contexto al usar medicamentos para drogar a Gisèle y facilitar los abusos. En el tribunal, intentó justificar sus actos alegando traumas infantiles, pero la psicóloga Annabelle Montagne fue rotunda: lo definió como un hombre “egocéntrico, manipulador y con fantasías de necrofilia".

Gisèle, símbolo político y cultural
En apenas unos meses, Gisèle Pelicot pasó de ser una víctima anónima a una figura de impacto global. Fue nombrada entre las 100 personas más influyentes por la revista Time, recibió la Legión de Honor francesa y hasta una carta personal de la reina Camila.
Un espejo para Francia y para el mundo
El caso Pelicot se conecta con la reactivación del #MeToo en Francia. El alegato de la actriz Judith Godrèche en los Premios César, donde denunció la “impunidad” y el uso de la industria como “tráfico ilícito de chicas jóvenes”, y la condena a Gérard Depardieu por agredir sexualmente a dos mujeres durante un rodaje forzaron al país a debatir reformas legales, entre ellas la inclusión del consentimiento en la definición de violación, una medida que Emmanuel Macron prometió apoyar.

La profesora Laura Frader escribió en The Washington Post: “El caso Pelicot contribuirá a una tendencia inevitable: la sociedad francesa, incluso con sus resistencias, ya no puede seguir ignorando la violencia sexual”.
Gisèle: el poder de un nombre propio
El feminismo nos recordó siempre que lo personal es político. Gisèle Pelicot lo llevó más lejos: convirtió lo íntimo en bandera, la vergüenza en denuncia y lo individual en una causa colectiva.
Su caso recuerda que la lucha no se libra solo en los tribunales, sino también en la capacidad de torcer sentidos, quebrar pactos de silencio y de marcar un antes y un después en la cultura. Y que, como ella misma pidió: “Quiero que digan: si Madame Pelicot lo hizo, yo también puedo”.
GD/EM