El ascenso de Pablo Casado a lo más alto del Partido Popular (PP) no deja de ser inquietante. Este joven político (37 años), pero de vieja y obediente militancia en el partido conservador, viene a ocupar el despacho de su antecesor censurado con una carpeta cargada con las consignas más reaccionarias de la derecha española. Cobijado desde sus inicios por el ala más dura del partido, representada por José María Aznar y Esperanza Aguirre (ex presidenta de la Comunidad de Madrid, quien en su día se autoproclamó la representante del Tea Party español), este curioso "regenerador" entusiasmó a casi el 60% de los compromisarios con el regreso a la ley del aborto de 1985 bajo la fórmula de "defender la vida y la familia sin complejos". Idea proclamada por los sectores ultraconservadores, y que en su momento le costara el puesto - por anacrónica - a Alberto Ruiz Gallardón, ex ministro de Justicia de Rajoy. En esta misma línea argumental, el nuevo líder popular promete dar batalla a la ley de eutanasia "por injusta e innecesaria" que pretende aprobar el presidente del Gobierno, el socialista Pedro Sánchez.
Asimismo, en Cataluña no son pocos los que temen que vuelvan los días de máxima crispación política. Razones no les faltan. En su pulseada por el control del partido con la ex vicepresidenta, Soraya Sáenz de Santamaría, acusó a está de blanda en la gestión del desafío de los separatistas, opinión compartida por la mayoría de sus compañeros de partido. Aunque otro desafío seguramente le preocupa más a este vecino del aristocrático barrio madrileño de Salamanca, ya que en él se juega continuar cobrando su sueldo como presidente del PP. Su rival, en este caso, es otro joven, ambicioso y tan de derechas como él: Albert Rivera, presidente de Ciudadanos, partido que durante la máxima tensión del desafío independentista, y antes de la moción de censura contra Mariano Rajoy, llegó a consolidarse como la segunda formación política en intensión de voto a nivel nacional.
Así las cosas, la lucha entre Casado y Rivera —que bajo la escenografía catalana lo que está en juego es el predomino del espacio conservador español— podría decantarse por quien se muestra más duro con los infieles catalanes. La postura de Rivera es harto conocida y puede resumirse en diálogo cero e intransigencia con los políticos encarcelados. Casado, en tanto, quiere endurecer el Código Penal contra el desafío soberanista recuperando los delitos de sedición impropia y convocatoria ilegal de referéndum. Además de normalizar la actuación preventiva.
Al igual que Rivera, propone ilegalizar a los partidos independentistas. "No podemos hacer una política reactiva, hay que prevenir. Se puede hacer con la ley de partidos, como se hizo con el entorno de Batasuma (formación política ligada a ETA). En este caso no hay violencia, pero sí coacciones, amenazas, niños que sufren en los colegios", argumenta Casado.
Con el desafío soberanista en su plenitud, muchos barrios de las ciudades españolas vieron cómo sus balcones y ventanas se llenaban de banderas españolas. Casado, volcado sin timidez en la derechización del partido, apela "a la España de los balcones". Tampoco este político que llega con la misión de "oxigenar" el partido se privó en su momento de insultar a referentes de la izquierda cultural como al actor Javier Bardem a quien llamó "imbécil" y "subnormal". Como criticar la Memoria Histórica del ex presidente José Luis Rodríguez Zapatero. O restar importancia a las 140 mil personas repartidas en fosas y cunetas, todas ellas víctimas de la dictadura franquista. "Los de la izquierda son unos carcas (garcas), todo el día con la fosa de no sé quien". Sin duda una de sus mejores perlas para la hemeroteca. O aquellas otras que hablan de combatir "la ideología de género", para estupor de las feministas.
Al igual que a los dirigentes del partido a los que viene a regenerar, Casado luce sus propias polémicas con la Justicia. Actualmente se está investigando si su máster, sacado en la Universidad Rey Juan Carlos (vinculada al Partido Popular), es o no irregular. Su currículum académico guarda otra curiosidad: tardó siete años en hacer la mitad de la carrera de abogacía, y tan sólo cuatro meses en completar la otra mitad, récord que coincidió con su elección como diputado autonómico de Madrid. Quizás más que un presidente que llega para que desandar el camino de la moderación, por cierto, intentado muy tímidamente, estemos ante el Sheldon Cooper español. Todo puede ser en la política española actual.
(*) Desde Madrid