“Patria querida, dame un presidente como Alan García”. Aquel eslogan de los '80 que asomaba en las paredes urbanas como un desafío al gobierno radical, se leyó y escuchó hoy una vez más al conocerse la noticia del suicidio del expresidente peruano. Casi como un eco lejano de aquel líder elevado a la poltrona de las leyendas hace 30 años, volvió para escribir, esta vez, su ocaso y final en esta punta del continente.
La historia política de García con la Argentina se puede escribir por temporadas. Arrancando en aquellos años 80 con una Sudamérica que amanecía de un largo período de dictaduras, abrumada por sus pesadas deudas y con la violencia desgarrando las sociedades de América Central. En julio de 1985, el líder del APRA asumió como el presidente más joven de la nación andina. Raúl Alfonsín participó de la ceremonia como mandatario argentino. Juntos, con Brasil y Uruguay, lanzaron un mensaje de pacificación y estabilización regional al conformar el llamado Grupo de Apoyo a Contadora, el primer Grupo de Lima.
Un año después, García lo retribuyó con una visita a la Argentina. No eran buenos tiempos para el radical. La economía volaba y acumulaba presiones desde todos los sectores. En cambio, García acrecentaba su tamaño con discursos que movían montañas, citando a Skakespeare y bailando salsa en el mismo ritual, entre consignas como “la debilidad de la deuda externa es el poder de los deudores” y tomar partido “contra el imperialismo”. Tres días estuvo en el país, a lo largo de los cuales el eslogan que pedía por un líder de su talla se reprodujo en los paredones de Buenos Aires.
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“América Latina no necesita liderazgos personales” sino “el liderazgo de una actitud, de una decisión, ya que creo que los procesos históricos no necesitan conductores mesiánicos”, respondió a una consulta de la prensa local por la forma en la que algunos dirigentes lo habían bautizado: “el nuevo líder latinoamericano”. La revista Humor también retrató su paso en un diálogo imaginario de “Los Alfonsín”, el espacio que cultivaba Rep en la icónica sátira: allí, uno de los Alfonsín –ilustrados como el ex presidente en miniatura– le preguntaba a su abuelo Alfonsín si había hablado con Alan García y si lo había convencido de no pagar la deuda argentina. “Yo te aviso abuelo: si pagas la deuda me hago peronista”, amenazaba al final.
Curiosamente, García no terminó su primer mandato mucho mejor que Alfonsín, ahogado en una inflación galopante, con enormes derrotas como el frustrado proyecto del tren eléctrico y denuncias de corrupción a cuestas. Con el fujimorazo, se refugió en Colombia y luego en Francia, hasta regresar en 2001 en busca de su revancha y tras prescribir las causas en su contra.
No obstante, debió esperar otros cinco años para recuperar la presidencia con una edición muy distinta de aquel García “revolucionario”. Esta vez, en un equilibrio de relaciones entre Estados Unidos y la Sudamérica del giro a la izquierda. Néstor Kirchner lo auxilió cuando el desastre se abatió sobre Pisco en 2007 en forma de sismo, con dos aviones Hércules de ayuda y “la más más firme solidaridad del gobierno y el pueblo argentino”. Dos años después, fue el turno de García de solidarizarse públicamente con la Argentina por la muerte de quien había acudido en su ayuda.
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El último tiempo, y tras fracasar en su cuarto intento por ganar la presidencia en 2011 con solo el 6 por ciento de los votos, los tribunales lo habían acorralado. Otro punto de contacto con la Argentina y el peregrinar por los estrados de quienes fueron gobierno. Tenía prohibida la salida del país y sus apariciones se limitaban ya a defenderse y contraatacar, asumiéndose como un perseguido. Su último mensaje quedó inmortalizado en Twitter: “Como en ningún documento se me menciona y ningún indicio ni evidencia me alcanza sólo les queda la ESPECULACIÓN o inventar intermediarios. Jamás me vendí y está probado”, escribió en 168 caracteres. Toda una paradoja para aquel orador romántico.
H.B.