Más de 1.500 millones de musulmanes de todo el mundo comenzaron ayer a celebrar el mes sagrado del Ramadán, en medio de una cuarentena sin precedentes por las medidas para combatir el coronavirus.
El espíritu festivo del Ramadán se vio duramente afectado por las restricciones de movimiento en las comunidades musulmanas desde el sudeste asiático hasta el Medio Oriente y Africa, con prohibiciones de orar en mezquitas y de las reuniones de familias y amigos para romper el ayuno diario, una pieza central del mes.
A pesar de la amenaza del coronavirus, clérigos conservadores en muchos países, como Bangladesh, Pakistán e Indonesia, la nación de mayoría musulmana más grande del mundo, ignoraron las reglas de distanciamiento social y se negaron a suspender la oración en las mezquitas.
Varios miles de personas asistieron a las oraciones vespertinas el jueves en la mezquita más grande de la capital de Indonesia.
La Organización Mundial de la Salud pidió que se eviten algunas actividades del Ramadán para reducir el riesgo de infecciones, y las autoridades de varios países advirtieron explícitamente sobre la amenaza de las grandes reuniones religiosas.
Ya ha habido explosiones de casos de coronavirus en tres congregaciones islámicas separadas en Malasia, Pakistán e India desde que el virus apareció por primera vez a fines del año pasado en China.
Las medidas de distanciamiento y el grave impacto económico de la pandemia también han afectado muchas actividades de caridad que se realizan tradicionalmente durante el Ramadán, especialmente la distribución de alimentos y otras donaciones.
“Los mercados y las mezquitas están cerrados. Las buenas personas que nos dan dinero o ayudan cada Ramadán se enfrentan a una situación difícil”, dijo Salah Jibirl, un palestino que vive en la Franja de Gaza. “Este es el Ramadán más difícil que hemos enfrentado”.