En julio de 2007, el 63% de los estadounidenses creía que Hillary Clinton ganaría en 2008 las elecciones primarias demócratas y luego las presidenciales. Pocos meses después, sin embargo, la irrupción de un “tapado” como Barack Obama barrió con las aspiraciones de la ex primera dama. Siete años más tarde, la secretaria de Estado vuelve a ser la gran favorita para los comicios de 2016. Y otra vez aparecen competidores dentro de su propio partido que, con sus ilusiones de batacazo, llevan a preguntarse si la campaña de Clinton podría sufrir el “síndrome Obama”.
Al menos cuatro precandidatos pretenden o son empujados a disputar la hegemonía en el Partido Demócrata con Hillary: el vicepresidente Joe Biden, el gobernador de Nueva York, Andrew Cuomo, la senadora Elizabeth Warren y el gobernador de Maryland, Martin O’Malley.
Aunque cuenta con un menor nivel de conocimiento ciudadano que Biden, Warren asomó en las últimas semanas como la eventual rival más desafiante de Clinton.
Estrella emergente de la izquierda demócrata, la senadora participó la semana pasada en la convención anual del Consejo Nacional de la Raza (CNLR), el mayor lobby latino del país, en la que pronunció un filoso discurso a favor de una reforma migratoria y en contra de los banqueros a los que culpó por la ola de desalojos de familias latinas tras la crisis.
Como Obama en 2008, Warren cautiva a una comunidad de 50 millones de personas desencantada con la dirigencia política y con el propio mandatario. Analistas y comentaristas subrayan que los votantes latinos no son la única minoría con un peso electoral decisivo que la senadora podría atraer: muchas estadounidenses creen que Clinton no las representa en su condición femenina.
“Su presunta carta de triunfo sería la ventaja que ostenta entre las mujeres electoras, pero la mayoría de las votantes no son abogadas de empresa o secretarias de Estado –opinó al respecto la escritora y reconocida militante feminista Naomi Wolf–. La brecha de género que ha beneficiado al Partido Demócrata es atribuible principalmente a mujeres luchadoras de la clase trabajadora y del sector de servicios: alguien del staff de Clinton debería decirle que deje de ofenderlas”.
Tras la convención del CNLR, The New York Times sintetizó el punto de vista de los seguidores de la senadora: “Los progresistas toleran a Clinton y creen que puede ganar; y adoran a Warren aunque no están seguros de que ella pueda hacerlo”. En efecto, las encuestas indican que, al menos por ahora, la candidatura presidencial de la ex primera dama no está bajo amenaza. Sin embargo, Warren podría competir en la interna con un objetivo más moderado –y muy habitual en la política estadounidense– que ganarle a Hillary: imponerle temas como la inmigración en su agenda. Allí es donde sí puede operar el “síndrome Obama”.