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opinión

Lula consolida su poder como líder del Sur

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Ajedrez. Junto a países históricamente enemigos de Estados Unidos, y cooperación Sur-Sur, Lula convierte a Brasil en la potencia regional indiscutida. | AFP

En un contexto en el que las naciones emergentes buscan un nuevo lugar en el orden internacional, esta semana se llevó a cabo la cumbre de los Brics en Johannesburgo, Sudáfrica, que contó con los mandatarios de los países miembros de este bloque, salvo Vladimir Putin. 

Creado bajo la impronta de Jim O’Neill, quien consideraba que los mercados de Brasil, Rusia, India, China, y posteriormente Sudáfrica, serían altamente influyentes en la economía mundial, hoy, los países miembros de este bloque concentran el 41% de la población mundial y el 26% del PBI global. 

Con el paso de los años, además, los países que componen estos países se volvieron cada vez menos dependientes de las naciones que integran el G7. Si para 1995 estos últimos tenían el 45% del Producto Bruto mundial y los países emergentes solamente el 17%, en la actualidad, y en parte gracias al enorme crecimiento de China, los Brics concentran solamente tres puntos menos del PBI global que el G7. 

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Durante la cumbre de esta semana, atravesada por la invasión rusa en Ucrania, la noticia más importante fue anunciada por el presidente de Sudáfrica: Argentina, Egipto, Etiopía, Arabia Saudita, Irán y Emiratos Árabes Unidos se unirán al bloque a partir de enero de 2024. 

El presidente de Brasil, Lula da Silva, no se quiso quedar atrás y, no solo felicitó particularmente a Argentina por haber ingresado a los Brics, sino también, fiel a su posicionamiento en el orden internacional, alentó a las economías emergentes del Sur a integrarse al bloque desafiando la dicotomía de la “Guerra Fría que algunos quieren restaurar”. 

Con esta posición, en sus pocos meses de gobierno en el retorno a la presidencia de Brasil, la política exterior de Lula da Silva sigue consolidándose y tomando forma en torno a un alejamiento del consenso de Occidente. En el ámbito regional, el mandatario no solo evitó condenar las violaciones a los derechos humanos en Nicaragua y Venezuela, sino que también organizó una cumbre con el fin de lograr la reintegración de Nicolás Maduro a las reuniones multilaterales, algo que ni siquiera Gustavo Petro, presidente de Colombia, quien tiene como uno de sus objetivos restaurar las relaciones diplomáticas con el vecino país, llegó a realizar. 

Si bien es cierto que en los últimos años, especialmente durante la etapa de la primera marea rosa (o vuelta hacia la izquierda) en América Latina, Brasil mantuvo una política de no alineamiento con las potencias occidentales, sus últimas decisiones en materia diplomática llaman la atención de Europa y de Estados Unidos. 

Hoy, la política exterior es uno de los principales ejes del tercer gobierno de Lula, y su presencia en organismos internacionales da cuenta de ello. En las últimas décadas, Brasil utilizó la pertenencia a bloques como el Mercosur, no solo para extender su rol de potencia dentro de la región, sino también como una plataforma para mejorar las condiciones de negociación en el comercio mundial.

Así, salvo durante el gobierno de Bolsonaro, que mantuvo relaciones diplomáticas fructíferas con muy pocos países como Estados Unidos e Israel, la política de no alineamiento de Brasil se mantuvo estable a lo largo de los años. 

Sin embargo, ni el mundo ni la región son los mismos que fueron testigos de la primera presidencia de Lula da Silva en 2003. El orden unipolar, bajo la hegemonía de Estados Unidos, prácticamente ya no existe gracias a la emergencia de otras potencias como China y Rusia. Y si bien esto puede ser beneficioso para las relaciones comerciales brasileñas, el recelo con Estados Unidos puede ser mayor, en un contexto en el que los juegos de poder cambiaron bastante. 

En el orden regional, la inexistencia de una marea rosa homogénea, como sucedía a principios del siglo XXI, obliga a los países a tomar partido por los gobiernos autoritarios de Maduro en Venezuela, Ortega en Nicaragua y, en menor medida, de Díaz Canel en Cuba. 

En este punto, Da Silva tiene un desafío que le será bastante esquivo: ordenar a los países con gobiernos de izquierda para que, bajo su ala, vuelvan a recibir a Maduro en las rondas diplomáticas regionales.

Por más que no todos los países sigan su objetivo de reintegrar a Venezuela, Da Silva sabe que Brasil no perdió su lugar en la región; su posicionamiento en los Brics, sumado al hecho de haber incidido para que Argentina ingrese al bloque, es la prueba más elocuente de ello. 

Hoy, el país sudamericano, la sexta economía mundial, orienta su política exterior en torno a una mayor integración latinoamericana, bajo su comandancia, y la búsqueda de alianzas con países estratégicos, especialmente en torno a la cooperación sur-sur. 

Sin duda, la ampliación del bloque de los Brics, algo que Brasil sostenía desde hace un tiempo, puede alterar el equilibrio en términos geopolíticos, tanto del bloque como del orden mundial, sobre todo ante la presencia de naciones históricamente enemigas a Estados Unidos, como Irán. 

En lo regional, la incidencia de Brasil para que incluyeran a Argentina no solo lo consolida como la potencia indiscutida, sino que le abre nuevas puertas a Da Silva para un nuevo realineamiento de los países latinoamericanos, teniendo a Brasil como mediador.

* Licenciada en Ciencias Políticas (UCA). Investigadora del Centro de Estudios Internacionales (CEI-UCA). Docente de América Latina en la Política Internacional y Cultura Latinoamericana, entre otras materias.