La crisis institucional más larga del mundo persiste en Bélgica, con más de un año sin gobierno estable desde que el primer ministro Yves Leterme, presentó su dimisión. Por si esto no fuera poco, la Familia Real de ese país, cuyo papel unificador es preponderante en tiempos de crisis política, atraviesa días oscuros causados por asuntos turbios y escándalos de diversa índole.
El año empezó con el pie izquierdo para el rey Alberto II y su familia, al ser revelado que el padre del rey, Leopoldo III, tuvo hace setenta años una hija (Ingeborg Verdun) con su amante austriaca, Lisselotte Landbeck, campeona mundial de patinaje a la que conoció en los años 30, luego de enviudar de la reina Astrid. Los medios sensacionalistas belgas comentan ampliamente el descubrimiento, y revuelven las llagas de la familia real recordando que el propio Alberto II tuvo también, en los años 60, una hija secreta con su amante y a espaldas de la reina Paola.
El siguiente escándalo fue armado por las travesuras del caprichoso hijo menor de los reyes, el príncipe Laurent, que desafió las instrucciones expresas del Gobierno y de su padre e hizo un viaje sin autorización al Congo, una ex colonia belga que mantiene delicadas relaciones políticas con Bélgica, en marzo de este año.
Laurent, de 47 años y apodado “el Africano”, se reunió con el presidente congoleño, Joseph Kabila, asegurando que se trataba de una visita privada para promover causas medioambientales. Pero el escándalo alcanzó mayores proporciones cuando se supo que fue el propio Kabila quien financió la estancia de Laurent y de su séquito en un lujoso hotel de Kinshasa y también pagó su viaje entre París y la capital del Congo.
En medio de la tormenta de indignación política y periodística generada por lo que la prensa dio en llamar “una aventura rocambolesca”, el príncipe también intentó ampliar su actividad al conflicto de Libia, al tratar de generar lazos con un diplomático que se había sumado a la oposición de Muammar Kadafi. El diario «La Libre Belgique» reveló que el príncipe “intentó apoyar a los rebeldes libios” en contra del embajador fiel al dictador.
La polémica llegó al Parlamento, donde la Cámara Baja amenazó al polémico príncipe con quitarle su sueldo mensual de 26.000 euros si no informa de sus viajes al Gobierno y se abstiene "de toda acción susceptible de levantar controversia”. Atento a su “comportamiento y actividades inaceptables”, el Gobierno comenzó a redactar una serie de reglas muy claras para definir el comportamiento de los príncipes, una especie de “Código Real” de conducta que establecerá qué puede hacer y qué no un miembro de la realeza belga. Y que, por supuesto, incluya sanciones en caso de incumplimiento.
“Estas es una situación seria”, dijo Leterme en el Parlamento. “El comportamiento del príncipe ha sido arriesgado y estúpido”.
“Las payasadas de Laurent no pueden costarle dinero al contribuyente”, asegura Theo Francken, el diputado nacionalista presentó al Parlamento la propuesta para reducir drásticamente el presupuesto del Estado destinado a la Familia Real.
Según informa la agencia EFE, el príncipe Laurent dejará de estar invitado a las actividades oficiales de la Casa Real como castigo a su comportamiento. "Laurent ya no es bienvenido a palacio", tituló ayer la prensa y explica que la agenda oficial del príncipe del sitio web de la Familia Real (www.monarchie.be) se encuentra vacía.
Pero por si las travesuras de su hijo y la crisis política de su país no le bastaran al rey Alberto II, hace unos días los diarios La Libre Bélgique, De Morgen y Het Laatse Nieuws publicaron ávidamente una serie de conversaciones privadas adjudicadas al monarca y que forman parte del libro Bélgica, un rey sin país, de los periodistas Martin Buxant y Steven Samyn, que saldrá a la venta en junio.
El Palacio Real insistió en que los informes incluyen serias inexactitudes, y lamentó la falta de discreción de los que participaron en las charlas confidenciales del rey y los líderes de los partidos políticos y que revelan la rotunda negativa del rey a convocar nuevas elecciones. El rey, según el libro, siente verdadero pavor a que, tras un año de empantanamiento político, el país tenga que acudir nuevamente a elecciones.
También expresan el rechazo que provoca entre la mayoría de las fuerzas políticas el príncipe heredero Felipe, sobre el cual gran parte de los líderes belgas hicieron llegar al rey sus serias dudas sobre su capacidad para reinar. “Todo el mundo se pregunta si Felipe cuenta con la inteligencia y humildad necesarias, si el Parlamento pudiera elegir sería la princesa Astrid la elegida”, le habría dicho uno de los participantes al rey.
Esta espinosa cuestión sucesoria data de ya casi veinte años. Algunos consideran que Felipe no se preocupó por dominar a la perfección los tres idiomas nacionales, algo especialmente imprescindible para cumplir el papel de rey como símbolo de la unidad belga. Además, su soltería, pasados los treinta años, hizo aumentar la popularidad de su hermana menor, la princesa Astrid, cuya cercanía al pueblo y su labor son aplaudidas por gran parte de los políticos belgas.
(*) Especial para Perfil.com
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