Agencias
La presidenta suspendida de Brasil, Dilma Rousseff, pasó junto a su familia su primer fin de semana fuera del poder. La mandataria viajó a Porto Alegre, donde paseó en bicicleta y, luego, se recluyó en un sobrio y pequeño departamento de dos ambientes, en el sur de la capital de Rio Grande do Sul. Acompañada por su hija, Paula, y sus dos nietos, Gabriel, de 5 años, y Guilherme, de 4 meses, la dirigente disfrutó de una jornada en familia, lejos de las intrigas de Brasilia.
A la primera hora de la mañana, Dilma recorrió la ciudad en bicicleta durante 45 minutos, acompañada por sus guardaespaldas. Luego, retornó a la intimidad de su hogar, a la espera del inicio del proceso de impeachment que la destituirá o devolverá al poder.
Pese a pasar el fin de semana en Porto Alegre, la mandataria aún tiene como residencia oficial el Palacio de la Alvorada, ya que aún conserva prerrogativas como jefa de Estado de Brasil. Entre esas atribuciones, continuará percibiendo un salario de 27.841 reales –7.878 dólares–, tendrá seguridad financiada por el Estado, un avión y automóviles a su disposición, y un pequeño equipo de asesores.
A Brasilia retornará para coordinar su defensa con su equipo de abogados y los líderes del partido. Sin embargo, se espera que intensifique sus visitas a Porto Alegre, donde inició su carrera política y formó su familia.
Cada vez que visita la ciudad, acostumbra visitar a su ex marido, el abogado Carlos Araújo, considerado como su “consejero informal”. En sus incursiones a la región, también podría reunirse con movimientos sociales y militantes del PT, para movilizar su apoyo de cara a los 180 días que sellarán su suerte.
De local. El domingo pasado también viajó a Porto Alegre. En esa ocasión, recibió flores en la entrada de su edificio de decenas de seguidores, que la homenajearon por el Día de la Madre.
Departamento. La modesta vivienda es propiedad de Paula Araújo, la hija de Dilma. Rodeada de un enjambre de periodistas y custodios, los vecinos sienten que se quebró la paz que caracteriza al barrio. “Es un tumulto. A veces se llena la calle, es un circo. Es difícil entrar y salir con el auto”, explicó a la prensa local Paulo Menezes, que vive en un edificio contiguo.
El barrio, al igual que Brasil, está dividido entre aquellos que apoyan a la mandataria y los que piden su destitución. Esa microgrieta se agiganta ante cada visita de la mandataria, que revoluciona el sur de la capital gaúcha.