Jaque al Rey. Donald Trump movió con celeridad sus piezas tras la muerte de la jueza Ruth Bader Ginsburg, al nominar a su reemplazante en la Corte Suprema de Justicia de los Estados Unidos. La jugada dejó a los demócratas absolutamente impotentes, a tan sólo cuarenta días de las elecciones presidenciales. Con mayoría en el Senado, los republicanos se encaminan a designar a una magistrada conservadora y católica, con la cual se asegurarían una mayoría de seis magistrados afines ideológicamente en el máximo tribunal.
Trump lidera una revolución política conservadora que dejará huellas institucionales profundas y duraderas en Estados Unidos. Si bien las senadoras Susan Collins y Lisa Murkowski adelantaron su oposición a la nominación, Mitt Romney despejó el camino al anunciar que votará al candidato del presidente, garantizando una mayoría republicana.
Así, Estados Unidos tendrá su Corte más conservadora desde principios de la década de 1930. Por ese entonces, los supremos eran la piedra en el zapato de Franklin Delano Roosevelt y declaraban la inconstitucionalidad de aspectos cruciales del New Deal.
La estrategia de Trump tendrá un profundo impacto político y legal. El máximo tribunal podría revertir el fallo Roe vs. Wade, que despenalizó el aborto en 1973; sepultar la Reforma de Salud de Barack Obama; y tolerar las políticas anti migratorias del jefe de Estado republicano. Si, en cambio, el 3 de noviembre es electo Joe Biden, podrían obstaculizar muchos de sus proyectos para reactivar la economía y proteger el medioambiente.
Los demócratas aseguraron que si los republicanos cubrían la vacante en la Corte antes del próximo 20 de enero, cuando comenzará el nuevo mandato presidencial, responderán con munición gruesa. Si conquistan la presidencia y el Senado, podrían aumentar la cantidad de jueces de la Corte para equilibrarla ideológicamente o, incluso, inclinar la cancha a su favor. La estrategia, llamada Pack the Court, se inspiraría en el plan fallido de Roosevelt de 1937 que buscaba diseñar una Corte a su medida. El problema ya no sería que los republicanos se contradicen a sí mismos de sus declaraciones de 2016, cuando sostenían que Obama no podía nominar a un magistrado en su último año de mandato, sino que la polarización política está erosionando las principales instituciones de la democracia estadounidense.
Con su jugada, Trump está modelando el futuro de una manera inédita. Tras las designaciones de Neil Gorsuch y Brett Kavanaugh, de 53 y 55 años respectivamente, ahora sería el turno de una mujer. Una de las favoritas es Amy Barret, una jueza egresada de la Universidad de Notre Dame de apenas 48 años. Con ese trío, la Corte tendría por décadas un núcleo conservador anhelado por la base electoral republicana. Donald Trump: ¿un punto de quiebre o un desvío en la historia?
El nuevo elenco de la Corte puede también influir en el resultado final de las elecciones presidenciales. En 2000, 537 votos le daban la victoria parcial a George W. Bush sobre Al Gore en Florida. El ex vicepresidente demócrata pidió un recuento en cuatro condados, pero el gobernador de Texas acudió a los tribunales y judicializó la disputa. Treinta y cinco días después, el Caso Bush vs Gore llegó a la Corte Suprema de Justicia. En un dictamen que contó con cinco votos a favor y cuatro en contra, los magistrados dictaminaron que los recuentos violaban los derechos de Bush y sellaron su llegada a la Casa Blanca.
La historia no se repite, pero a veces rima. Si veinte años después se reedita ese escenario, Trump moverá sus piezas sabiéndose el ganador de la partida. Jaque Mate.