Desde el Vaticano
Cayó como un cachetazo en la Santa Sede el documento del Comité de las Naciones Unidas para los Derechos de los Niños, que reprocha al Vaticano haber hecho poco y mal contra los sacerdotes denunciados por pedofilia. En la sede de la Iglesia Católica, las malas caras son muchas después que el portavoz vaticano, Federico Lombardi, durante la conferencia episcopal española, rechazara la acusación revindicando que la Iglesia está enfrentando el abuso sexual con “exigencia de transparencia”.
Para que no quedaran dudas, monseñor Silvano Tomasi, jefe de la delegación vaticana en la ONU, dijo rotundamente que “la acusación carece de fundamento”.
“Son palabras muy graves las de la ONU”, dijo a PERFIL el padre Giovanni Amendoli, uno de los sacerdotes más amados en las parroquias romanas. “La Iglesia no es un tribunal dictatorial que echa al infierno a la gente sólo porque está acusada de un crimen –contesta ofendidísimo–, antes averigua las acusaciones, busca una defensa justa, existe la presunción de inocencia”. En algunos casos, sin embargo, hay pruebas y víctimas comprobadas.
Los analistas de la ONU reprochan también a la Iglesia su actitud frente a la homosexualidad, la condena del uso de los condones y la criminalización del aborto. Sobre estos temas, el padre Lombardi, altamente influyente en el Vaticano, fue contundente: “Es una intromisión en la doctrina de la Iglesia”, dijo el vocero de Francisco.
Los vaticanistas más conservadores se agarraron de esta segunda parte de las acusaciones de la ONU a la Iglesia. Il Foglio, por ejemplo, diario de simpatía ratzingeriana, escribió: “Dicen que el comité de la ONU que atacó ferozmente a la Iglesia Católica está compuesto por expertos independientes. No existen expertos independientes en materia de pedofilia, aborto y contracepción”. El documento de la ONU es interpretado por Il Foglio como una ofensiva de lobby y grupos pro aborto “en vista del sínodo sobre familia, sexualidad y matrimonio”.
Del otro lado, Marco Politi, uno de los más expertos vaticanistas italianos, recuerda que “la mayoría de los obispos ha tratado el tema pedofilia protegiendo a los culpables”. Y pone un ejemplo: “Es el caso del cardenal Bernard Francis Law, arzobispo de Boston, transferido por Juan Pablo II a Roma, en la Basílica de Santa María Maggiore para evitar a la Justicia estadounidense”.
Hay cosas sencillas y concretas para hacer. Politi muestra algunas: “No es tolerable sustraerse del deber de denuncia a la magistratura. El Vaticano tiene que declararla obligatoria. Si la pedofilia es un crimen, como dijo el papa Francisco cuando volvió de Brasil, el pacto de silencio de un obispo no es sostenible”.
Francisco ha condenado explícitamente la pedofilia; sin embargo, la opacidad de la Iglesia en el tema amenaza ser una grave mancha en su pontificado