Kobane, Siria
La vida en la ciudad siria de Hasake, dividida entre los kurdos y las fuerzas del régimen de Bashar al-Assad, tiene un alto precio: dos servicios militares, dos permisos de conducir, doble imposición para todo. La guerra dividió a este enclave en el noreste del país, al igual que a otras ciudades de esta región de la que es oriunda la familia de Aylan Kurdi. Aquí, árabes y kurdos coexisten bajo el control de las tropas leales a Al-Assad y, al mismo tiempo, de las Unidades de Protección del Pueblo Kurdo (YPG). Las instituciones se superponen y los ciudadanos pagan el costo: vivir en este sitio es una odisea.
Desde 2012, en virtud de un acuerdo tácito, el régimen retiró sus tropas de las zonas de mayoría kurda, pero conservó allí sus edificios administrativos y soldados. Damasco continúa pagando los salarios de sus empleados y suministrando agua y electricidad a los barrios bajo su control.
Pero, en 2013, el Partido Democrático Kurdo (PYD), principal movimiento kurdo en Siria que controla a las YPG, creó una administración autónoma no reconocida por Al-Assad, que se divide en tres cantones: Hasake, Afrin y Kobane. Esta última ciudad, en la provincia de Alepo, es la tierra natal de los padres de Aylan.
“Los habitantes que viven bajo control kurdo, de edades comprendidas entre los 18 y los 30 años, ya sean árabes o kurdos, deben cumplir el servicio militar en las YPG”, explica Radwan Mohamad Sharif, responsable del servicio militar kurdo. “Ni siquiera están exentos los que sirvieron en el ejército sirio”, añade en su oficina, llena de cartillas militares verdes. En un país desangrado por la guerra, hacer el servicio militar no es un juego de niños.
A apenas un kilómetro del cuartel de Sharif, en el centro de Hasake, se alza el edificio de la conscripción gubernamental, adornado con retratos de Al-Assad. Un empleado recuerda que todos los sirios deben hacer el servicio militar en el ejército. “Esto también se aplica a los combatientes de las YPG”, subraya, con lógica idéntica a la de Sharif.
En las regiones mixtas, ser comerciante puede convertirse en una verdadera pesadilla. “Sufrimos controles por duplicado –lamenta Bahfared Asmar, delante de su farmacia–: el del sindicato dependiente del gobierno, al que pagamos los impuestos, y el de los kurdos que nos imponen multas con el pretexto de que nuestros precios son caros. Aquí siempre se sale perdiendo”.
Esta doble presión administrativa acelera el éxodo de los kurdos y árabes que huyen de la guerra hacia Europa en busca de una vida soportable. Como Aylan, miles de niños arriesgan por ello sus vidas.