El presidente ruso, Vladimir Putin, quiere partir Ucrania en dos. O, por lo menos, eso es lo que denotan sus últimas movidas en el ajedrez geopolítico de Europa del Este.
El envío de 15 mil soldados a la península de Crimea, la convocatoria de esa república autónoma a un referéndum para anexarse a Rusia y el desconocimiento de las nuevas autoridades de Kiev tensionaron las relaciones de Moscú con Occidente, al punto que los nubarrones de un conflicto bélico se ciernen nuevamente sobre Europa.
El Parlamento ruso anunció ayer que respetará la “elección histórica” de Crimea, que el 16 de marzo lanzará una consulta popular para que sus habitantes decidan si quieren adherirse a la Federación Rusa. Además, la megaempresa estatal de gas natural Gazprom amenazó con interrumpir sus exportaciones de gas a Ucrania, tal como lo hizo en 2009.
La estrategia del Kremlin es clara: ganar territorio por la vía del diálogo o por las armas, pero de ninguna manera perder a Ucrania sin oponer resistencia.
El país, dividido en una región occidental proeuropea y otra sudoriental prorrusa, estuvo bajo la influencia de Moscú durante el gobierno del derrocado Viktor Yanukovich.
Según un artículo publicado en The Moscow Times por Sergei Markov, politólogo y ex parlamentario oficialista, habrá guerra en Crimea a menos que Ucrania y Occidente acepten las condiciones que exige Putin.
Esa negociación pasaría por crear una coalición de gobierno en Kiev que integre todas las partes, incluidos los rusoparlantes. Además, Moscú pide que se sancione una nueva Constitución, más federalista, y que el idioma ruso sea aceptado como oficial.
El ex agente de la KGB domina con maestría la táctica de primero pegar y luego dialogar. Tras la caída de Yanukovich, Occidente no contaba con que Moscú enviaría tropas a la Ucrania rusófila y que las autoridades de esa región buscarían la secesión y la integración con Rusia.
Ahora, con el hecho consumado a su favor, el jefe de Estado pretende condicionar a las autoridades de Kiev, a las que califica como “neonazis extremistas”.
Lo que parecía una crisis política ya se transformó en un conflicto diplomático azuzado por vientos de guerra. “Los recuerdos de la Guerra de Crimea agitan aún profundos sentimientos de orgullo y resentimiento frente a Occidente. Nicolás I es uno de los héroes de Putin porque luchó por los intereses de Rusia contra todas las grandes potencias. Su retrato está colgado en la antecámara del despacho presidencial en el Kremlin. Para evitar una nueva Guerra de Crimea, Putin tendrá que ejercer más contención que su héroe zarista. Hay que tranquilizar las emociones nacionalistas”, escribió el historiador británico Orlando Figes, autor del libro Crimea: la primera gran guerra, en el diario The Guardian.
Crimea es vital para Rusia, ya que no sólo alberga la base naval de Sebastopol, sino porque es su cuna cultural y religiosa.
Según las crónicas medievales, en Jersonesos –la antigua ciudad colonial griega en la costa suroccidental de Crimea– fue bautizado en 988 Vladimir, el Gran Príncipe de Kiev, evento que supuso la llegada del cristianismo al reino del que Rusia heredó su identidad nacional.
Putin no quiere perder Ucrania, a la que buscaba integrar a su mentada Unión Eurosiática, el megalómano proyecto de restitución del poder soviético. “Putin aspira a asegurarse el mayor control posible sobre las antiguas repúblicas de la Unión Soviética. Así ocurrió en Georgia en 2008 y la situación puede repetirse en Crimea; la inocultable presencia de soldados rusos, más allá de cualquier justificación, es la prueba más irrefutable de sus intenciones”, explicó a PERFIL el historiador Jorge Saborido, autor del libro Rusia: veinte años sin comunismo.
En la partida de póquer de la real politik europea, Crimea podría seguir los pasos de Abjasia y Osetia del Sur, territorios que Rusia le extirpó a Georgia hace seis años y que reconoce como “independientes”. Putin desplegó su juego y espera que su par norteamericano, Barack Obama, revele si tiene un as en la manga, que evite una nueva Guerra de Crimea.